En las recientes elecciones parlamentarias en España ha llamado altamente la atención que el Partido Popular (PP), de centro-derecha y cuyo presidente es el líder Alberto Núñez Feijóo, ganó 137 escaños y el Partido Socialista Obrero Español (PSOE), cuyo líder máximo es el actual presidente del gobierno de España, Pedro Sánchez, obtuvo 122 escaños; Vox (derecha sin complejos) alcanzó 33 escaños y el partido Sumar (marxismo más feminismo) logró 31 escaños. La participación en la votación fue de 70,4%, un éxito puesto que la convocatoria de elecciones en pleno verano era para desalentar al votante de las clases medias y gerenciales que disfrutaba de vacaciones, pero supieron vadear el obstáculo mediante el voto por correo.

Ahora bien, a pesar de que el más votado fue el PP, se difunde por los medios que no podría alcanzar la mayoría de 176 escaños porque unido con Vox suman 170; menos aun la alcanza la alianza de PSOE (122) y Sumar (31). Al parecer, quienes dirían la última palabra son los partidos independentistas de Cataluña (Junts 7 escaños) y Esquerra Republicana de Cataluña (7 escaños); y los independentistas del País Vasco ( PNV 5 escaños) y Bildu (6 escaños).

Un grave error de esta monarquía parlamentaria es haber permitido la intromisión de partidos separatistas o independentistas en el Congreso de los Diputados, al parecer la Constitución española, erróneamente habla de las “nacionalidades”, lo cual critica ásperamente el escritor y magnífico filósofo español Julián Marías (Cf. España inteligible, razón histórica de las Españas, Madrid, Alianza Editorial, 1985, pp. 385-86). Nuestro filósofo advierte: “Ninguna región quiere separarse del resto de España, ningún partido mínimamente responsable lo propone. Las manifestaciones separatistas son simples números de circo, a cargo de los que no conocen medios más nobles de alcanzar alguna notoriedad”. (p.388). “Se trata de grupos extremadamente minoritarios, pero con  suficiente capacidad de control de partidos, asociaciones y medios de comunicación. Su influencia en el texto constitucional ha sido notoria y absolutamente desproporcionada a su importancia real. “También, nuestro notable intelectual, advierte que un error que se introdujo en la Constitución española de 1978 fue la inclusión del término ‘nacionalidades’,  así que es tiempo entonces de que se repare tal error que ha traído muchos problemas y nada de felicidad o bienestar económico para estas poblaciones que han sido regiones españolas desde el medioevo hasta el presente siglo XXI.

¿Qué podría pasar ahora?

Una vez se integren las nuevas Cortes el próximo 17 de agosto, Felipe VI podrá dar la partida a una serie de consultas con los representantes de los distintos grupos políticos con representación parlamentaria, con objeto de designar a un candidato que se someta a la sesión de la  investidura.

Este trámite protocolario, hasta ahora parecía sencillo, se celebrará tras el 23J en unas circunstancias raras o extrañas. Porque en vista de los actuales datos, se concluye que el candidato que ha ganado estas elecciones tiene la ardua tarea de diseñar una mayoría al día de hoy más que el que las ha perdido.

Porque aunque los socialistas no tienen aún garantizados los diputados de Junts, dan por hecho que Pedro Sánchez podría ser proclamado presidente. Y, ciertamente, tendría más posibilidades que Alberto Núñez Feijóo, después de que el PNV ya haya descartado agregar sus escaños a los populares.

La Constitución, que en su Artículo 99 estipula el procedimiento de formación del Ejecutivo, no dispone cómo debe actuar el jefe del Estado en una situación como esta, más allá de establecer que «propondrá un candidato a la Presidencia del Gobierno«.

Y es que no le compete al Rey el cálculo de los escaños que requiere cada candidato para lograr la confianza de la Cámara. Ni tampoco cuenta con informes fidedignos sobre la certeza de las mayorías que alegan poseer los postulantes. Por ello, no es labor o función de Felipe VI verificar si Feijóo o Sánchez poseen verdaderamente asegurados los votos. Simplemente, los líderes de los partidos que quieren exhibirse como ganadores le trasladan su aspiración al monarca porque creen firmemente contar con los apoyos para intentar la dignidad del cargo de presidente del gobierno del Reino de España.

Y hasta estos momentos la designación del candidato a la investidura no ha admitido demasiadas dudas. Salvo en el año 2016, cuando Sánchez había aceptado el encargo después de que Mariano Rajoy declinase el ofrecimiento del Rey para formar gobierno. Felipe VI siempre ha propuesto al ganador de las elecciones. Y esto es lo más lógico y normal, porque lo habitual es que sea éste también quien posea los apoyos para una mayoría necesaria en el Congreso para formar gobierno.

