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La democracia ¿antes, ahora y después?

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Negar que “la democracia” es del “uso común” sería una mentira, como, también, si se afirmase que en el último hay conformidad con respecto a lo que aquella significa. Quizás el mayor “asentimiento” para la generalidad pase relativamente cerca a como la definiera Abraham Lincoln, “el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo”, cuya primera dificultad, entre otras, como se advierte, consiste en determinar qué ha de entenderse por “pueblo”, duda que el asesinado 16th President of the United States, probablemente, se haya llevado a la tumba.

Pareciera haber consenso de que el origen de la democracia tiene lugar en Atenas, por haberse estatuido una especie de “asamblea” con potestad para providencias concernientes a “acuerdos de guerra y paz, evaluación de magistraturas y elección de supremos jefes militares”. Su integración, por los ciudadanos, sin excepción, de las 10 tribus existentes. Esa especie de poder popular es la que más identifica la susodicha aseveración. Por supuesto, que se confrontaron problemas, entre ellos, la obligatoriedad de la asistencia a esa tipología de “parlamento”, debiéndose acudir, para lograrlo, a medidas, inclusive, de fuerza. Evidencia de que la democracia griega confrontó sus aprietos.

La situación, cuando ya ha transcurrido parte del presente siglo, es la de un escenario no del todo optimista, incluso en lo atinente a la democracia en Europa Occidental, Japón y Estados Unidos donde se había consolidado. Se advierte “la menguante capacidad de actuación de los políticos, la falta de legitimidad y la desconfianza en ellos. Preocupa, asimismo, la indiferencia ante logros de los gobiernos, por una gente que pareciera decidida a tratar de resolver sus problemas y sin mirar a los lados. Se lee que una “plataforma keynesiana”, por los frutos, por demás importantes, que generara, contribuyó a aliviar las legítimas tensiones ante las estructuras políticas, pero hasta la década de los setenta, a partir de la cual se produjo el terrible sacudón de las bancarrotas y el desempleo. Ha de tenerse preparación para entender, en el aspecto técnico, esas circunstancias, pero lo que si es, no obstante, comprensible, es la negatividad en el juicio a la democracia, fuente del progreso armónico de los pueblos. Su razón de ser.

En el libro Posdemocracia, Colin Crouch, después de un serio análisis, titula así el capítulo 6 “Conclusiones: ¿Y ahora qué?, acotando: 1. Desequilibrio entre los intereses empresariales y el resto, es causa fundamental del declive democrático, 2. La política se ha convertido en asunto de élites cerradas, un regreso a tiempos predemocráticos y 3. Las distorsiones derivan en presiones externas, por un lado, sobre los gobiernos y del otro en los propios partidos. Es posible, sin embargo, detener el rumbo hacia la posdemocracia, impidiendo el creciente dominio de las élites empresariales, reformando el ejercicio de la política en cuanto tal y facilitando la actuación ciudadana. ¿Se estará refiriendo el sociólogo británico al “después de la democracia”? Cómo que sí.

En un intento más sencillo en aras de compartir la preocupación, tal vez, resulte útil un acopio de desviaciones que han afectado tanto la seriedad, como la eficiencia y fines de la formula. Entre ellos, la reelección presidencial, cuyas negativas consecuencias son obvias, la minipartidización, la corrupción, el “link” con el narcotráfico, el apoderamiento y la explotación inconsciente de riquezas naturales y el predominio de intereses personales con respecto a los colectivos.  Ha de hacerse referencia, también, al error de imputar a “las fórmulas”, tanto, ab initio, como es su puesta en práctica y consecuencias, calificándoseles como la fuente del desastre. En una especie de “marusa mental” se juzga a las repúblicas presidencialistas, semipresidencialistas, parlamentarias, parlamentarias mixtas, unipartidistas y con respecto a las formas de Estado, al federal, confederal, regional y unitario y en lo concerniente al sistema político, de izquierda, de derecha o de centro y sus vertientes, el democrático, el comunista, el socialista, el anárquico. Una de las fallas a anotar es que no se diferencia al sistema y a los ejecutores cuando haya que determinar al responsable del éxito o del caos. Los chinos y los rusos, no puede negarse que alli van en los primeros puestos, a pesar de su comunismo. En este escenario impregnado de una abundante diversidad, al mirar a los calamidades en America Central y del Sur, la ironía que muchas veces ayuda conmina a pensar acerca de cual sería el grado de desarrollo de Venezuela, por ejemplo, si quiénes han gobernado a Singapur lo hubiesen hecho en el país caribeño. No sucedió así, sino todo lo contrario, pues en las últimas décadas ha pasado a ser lo que es hoy “una desgracia”. Pero, además, quienes lo mandan han ofendido hasta al comunismo o socialismo que pregonan.

Las difíciles consideraciones formuladas corroboran que a “la democracia”, a la cual Winston Churchill calificara como el menos malo para conducir o que nos conduzcan. Críticas serias se le formulan, pero proseguimos aferrado a ella, sacándole el cuerpo a imaginarias alternativas preñadas por mesías, entre otros embustes, de proporciones para salvar al mundo.

Es en atención a ello, que no queda otra opción que reafirmar que “el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo” ha tenido “un ayer, tiene un hoy y va camino a un mañana”. Confiemos que para bien.

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