La Cumbre de las Américas, la reunión de líderes del hemisferio que se celebra cada cuatro años y esta vez se realizará en Los Angeles, pareciera ir rumbo al fracaso. El presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, amenazó con no asistir si Estados Unidos no revierte su decisión de excluir a Cuba, Nicaragua y Venezuela. Bolivia, Honduras y varios países del Caribe han dicho lo mismo. Y algunos medios han informado que el mandatario brasileño, Jair Bolsonaro, también está considerando ausentarse, aunque por motivos distintos.
Estados Unidos, pues, está organizando una cumbre a la que muchos países —incluyendo los dos gigantes de la región— podrían no ir, lo cual ha llevado a algunos a asomar la posibilidad de cancelarla para evitar un bochorno. ¿Qué explica este desastre? Parte de la culpa la tiene la Casa Blanca, que ha podido manejar mejor esta situación. Pero el principal culpable no es el presidente de Estados Unidos sino un grupo gobiernos latinoamericanos que, mostrando una vez más su falta de compromiso con la defensa de la democracia, decidieron solidarizarse con los líderes más autoritarios de la región.
Los errores de Estados Unidos no deben distraernos de una realidad más preocupante que subyace al fondo de esta controversia: cómo en América Latina se ha ido normalizando la indiferencia hacia los ataques a la democracia.
En su política hacia América Latina, Biden se ha beneficiado del contraste con su antecesor. Para muchos el solo hecho de tener a un líder que no está en guerra con su cuerpo diplomático, valora a los expertos y no toma decisiones impulsivas representa una mejora. Pero ser mejor que Trump no es una meta ambiciosa. Y lo cierto es que Biden, como muchos de sus predecesores, no se ha destacado en su política hacia la región.
Una prueba de ello es lo que está pasando con la cumbre. Es verdad que Biden no la tiene fácil. Su política hacia Cuba y Venezuela, por ejemplo, está limitada por consideraciones políticas internas, incluyendo la necesidad del partido demócrata de mantenerse competitivo en Florida, un estado electoral clave donde un porcentaje importante de los votantes hispanos son sensibles a cualquier acción de la Casa Blanca relacionada con estos dos países.
Pero su problema no es solo Florida. Reconociendo al gobierno interino de Juan Guaidó como la autoridad legítima en Venezuela, Biden no puede invitar al líder de facto Nicolás Maduro sin convertir su política hacia ese país en un amasijo de contradicciones e incoherencias. Pero si no invita a Maduro tampoco puede invitar a Cuba y Nicaragua. Y mientras excluya a más países, más probable es que los gobiernos de la región, muchos de los cuales albergan simpatías por Cuba o se vanaglorian de sus posturas antiimperialistas, se sientan tentados a sabotear la cumbre.
El equipo de Biden debe entonces hilar muy fino, manteniendo la coherencia de sus políticas sin espantar a los principales invitados de la reunión. Alcanzar este equilibrio requiere de un trabajo diplomático acucioso y Estados Unidos cuenta con poderosas armas de negociación, comenzando con el hecho de que es una superpotencia económica. No debería ser difícil convencer a los países de hacer lo correcto —no condicionar su presencia a la asistencia de tres dictadores— cuando se pueden ofrecer tantas cosas a cambio.
Pero lo cierto es que Biden ha fallado en esta labor. Y la razón no es solo su equipo sino la falta de equipo. En una docena de países de América Latina, un tercio del total, Estados Unidos aún no tiene embajadores. En siete de estos Biden ya nominó a embajadores que el Senado, donde el obstruccionismo se ha vuelto moneda corriente, todavía no ha aprobado. Tampoco se ha logrado instalar en el cargo al nominado como embajador de la OEA, un retraso lamentable porque esta organización tiene un papel importante en la planificación de la cumbre.
Algunos funcionarios de la administración culpan de esta situación al obstruccionismo republicano. Pero, como ya señaló el analista Christopher Sabatini, la Casa Blanca no ha liderado una ofensiva seria para que se aprueben estas nominaciones. El instinto para buscar soluciones creativas a los problemas pareciera haber sido desplazado por esa mezcla de desinterés, pasividad y resignación que caracteriza a las burocracias ineficientes.
La administración Biden, pues, ha cometido muchos errores. Pero ¿explicarían estos errores un eventual fracaso de la cumbre? Solo en parte. Un factor más determinante sería el comportamiento infantil de varios gobiernos latinoamericanos, que ahora quieren armar un berrinche porque Estados Unidos decidió solo invitar a los países democráticos.
¿Qué lleva a estos gobierno a sabotear la cumbre? Las motivaciones varían dependiendo del país. A AMLO, por ejemplo, lo mueve una mezcla de simpatía por Cuba y nacionalismo antiestadounidense, mientras que a Bolsonaro, que se lleva mal con la izquierda, no le interesa defender a Venezuela o Nicaragua sino probablemente hacerle un desaire a Biden, con quien también tiene una pésima relación en parte porque este ha criticado las tendencias antidemocráticas del brasileño.
Pero más allá de estos matices, la realidad sigue siendo que varios gobiernos han condicionado su presencia a la asistencia de tres dictaduras impresentables. Y el argumento no es que aislar a estos regímenes hace más difícil promover cambios dentro de esos países. Lo que molesta a estos gobiernos es que la decisión de excluir a las dictaduras provenga de Estados Unidos. Muestran más indignación por esta supuesta imposición de la Casa Blanca que por los crímenes que estas dictaduras cometen a cada rato contra sus propios ciudadanos.
El septiembre pasado se cumplió el vigésimo aniversario de la Carta Democrática Interamericana. En 2001 treinta países crearon en Lima este instrumento político destinado a la defensa colectiva de la democracia en el hemisferio. Desde entonces esta carta no ha servido de mucho porque los presidentes no han querido aplicarla cuando ocurren atentados graves contra la democracia. Pero sería una señal de su casi absoluta irrelevancia si la cumbre se suspende porque un grupo de gobiernos decide que nada de lo que se pueda alcanzar en ella es más importante que solidarizarse con un triunvirato de tiranos.