En la Venezuela de mediados del siglo XX, “bailar pegados” durante la adolescencia fue la caricia única permitida en privado y público, quizá por ese permiso y su suave cadencia melódica, entre otros géneros musicales prevaleció el bolero que expresa desde bocas ajenas los sentimientos y pasiones eróticas de los vigilados bailarines en “picoteos” que se celebraban en los hogares. El bailoteo de guarachas, la rumba y otros ritmos de fuerte percusión se daban más despegados en calles y plazas y a todo dar en locales nocturnos porque expresaban liberación del yugo familiar, religioso y político. Una forma eficaz de terapia colectiva.
La danza –sola , en pareja o grupo– implica trascender la música y mediante estricta disciplina llegar al ballet que busca el aire sin obstáculos, su historial se liga al arte más exigente. También retrata el entorno sociopolítico que le otorga el espacio donde cuerpo físico, mente y espíritu se expresan con libertad absoluta o en algunos casos al contrario, se le condiciona y hasta prohíbe. Belén Lobo es una de sus principales figuras pioneras en la escena venezolana, su trayectoria personal y profesional de danzarina reflejó con claridad los detalles de este relevante sector del país cultural.
Su viudo es Rodolfo Izaguirre. De larga, importante y tenaz dedicación a historiar, archivar, divulgar, evaluar y ejercer la crítica de la creatividad cinematográfica, a quien debemos un lapso muy productivo en la magnífica Fundación Cinemateca Nacional creada por Margot Benacerraf, donde al menos tres generaciones venezolanas aprendieron a superar la simple mirada local para elevarla con interés al disfrute y el análisis del clásico cine mundial. Ameno y sabio columnista de opinión semanal desde esta página, por décadas comenta múltiples temas de ayer y del hoy.
Ahora se revela como narrador de alto calibre en Lo que queda en el aire (Gisela Cappellin Ediciones, Caracas 2023) presentado en su pórtico por la escritora Elisa Lerner, una joya de diseño editorial desde la portada hasta la contratapa donde relata su vida con Belén compartida por más de medio siglo y sigue incrustada en su memoria afectiva de cada día.
En ese dilatado camino del convivir éxitos y fracasos con tareas domésticas y la crianza de tres hijos, entran por igual la dura biografía del autor, los cambios de fachada del entorno caraqueño desde aldea grande hasta metrópoli, desde haciendas palaciegas de los dictadores Juan Vicente Gómez, Marcos Pérez Jiménez, Hugo Chávez y herederos hasta los numerosos logros en la fecunda democracia perfectible. En conjunto muestra una sociedad venezolana que durante varias décadas, frente al caos y la represión, reaccionó con vigor desde el arte literario, plástico, fílmico, musical y sus derivados.
Al fondo, sobre y entre líneas, un poema en prosa danzando en el aire puro que contra el odio gubernamental en todo tiempo y lugar se fija como sello rebelde otorgando una libertad amorosa sin fronteras.
Gracias maestro, por tamaño legado al país actual de adentro y afuera, emotivo y a la vez documental, oportuno, valiente, honesto y necesario.
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