En mi artículo de la semana pasada me referí a las causas que han influido para que el continente americano esté siendo considerado como un objetivo político, económico y militar por las grandes potencias en lo que se ha empezado a llamar la nueva guerra fría. También resalté el interés de Rusia en disputarle la influencia a Estados Unidos en esta área geográfica. Tan preocupante realidad obliga a indagar sobre la curiosa personalidad de Vladimir Putin y el sistema político que ha impuesto en su país, conocido por sus críticos como la “democracia controlada”. En una entrevista publicada en el año 2000 expresó que su biografía podía resumirse en una forma muy sencilla: “Acabé la escuela, fui a la universidad. Me gradué en la universidad, y pasé a la KGB. Terminé en la KGB e ingresé de nuevo a la universidad. De la universidad, fui a trabajar con Sobchak (alcalde de San Petersburgo). Después llegué a Moscú, a la cancillería presidencial. Pasé a la Administración Presidencial. Y de allí al FSB (el nuevo sistema de inteligencia ruso). Después me nombraron primer ministro. Y ahora soy presidente interino. Eso es todo”.
Es posible que, para ese año, su vida no hubiese tenido grandes complicaciones, pero a partir de ese momento su biografía no solo es polémica, sino que produce severas críticas por muchos de sus adversarios. Un aspecto a destacar es el tiempo durante el cual se desempeñó como oficial de la KGB. No fue un funcionario más. Su desempeño en Alemania Oriental así lo indica. Allí permanecerá hasta 1990, cuando decide, en medio de la crisis de la Unión Soviética, retirarse de dicha organización para regresar a la Alcaldía de San Petersburgo. Ese pasado como funcionario de inteligencia no representó un obstáculo en su destino político. Al contrario, fue percibido por vastos sectores populares como un funcionario capaz de poner fin a la inestabilidad política surgida como consecuencia del desmoronamiento de la Unión Soviética. También lo favoreció haber iniciado su carrera política al lado del liberal alcalde de San Petersburgo Anatoli Sobchak, su anterior profesor en la universidad, quien sostenía que Rusia debía tomar la senda de una economía de mercado.
En 1996, ante la derrota en las elecciones de Anatoli Sobchak, renunció a su cargo en dicha alcaldía. Al poco tiempo fue llamado por el presidente Boris Yeltsin a ejercer funciones en el gobierno central en Moscú. En 1998 fue designado director del Servicio Federal de Seguridad, la agencia que sucedió a la KGB. En agosto de 1999, Yeltsin lo nombró primer ministro. Ese mismo mes estalló la crisis en el Cáucaso Norte y en Chechenia. Putin decidió enviar el ejército federal para enfrentar la invasión de sectores extremistas. Logró derrotarlos y restableció la soberanía rusa. El 31 de diciembre de ese año, Boris Yeltsin decidió renunciar a la Presidencia y designó a Vladimir Putin como presidente interino. A partir de ese momento su carrera fue realmente impresionante. En marzo del año 2000 ganó su primera elección presidencial con 53,94% de votos. En 2004 fue reelegido con 71% de los votos. Razones constitucionales le impidieron reelegirse por tercera vez. Ante esta circunstancia, decidió lanzar, en las elecciones de 2008, la candidatura de su primer ministro Dimitri Medvédev, quien triunfó con 70,28% de votos.
Vladimir Putin, en lugar de retirarse de la política después de entregar la presidencia, impuso su designación como primer ministro con el fin de controlar el poder y lanzar su candidatura presidencial en las elecciones de 2012, en las cuales triunfó con el 63,6% de votos, y se reeligió el año 2018, con más de 70%. Esos triunfos los alcanzó al haber logrado recuperar la presencia internacional de Rusia y reducir la criminalidad y la pobreza. Esa conducta reeleccionista de Putin ha comprometido ampliamente las reformas democráticas logradas después de la disolución de la Unión Soviética. Recientemente, su orientación totalitaria se ha radicalizado aún más al no permitir, mediante presión sobre las autoridades electorales, que la oposición participe en las elecciones municipales de varias de las grandes ciudades rusas, entre ellas Moscú, donde su liderazgo es cuestionado, así como la dura represión policial y judicial contra cualquier movimiento de protesta. Definitivamente, el actual régimen ruso no satisfice los valores y fundamentos de las democracias occidentales y mucho menos el sentimiento libertario del venezolano.
Vladimir Putin y su régimen están decididos a modificar el mapa geográfico de sus enfrentamientos con Estados Unidos. Los intereses nacionales de Rusia lo obligan a respaldar a la izquierda radical de América Latina como respuesta al apoyo que los sectores prooccidentales reciben en Ucrania y en otros países de Europa Oriental. Ese es el motivo del reciente viaje a Cuba del primer ministro Dimitri Medvédev con su oferta de reemplazar el petróleo venezolano con exportaciones rusas. No hay duda de que esa decisión incrementará las tensiones con Estados Unidos. Otro aspecto a considerar es que el trato preferencial de Rusia con Cuba no es el mismo dispensado a Venezuela. Estoy convencido de que esa marcada diferencia en su política ocurre por dos razones: el mayor interés que tiene Estados Unidos en asegurar un cambio político en Venezuela y la marcada ineficiencia demostrada por los gobiernos de Chávez y Maduro en el manejo de la riqueza petrolera. De allí que considere que Rusia no será, en un futuro cercano, un aliado confiable de Venezuela y su apoyo siempre será limitado. Esta realidad debe angustiar permanentemente a Nicolás Maduro. De allí sus permanentes viajes a Moscú
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