Sin embargo, en esta ocasión su majestad el Rey se encuentra a ante la difícil postura de, que siguiendo esta costumbre, proponer al más votado (que en este caso no es el que cuenta con mayoría) u optar por el segundo más votado (que podría recabar más apoyos parlamentarios que el ganador).

La postura en algunos voceros de la prensa es que, a menos que Sánchez acuda a la Zarzuela con una mayoría consolidada, y le demuestre al Rey que el acuerdo de investidura está cerrado, Felipe VI debe proponer a Feijóo.

Porque si el Rey propone al más votado y este no logra la confianza del Congreso, estaríamos ante una situación anormal que de hecho ya se ha producido con anterioridad. Pero si el monarca rechaza proponer al más votado y designa al segundo, y este no consigue después de ser investido, Felipe VI podría exponerse a acusaciones de partidismo.

Por ello, en igualdad de condiciones (es decir, cuando ni Sánchez ni Feijóo tienen de momento estructurada la mayoría, pero ambos aseguran poder lograrla), el sentido común nos enseña que sea Feijóo, el ganador de las elecciones, sea quien reciba el compromiso de formar gobierno. Y el presidente popular ya ha manifestado claramente su intención de dar un paso al frente si Felipe VI «se lo propone».

Cabe tener en cuenta que Sánchez no alcanzó la confianza de la Cámara cuando se presentó como la segunda opción en 2016. Y que también fracasó en su primera sesión de investidura de 2019, cuando esta vez sí había ganado las elecciones, pero tampoco tenía la mayoría. Con el fin del bipartidismo y la fragmentación parlamentaria, ganar los comicios no se corresponde con un rápido ascenso para ser investido presidente.

Es indudable que si tanto Feijóo como Sánchez se presentan como candidatos a la investidura, aseverando que ambos tienen la mayoría, alguien de los dos está errado. Y  esto dejaría al Rey en una dura disyuntiva. Pero si los dos se consideran en condiciones de recabar los apoyos necesarios, que Felipe VI se incline por la solución más razonable y acorde a la neutralidad exigida de su cargo, recomiende al candidato más votado.

Tal como están las cosas es posible que se vuelva a convocar al pueblo para nuevas  elecciones, y esto podría provocar un “hartazgo” del electorado, que no es bueno especialmente para una democracia parlamentaria que aún no tiene cincuenta años de haber sido establecida.

Resquebrajamiento del parlamentarismo

Tampoco funcionó el parlamentarismo cuando se inició la II República en 1931, diversos gobiernos se suceden, hasta que llega la izquierda revolucionaria con Manuel Azaña, y estalló la sublevación del general Francisco Franco que daría al traste con la República, e inauguraría una dictadura de casi cuarenta años.

En Francia, después de finalizada la Segunda Guerra Mundial se suceden varios gobiernos parlamentarios que no supieron confrontar la guerra de Vietnam y el conflicto en Argelia aumentaba en sus dimensiones. De modo que a partir de 1958, el general De Gaulle aprovechando su inmenso prestigio, reformó la Constitución y convirtió al sistema democrático francés en un sistema más presidencialista que parlamentario. La experiencia ha sido positiva. Durante el famoso ¡Mayo francés pudo sortear el intento “revolucionario” del Partido Comunista francés, y de otros revoltosos profesionales, más grupos ultras y la CGT. No ha degenerado en dictadura, como ocurrió con la famosa República de Weimar de donde salió un monstruo humano llamado ¡Adolf Hitler!

Quizá el parlamentarismo haya funcionado muy bien en el Reino Unido, donde el Partido Laborista y el Conservador se han turnado el cargo de primer ministro y jefe del gobierno de su Majestad, y la oposición también de su Majestad, tiene un gabinete en la sombra que pasa a ser gobierno cuando hay nuevas elecciones o se le da un voto de censura al vigente primer ministro.

En América Latina, en el Perú, tenemos el espectáculo diario o mejor dicho, consuetudinario, de un ejercicio continuo del poder por parte del Legislativo, que destituye a cada momento presidentes, y gracias a la independencia de su banco central y de más de 70.000 millones de dólares que sirven de colchón para años malos de su economía. Esto es, el país es inestable en la política pero reposa en una firme economía, y meritoriamente ha reducido la economía informal y la pobreza.


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