«y el dolor, como el toro estoy marcado» (MIGUEL HERNÁNDEZ)
Vamos a ser sinceros y dejar de fingir que ciertas cosas no nos afectan. Porque todos sabemos que en el discurrir de nuestros días pasamos por situaciones ingratas. Nos sentimos todavía peor si encima pretendemos ignorarlas.
No sé si se considera usted una persona normal, de esa clase de individuos que viven por encima del bien y del mal, que no tuerce el gesto frente a un asunto desagradable. Hay que estar fuerte para no sentirse dolido ante el atropello de quien se levanta con prisas de su asiento, casi le pisa y -sin decir, hola, ¿me permite?– se le viene encima y le arrolla en el pasillo para tomar la salida más próxima del transporte público en el que viaja. He de admitir que no tuve tiempo de reacción, ya que todo ocurrió demasiado rápido. Fue una señora sin modales y con una barra de pan saliéndosele del bolso que me rascó todo el brazo, me empujó y maltrató. Solo le faltó meterme mano. Fui capaz de decir, en realidad, se me escapó con un hilo de voz un «perdón» que traigo yo de fábrica cada vez que tropiezo o tropiezan conmigo (siendo yo culpable o no culpable) y creí que me ahogaba cuando ella pasaba. No había espacio entre los dos. (No hay sitio, señora. Espere un segundo, por favor) No se le ocurre a la mujer otra cosa, no. Debió de pensar que si se paraba a pedir permiso para llegar a la puerta de salida no le daría tiempo a llegar. Es cierto que yo estaba justo en medio del pasillo, pero es que no podía estar en otro sitio, y es bueno hablar con la gente que vive en el mundo de vez en cuando sin pasarle por encima como Chicho Terremoto.
Habría sido suponer una disposición innata a la cordialidad y buena convivencia por parte de la mujer arriesgar su salida inminente dirigiéndose hacia otra puerta. Esa otra puerta estaba más alejada. Esa elección habría significado para este torero descolocado evitar la faena de recibir a la dama a porta gayola. Después del suceso tomé conciencia de todo. En el supuesto de que la dueña hubiese elegido salir por el otro lado, en el sentido contrario a la marcha del tren, el esfuerzo le habría costado articular probablemente unos 7 u 8 pasos más de los que dio. Me atrevo a afirmar que el plan B a mí me habría sabido menos amargo. Esto es así o yo tengo la piel fina (y suave). Tratando de zanjar el asunto, digo yo, que lo correcto habría sido vivir todo lo anterior oyendo decir a alguien de género femenino algo como esto: «disculpe, ¿me deja pasar?» o si prefiere: «oiga, ¿me permite?» y acto seguido el hombre del pasillo habría respondido afirmativamente a ese ruego yéndose hacia atrás y cediendo el paso a la mujer.
Va a reírse, pero yo no quería contar esto. Bueno, esto también, pero en el fondo traía la intención de comentar la Carta a la Directora de un diario español firmada por un gallego en la que el autor lamentaba la falta de educación reinante en la sociedad actual. («Estoy cansado de dar los buenos días». Manuel I. Nanín. Cartas a la Directora, EL PAÍS; 26.07.2022).
El caso es que tanto el señor Nanín como yo no estamos contentos. Entre otras cosas, Manuel I. Nanin dice: «Estoy cansado de cumplir con las normas que nos pertenecen a todos mientras otros interpretan que esas mismas normas no son de su correspondencia». Y sigue una larga lista de situaciones cotidianas que a alguno de nosotros seguramente nos resulten familiares. Me paro en el momento de la carta en el que señala estar harto de dar los buenos días para que nadie le responda nada. Parece que lo normal ahora es no ser sociable y no devolver el saludo universal. ¿Pero qué le pasa a la gente?¿Es que ya no se enseñan buenos modales en casa ni en la escuela?
Antes de empezar a vacunarnos contra la covid-19 hubo quienes hablaron de oscuras teorías acerca de una conspiración mundial que quería controlar nuestra voluntad, nuestros deseos. Ibamos a estar sometidos a un mercado que nos diría qué comprar, qué películas teníamos que ver, qué tendríamos que pensar. Nos reímos mucho, hicimos bromas sobre el peligro que llevaban las vacunas al ser portadoras de microchips que iban a incrustarse directamente en las venas, jaja. Quiero pensar que la gente no está idiotizada con los smartphones ni los «wasaps». No creo a nadie tan tonto como para mirar la pantalla del celular mientras conduce o hace algo serio.
A veces uno sueña despierto y se imagina en otro lugar, en otro momento en medio de un concierto cantando inconsciente en voz baja qué demonios hago aquí, soy un bicho raro.
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