OPINIÓN

La cuna del fascismo se tambalea

por Carlos Balladares Castillo Carlos Balladares Castillo

Al comenzar a leer el Diario del conde Galeazzo Ciano, ministro de Asuntos Exteriores del gobierno de Benito Mussolini desde 1936 hasta 1943; no sabía que su prosa llena de dudas y conflictos en torno al papel de Italia en la Segunda Guerra Mundial me iba a atrapar. Poco a poco he ido generando una gran simpatía por el personaje y al leer su última entrada del 8 de febrero de 1943 he quedado triste, tal como nos ocurre cuando finalizamos un gran libro. Pero es mucho peor porque sabemos que nuestro querido protagonista no se salva. Me provoca reclamarle: ¿por qué su excelencia no siguió deleitándonos con su testimonio? ¿Cómo es posible que nos priva de los pasos que dio la conspiración que evitaría la destrucción de Italia? Solo nos ofrece esa introducción y epílogo a la vez de su Diario, que no da detalles de lo que queremos saber, aunque sí de su conmovedora despedida -en una cárcel de Verona a dos días de la Navidad de 1943- ante la “sentencia que ya decidió Mussolini en un tribunal de comparsas”.

En el Diario del conde Ciano siempre está presente una forma importante de rechazo a la alianza alemana, que no deja de crecer a medida que estos tienden a tratar a Italia de forma humillante. En su último escrito, el cual acabamos de citar, dedica buena parte a explicar que el “Pacto de Acero” y en general el Eje nunca fue una alianza auténtica. Alemania nunca escuchaba a Italia, y en el caso de Japón las distancias no ayudaban. Muy probablemente sea otra de las causas de peso por las cuales su derrota era inevitable (idea nuestra). Afirma: “No existía, a mi juicio, ninguna razón para ligarnos a vida y muerte con la Alemania nazi”; pero era inevitable la colaboración dice, “porque dada nuestra posición geográfica, uno puede y debe detestar a la masa de 80 millones de alemanes, brutalmente plantada en el corazón de Europa, pero no es posible ignorarla”.

En nuestros anteriores artículos a lo largo de esta serie en los que analizamos el papel de Italia, explicamos su incapacidad industrial y militar para enfrentar a las potencias occidentales. Incluso a naciones que decidían enfrentarla, tal como ocurrió con Grecia una vez que el Duce la invadió el 28 de octubre de 1940. Todo esto no desdice del enorme sacrificio y valentía de muchísimos de sus soldados en la Segunda Guerra Mundial, pero no estaban preparados y eso lo sabían muchos que por el autoritarismo fascista o emoción inicial no hicieron nada para evitarlo. Todo cambió de forma clara con las derrotas del Eje a finales de 1942 y principio de 1943. Una vez más el peso de la Batalla de Stalingrado fue determinante, y más aún cuando los alemanes culpaban a los italianos de este desastre por no defender sus flancos.

El Diario del conde Ciano a lo largo de toda la campaña rusa no deja de advertir en las posibilidades del desastre. El apoyo que dio Italia a los alemanes en el Frente soviético con su VIII Ejército o ARMIR (Armata Italiana in Russia) superó los 200.000 soldados y solo 60.000 pudieron huir de los cercos del Ejército Rojo entre noviembre de 1942 y enero de 1943, para que en febrero Mussolini los retirara a todos. El golpe moral de esta derrota fue enorme en la población y en la élite, una vez más se demostraba que su economía no tenía la fuerza para abastecer a sus combatientes de armas y equipos. Eso era lo que había ocurrido en el Norte de África desde la derrota en el Alamein el 3 de noviembre y desde ese momento el Eje no dejó de retroceder hasta perder Trípoli (la capital de la Libia italiana) el 23 de enero de 1943; y el 12 de febrero siguiente estaban arrinconados en Túnez en la llamada Línea Mareth. El conde Ciano escribe en su Diario el 29 de enero: “La única vía de salvación para Italia (…) es la de una paz separada. Esta es una idea que se va abriendo camino”.

Mussolini, sabiendo que Túnez caería pronto y el territorio italiano podía vivir la guerra en sus calles y ciudades, intentó convencer a Adolf Hitler de negociar con los soviéticos y de esa forma redirigir sus fuerzas a defender los frentes mediterráneos y francés. Ciano realiza un gran esfuerzo diplomático pero nada cambia de ideas al Fuhrer con su obsesión: Rusia. El 25 de febrero de 1943 en una extensa carta a Mussolini, el dictador alemán pone punto final a la discusión y le advierte que deben rechazar toda amenaza de ocupación angloestadounidense. Dos semanas antes, en medio de toda esta situación y el incremento del descontento de los italianos, Mussolini cambia su gabinete y asume varios ministerios él mismo incluyendo el de Exteriores. Es ese día que el conde Ciano escribe la última entrada de su Diario en su despedida del Duce,al dejar su cargo y después le dice que puede documentar “todas las traiciones de los alemanes” y que puede ayudarlo en un discurso… “Pero me escuchó en silencio”, recuerda. Finaliza escribiendo: “Le quiero, le quiero mucho, y la cosa que más ha de faltarme será el contacto con él”. A los once meses de esta declaración, el centro de su cariño lo mandará a fusilar.

No por dejarlo como conclusión es menos importante, pero el día de hoy (22 de febrero) se cumplen 80 años del juicio y ejecución de los hermanos Scholl (Hans y Sophie) junto a Christoph Probst; del que hablamos la semana pasada. Eran los primeros miembros de la organización de resistencia civil La Rosa Blanca en ser capturados y asesinados. Posteriormente, seguiría la persecución y encarcelamiento de buena parte de sus integrantes (sufriendo la pena de muerte la mayoría). Ellos son ejemplos de integridad y auténtico cristianismo para la juventud de todas las épocas.

En la película Sophie Scholl. Die letzten tage (Marc Rothermud, 2005) se muestra la que consideramos la mejor reconstrucción de los cinco últimos días de estos jóvenes valientes. En el falso juicio que presidió el inefable juez Roland Freisler, Sophie dirá: «Sabes tan bien como nosotros que la guerra está perdida ¿Por qué eres tan cobarde para admitirlo?». El testimonio más significativo con relación al sacrificio de La Rosa Blanca es el que ofreció una de las secretarias de Hitler en la película Der untergang/ El hundimiento (Oliver Hirschbiegel, 2004), y el cual les dejamos como tarea. Ahora, volvamos a escuchar las palabras que Hans Scholl gritó en el patíbulo y que son el compendio de su vida: «¡Viva la libertad!».