OPINIÓN
La decisión
- Los venezolanos quieren que… (¡silencio!) ¡Un momento! Hablar de los venezolanos en general o en su nombre no creo que sea práctica aconsejable. Esa población es, como sabemos, diversa y no puede ser reducida al dominio de la estadística que los convierte en porcentajes con algunas desagregaciones por sexo, ingreso, edad y, a veces, ocupaciones. Para los efectos de lo que aquí se plantea, los García y los Rojas que viven en la vereda 60 de Coche, unos al lado de los otros, tienen diferencias significativas que no pueden ser reducidas a la categoría de caraqueños y menos de venezolanos, aun siendo ambos. Sin embargo, esos ciudadanos tan diferentes los unos de los otros van a tener que tomar una decisión inexorable que, al final, los convierte en… venezolanos. No son homogéneos, pero la decisión los convierte en iguales ante ella.
- Se trata de resolver una cuestión ligada a su existencia, a su presente, a su futuro, el de hijos y nietos, gente que está dentro del antiguo territorio del país y gente que está afuera. ¿Aceptarán vivir por el porvenir previsible bajo el régimen tiránico de Maduro y su banda o se enfrentarán a este en forma inquebrantable? La respuesta puede sonar fácil: desde luego, combatirlos, hasta la victoria siempre. Pero, paremos un momento. No; es posible que la respuesta sea la de aceptar la convivencia y es tema que conviene analizar para ver hasta qué punto el cambio es posible.
- Quien esto escribe desconfía de afirmaciones como la de que los venezolanos tienen el gen democrático por los 40 años vividos bajo este sistema; menos aún que tienen una compulsión por votar que proviene de tales vivencias. No; no han sido el ejemplo del buen salvaje, sino en todo caso de los caribes, algunos de los cuales se almorzaban a otros de la especie. Este tipo de afirmaciones sobre “el venezolano” es descaminado: el venezolano es su tiempo, su cultura y su memoria, no solo su cultura; no solo su memoria. Es, sobre todo, lo que vive hoy.
- Es cierto que la memoria de un país amable y mejor está en los mayores; pero, no hay que olvidar que buena parte de esos mayores destruyeron la democracia al abrir el camino a Chávez con su modesto votico de 1998; no hay que olvidar que la visión dominante en la opinión pública en los ochenta y los noventa era que Venezuela se había convertido en un desastre. Así es que “el venezolano” ha bebido en muchos pozos y no solo en el idílico de la democracia que ahora añora, probablemente porque no tiene memoria de cómo la destruyó buena parte de los que dicen añorarla.
- Esta divagación antropometafísica solo tiene el propósito de volver a la decisión aludida más arriba. No se trata de que los viandantes que viven, nacieron y aman ese lugar entrañable que es el país, les guste Maduro y su régimen; sino de analizar si pese a su rechazo consideran que no hay más remedio que convivir con él o si, por el contrario, deben dedicar esfuerzos por derrocarlo. No es una trampa argumental estilo: escoja entre la alegría y la tristeza; más bien es ponerse de frente a lo que ocurre: hay gente vencida por la realidad; no le gusta, pero cree que hay que cohabitar con ella. Otra gente, desde luego, tiene la visión contraria.
- Allí ha residido el éxito fundamental del régimen que es el de promover el relato de su inevitabilidad: si le gusta, tómelo con soda; si no le gusta, cáleselo. Esa sensación de la inevitabilidad puede venir de muchas fuentes. Una, singular, es el miedo aguijoneado por la represión que lo sostiene; pero también hay el acomodo de otros. Ese acomodo es diferente en cada caso porque depende de la posición económica, social y moral. Existen los derrotados, luchadores de otras épocas, vencidos por el peso de la vida, por ahora; existen quienes consideran que esto llegó para quedarse y hay que adaptarse (es lo que motiva a muchos políticos que por diversas razones –no siempre la corrupción- no resisten la resistencia); también existe una variante de los derrotados: los exitosos.
- Los exitosos son de dos tipos. Hay la especie que se ha opuesto a Chávez y a Maduro en algún momento, pero que encontraron rendijas para prosperar económicamente; progreso que se encubre con las tesis del “realismo”: es lo que hay. También hay de los otros, los exitosos por bandidos, los que han asaltado el tesoro público por sí o por intermedio de sus testaferros.
- Ese país complejo, el de adentro y el de la diáspora, que no está lleno de santos de un lado y de demonios del otro; que tiene en cada uno su dosis de santidad, pero cuando se le mira bien tiene el rabo de Satanás, hospeda muchos de esos que regresan sin haber ido y que le entran de perfil a los problemas; también millones de los que han sufrido una inmensidad y no ven el fin del sufrimiento; los que han perdido la vida de familiares y amigos, los torturados, los encarcelados y enjuiciados, los exiliados, los caminantes sin destino. Esa enormidad humana tiene que plantearse si se para, si se rinde, si se acomoda o si vuelve a la plaza de las batallas.
- Esas son las opciones sobre la mesa: ante lo que promete ser un nuevo episodio de las chácharas con el régimen, todo dependerá del surgimiento de una dirección esclarecida que hoy no existe.