Es posible que los nervios en el despacho de Brian A. Nichols, subsecretario de Estado para el Hemisferio Occidental de la administración Biden, ya estén cundiendo y prendiendo ciertas alarmas ante el pretendido éxito de la IX Cumbre de las Américas, que se celebrará en la ciudad de Los Ángeles, del 6 al 10 de junio de este año.
Gobiernos latinoamericanos y caribeños, algunos de la “izquierda irredenta”, siempre fascinados por aquello de hacerle oposición automática a todo lo que venga de Estados Unidos; y otros tantos movidos por intereses económicos y políticos prácticos, han estado coqueteando con la idea de no asistir al evento continental. Esta vez la excusa –siempre hay una coartada– es la decisión de la Casa Blanca, aún sin oficializar, de no invitar al trio maravilla: Miguel Díaz-Canel, Daniel Ortega y Nicolás Maduro.
Hay una razón obvia expuesta por los voceros del Departamento de Estado: “Los países que no respetan la democracia no deben participar en la Cumbre de las Américas”. Pero, como ocurre en este mundo anegado de descaro, cada gobierno interpreta el concepto de democracia como mejor le parece, y para algunos socios alcahuetes la “pluralidad” en medio de las diferencias es mucho más importante que el registro de las ejecutorias de estos tres regímenes transgresores de los derechos humanos y de las libertades fundamentales.
¡Qué viva México!
El presidente de México, Andrés López Obrador, es el abanderado principal de la cínica solicitud al gobierno de Estados Unidos de incluir en su lista oficial de invitados a los dictadores de Cuba, Nicaragua y Venezuela, so pena de no participar personalmente en la Cumbre. Una suerte de chantaje con el cual pretende revertir la posición de la Casa Blanca.
Y obsérvese que ha buscado adeptos a su postura. En su gira reciente que lo llevó a varios países de Centroamérica (El Salvador, Guatemala, Honduras, Belice) y Cuba, no perdió la oportunidad de arengar a sus interlocutores, reiterando su llamamiento para “que la IX Cumbre de las Américas se consolide como un espacio plural, abierto e incluyente, en el que se escuche la voz del hemisferio, sin exclusión”.
Paradójicamente, alguien que habla de “inclusión” es el mismo que meses atrás propuso la disolución de la Organización de Estados Americanos y su sustitución por la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac), otro componente más de su visión que lo acerca, cada día más, y sin disimulo, a las políticas de sus socios autoritarios. Tan aburrido es López Obrador y tan ceñido a ese discurso de la izquierda trasnochada que para justificar su irreverencia y despropósito acude al típico comodín del respeto a los principios de la autodeterminación, independencia y soberanía de los pueblos. AMLO se escuda cómodamente en lo que concibe como la esencia y consecuente política exterior de México.
Pero su campaña no se detuvo allí. La semana pasada, en otro esfuerzo por aglutinar apoyos en torno a su postura, López Obrador habló a su colega de Bolivia, Luis Arce, y al parecer lo convenció de ratificar su decisión de no participar en la Cumbre si Estados Unidos no invitaba a todos los países del continente. A estas posturas de México y Bolivia se unió la presidenta de Honduras, Xiomara Castro, quien puso en duda su presencia por la exclusión del “trio de la discordia”.
Por supuesto que el presidente de Argentina, Alberto Fernández, no podía quedar fuera de la ecuación. En una posición un poco más delicada, en su condición de presidente pro tempore de la Celac, y en medio de una gira por Europa la semana pasada, se diferenció de sus pares ideológicos de México y Bolivia, al confirmar que sí asistiría a la Cumbre de Los Ángeles, no sin dejar claro su canciller, Santiago Cafiero, que el gobierno argentino había manifestado en una carta enviada a Antony Blinken el rechazo a la decisión de excluir a Nicaragua, Cuba y Venezuela. Nuevamente, como máximo representante temporal de la Celac, tenía que mostrar a su galería algo de firmeza frente a Estados Unidos.
El Caribe no se queda atrás
Quizás el golpe más duro que pudiera recibir Estados Unidos como anfitrión de la IX Cumbre de las Américas es la amenaza de los países de la Comunidad del Caribe (Caricom) de no asistir si no son invitados los tres de la discordia. Un anuncio preliminar de este grupo de países así lo hizo saber, pero no es difícil suponer las fuertes presiones que deben estar emanando desde Washington. El presidente de turno de Caricom, John Briceño (Belice), lo confirmó recientemente. Por cierto, este señor fue uno de los mandatarios visitados por López Obrador durante su gira reciente por Centroamérica.
Y no ha sido únicamente AMLO el que ha echado leña al fuego. Nicolás Maduro, muy como quien no sabe nada, ha querido aportar su humilde contribución. El pasado 25 de abril se reunió con el primer ministro de San Vicente y Las Granadinas, Ralph Gonsalves -quien, por cierto, había permanecido unos días en Venezuela recibiendo tratamiento médico se presume por cuenta de las diezmadas arcas del Estado-, para informarle que su gobierno había decidido condonar la deuda de ese país con Petrocaribe (70 millones de dólares). Como ñapa, también le anunció la donación de viviendas para la “pobre isla”.
Gonsalves también tenía otras buenas noticias. “El bonachón” de Maduro le dijo que, en paralelo a esta ayuda, sus colegas del Caribe podían contar con el compromiso de Venezuela de reiniciar los acuerdos con los países miembros de Petrocaribe, lo que implicaría, entre otras concesiones, que todos sus miembros recibirían eventualmente un descuento de 35% en la venta de combustible.
Resulta claro para expertos en materia petrolera que las promesas de Nicolás Maduro son difícilmente realizables en un corto y mediano plazos, por la obvia situación de ruindad en la que se encuentra la industria energética venezolana. Condonar otras deudas, eso sí estaría dentro de sus opciones, sin importar las críticas nacionales que ello genere. En todo caso,lo que interesa a Nicolás con sus acciones y retórica es revivir, en el imaginario de sus interlocutores caribeños, la época dorada de Hugo Chávez. Les está enviando un mensaje que pretende hacerles recordar de qué lado deben estar las lealtades políticas, mientras el Caricom en su conjunto debe apresurarse en tomar una decisión que se entiende debe ser por consenso, sobre su participación o no en la IX Cumbre de las Américas.
Resulta difícil imaginar a este grupo de 15 países resolviendo no acudir a la cita de Los Ángeles. Aun así, resulta claro que los equipos diplomáticos de Joe Biden estarán sometidos a una gran presión y deberán poner un poco más de empeño durante estas escasas semanas antes de la Cumbre.
Quizás como pieza de cambio, y para asegurar la participación consensuada de los países del Caribe, el gobierno de Estados Unidos podría anunciar su decisión de no incluir tampoco en su lista de invitados al presidente interino de Venezuela, Juan Guaidó. Una incoherencia política que tal vez resuelva el impasse.
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