Todavía estoy conmocionado con el resultado final de la votación de la de la ley de amnistía, el jueves pasado. El buen tiempo, el final de curso, los conciertos que se escuchan en medio país y la final de la Champions, entretienen y distraen a una sociedad banal como es ahora mismo la española. Lo cierto, sin embargo, es que España ha dado un paso más hacia el abismo de la destrucción de la Constitución del 78 y, por tanto, de nuestra democracia tal y como la conocemos.
Lo que ocurrió el jueves, no por esperado, fue menos grave. Nunca se había perpetrado un ataque semejante ni a la Constitución ni al Estado de Derecho ni a la igualdad de los ciudadanos. Lo peor es que todos sabemos que ese ataque a nuestra democracia es solo por la ambición de un personaje de dudosa catadura moral que no ha aceptado perder las elecciones. Prácticamente no las ha ganado nunca. Y es que los españoles no lo quieren, pero él se empeña en quedarse a cualquier precio, incluido malvendiendo el patrimonio común de todos los ciudadanos que es el imperio de la ley de un sistema democrático. Se lo está llevando por delante.
Téngalo claro el amigo lector, la democracia española está derrotada. A ello ha contribuido como nadie un partido, el PSOE, antaño comprometido con la libertad y la convivencia, hoy rehén de un aventurero. Se sabe, por la historia y por la experiencia, que los aventureros políticos que se empeñan en ir contra lo obvio terminan en un final infeliz. Sánchez sigue comprando papeletas para que su mandato sea el más desastroso de la historia de la actual democracia. Es peor todavía que Zapatero, que ya es decir.
Resulta inquietante que ni un solo miembro del grupo socialista en el Congreso, ni un ministro, ni un intelectual de la izquierda, hayan tenido la más mínima duda ante el ataque a nuestra convivencia que representa la ley de amnistía. Como continúa siendo extraño la falta de arrojo de muchos socialistas ante tamaña infamia. La historia no los absolverá, bien los sabe Dios. En esta ocasión, la derrota de la democracia –que representa a la gente de bien y a la inmensa mayoría de los españoles– posee más dignidad que esa supuesta victoria que les llevó a aplaudir de manera espasmódica, mientras España entera quedaba estupefacta.
No podemos rendirnos. No podemos dejar de denunciar todos los días que lo que hace Sánchez no es tolerable y que la ley de amnistía no puede robarnos la convivencia que es patrimonio de todos. España no es la finca de Sánchez, aunque él y su mujer así lo crean.
Artículo publicado en el diario El Debate de España
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