El bienestar es el estado de una persona que está bien, como la palabra lo indica. Vive y convive con tranquilidad y sosiego. Se puede extender el concepto al hogar y a la familia, a la comunidad y hasta a un país. Incluso en situaciones difíciles, de carencias materiales, por ejemplo, el bienestar puede estar presente, pues no es sinónimo de riqueza, ni de crecimiento económico, ni de consumo y con frecuencia es lo contrario.
Aquí bien significa conforme, estar es sentirse y también tener un sitio, un espacio, un lugar. Ambas palabras juntas como una sola dan idea clara de lo que persigue el desarrollo humano sostenible como lo llama el sistema de las Naciones Unidas, o el desarrollo humano integral como lo llama el humanismo cristiano.
Es importante para lograr ese estado de bienestar que las necesidades fundamentales están cubiertas a corto y mediano plazo, que se respire un aire de seguridad y confianza, y que el ambiente sea grato entendido como unas relaciones humanas respetuosas y contar con un saludable entorno natural.
No son entonces el consumo extremo ni las graves carencias compatibles con el bienestar. Por ello las sociedades que gozan de bienestar son muy igualitarias, los ricos no son tan ricos ni los pobres lo son tanto. La modestia sí es compatible, los excesos no, aun cuando la sociedad de la codicia da tanta publicidad al consumo.
Pero el mundo sigue midiendo el desarrollo de una comunidad o un país por tamaño o el crecimiento de su PIB (producto interno bruto), existiendo ya cientos de publicaciones que demuestran que eso no es un buen indicador. Los promedios esconden realidades muy extremas, incompatibles con el bienestar.
Mejores son el Índice de Desarrollo Humano del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), el Índice de Progreso Social de la organización sin ánimo de lucro Progreso Social Imperativo basado en los conceptos de Amartya Sen, Douglass North y Joseph Stiglitz. También están los Indicadores de Desarrollo Mundial (WDI) suministrados por el Banco Mundial, los del cumplimiento de los Objetivos del Desarrollo Sostenible y algunos otros que consideran la situación económica de la gente, la de salud, educación, vivienda, esperanza de vida al nacer, desigualdad e incluso indicadores sobre libertad económica, transparencia en los organismos públicos, confianza en personas e instituciones y muchos otros.
Todo esto tiene una evidente lógica: “No sólo de pan vive el hombre”. La supervivencia no es sólo vivir, sino vivir bien, es decir, el bienestar. Ahora, para ello la persona humana requiere un entorno que le respete su dignidad, un hogar donde pueda robustecer su identidad, un lugar y una comunidad donde pueda desplegar sus capacidades.
Sólo en libertad, en democracia y en justicia esas condiciones se dan con elevados grados de seguridad. Por ello sean los indicadores que sean que contemplen algo más que el PIB, nos dicen que los países donde las personas puedan vivir en bienestar son aquellos que tienen altos indicadores de libertad y democracia.
En esos países se despliegan los valores que conforman la cultura del bienestar: confianza, solidaridad, participación, igualdad ante la ley y equidad ante las oportunidades. Todos esos valores conforman círculos virtuosos que refuerzan el bienestar. Por ello, para generar y mantener el bienestar es necesario cuidar la libertad, para que la democracia se fortalezca; y cuidar la calidad de la democracia, para que no se debilite la libertad.