Recientemente, llena de emoción, abrí un enlace de un artículo publicado el 10 de marzo en El Nacional, pues su título mencionaba a los animales que estudio incansablemente desde hace décadas: “Murciélagos”. Y pese a esa emoción inicial que me embargaba, quedé atónita y desilusionada después de leerlo.
Luego, el respeto y afecto por mi país, por mi institución, pero sobre todo por la difusión de la verdad, a través de contenidos serios y bien fundamentados, me lleva a escribir estas líneas, con las que espero persuadir al lector de informarse de fuentes objetivas para contrarrestar lo sostenido sobre los murciélagos en artículos como ese, pues mucho desinforman y ello resulta potencialmente catastrófico para la naturaleza.
A pesar de que comparto la tristeza, sensación de desolación e impotencia que siente quien escribe y la que podrían sentir muchos de quienes amamos los espacios de nuestra Facultad de Ciencias de la Universidad de Los Andes, jamás me atrevería a inferir juicios sobre las investigaciones que hacen los demás, especialmente cuando desconozco lo que hacen. Y aún si manejo información sobre lo que hizo alguno de ellos, no me atrevería a parafrasearla de una manera descuidada y mucho menos a generalizar. Pero, más importante aún, nunca me atrevería a escribir sobre campos científicos que desconozco. En el artículo «Murciélagos» se sostienen ideas muy preocupantes.
En primer lugar, hasta el día de hoy, no se ha demostrado con una prueba científica contundente que los murciélagos transmitan el virus SARS-CoV-2 que nos azota, tal y como se afirma de manera ligera e irresponsable, de la siguiente manera: “…Mientras tanto, el resto del mundo se afana y se desespera luchando contra un virus que transmitieron los murciélagos, en alguna región remota”. Esto es además de falso y desinformativo, potencialmente catastrófico.
Son incontables los casos, a nivel mundial, en los que los humanos, actuando irracionalmente, enceguecidos y desinformados por ciertos medios de comunicación que los señalan como causantes de la actual pandemia, acaban con centenares de murciélagos, quemando individuos o destruyendo colonias completas, sin saber, ni entender, que son indispensables para el medio ambiente y para nuestra propia existencia. Justamente por repetir falacias, se ha causado y se causará que decenas de miles de murciélagos estén siendo exterminados, sin razón.
En segundo lugar, pregunto, ¿cuál es la evidencia científica para señalar que las zoonosis asociables a murciélagos son las más frecuentes? Parece que resulta más fácil y cómodo culparlos en lugar de investigar, analizar y entender cada situación particular. Los murciélagos no son, como se afirmó en el artículo, “un vehículo ideal para transmitir virus que aprenden a infectar a la gente”. Sin duda se trata de una aseveración descuidada y carente de toda objetividad y fundamento. De ser cierta, entonces yo misma debería estar muerta, o gravemente enferma, pues tengo 30 años manipulando murciélagos en las diversas líneas de investigación donde he participado para desarrollar trabajos científicos durante mi licenciatura, maestrías, doctorado y posdoctorado.
Nuestra Facultad de Ciencias de la Universidad de Los Andes no es peligrosa por tener murciélagos, más de lo que sería por tener palomas, ratas y cucarachas. Los juicios emitidos en un artículo de opinión relajada, y no fundamentada, sólo contribuirá a promover situaciones desoladoras y catastróficas para un grupo de animales históricamente afectado, no solo por las actividades devastadoras de los humanos, sino por prejuicios, predisposición y desinformación. Cada vez que un artículo como ese se publica, el esfuerzo que realizamos quienes estudiamos murciélagos a nivel mundial para descubrir más sobre estos fascinantes mamíferos, sufre un enorme retroceso.
Personalmente, tengo décadas educando a las personas, y un año de pandemia, encerrada, dando charlas a través de Internet (https://www.youtube.com/watch?v=34IuPNmGzy4) y entrevistas de prensa (https://www.prensa.com/impresa/vivir/murcielagos-cargan-con-la-culpa-de-la-pandemia/), justamente para informar a las personas que el virus causante del Covid-19 no lo transmitieron los murciélagos. El origen exacto del virus permanece incierto pues aún se busca el reservorio (https://www.youtube.com/watch?v=i1WwtO0ActU).
La evidencia actual señala que el SARS-CoV-2 ha sido aislado exclusivamente en humanos. Nosotros, los humanos, podemos pasar el virus a otros animales y eso podría tener consecuencias muy graves, pero muy pocos hablan de eso. Entonces, ¿por qué se culpa a los murciélagos? Se les culpa porque hay una especie de murciélago en China –una sola especie, de un total de 1.432 especies de murciélagos en el mundo– con otro coronavirus propio, que alguien comparó con el aislado en los humanos. Sin embargo, al compararlo con el SARS-CoV-2 resultó ser que su región RBD de “anclaje celular” de la proteína S, determinante para la invasión celular, no le permite infectar células humanas.
Entonces, ¿por qué todavía se insiste en la vinculación de la enfermedad del Covid-19 y los murciélagos? Porque los dos coronavirus tienen una similitud general en la secuencia de genes, pero, ¡vamos!, ¡se sostiene que los chimpancés y los humanos somos 99% similares en un contexto genético y nadie los confunde cuando los tiene en frente! La similitud en este caso es evidencia de que son organismos emparentados, como lo serían dos mariposas, o dos peces, distintos, pero no indica estrictamente que uno le dio origen al otro. De hecho, el coronavirus estudiado en el murciélago se diferenció del SARS-CoV-2 hace 40-70 años, por lo cual no hay forma de que el patógeno humano provenga directamente del virus del murciélago comparado.
Por otro lado, debo confesar que me resulta sumamente triste que quién lea ese artículo quizá asuma que en la investigación científica de murciélagos en la Universidad de Los Andes “los biólogos los metían en una licuadora y hacían unas pastillas …”. Como profesora titular e investigadora de murciélagos del Departamento de Biología de esa institución, puedo asegurar que jamás he licuado uno. De cierta manera, me ofende una suerte de difamación involuntaria al generalizar sobre las investigaciones que “hicimos los biólogos de murciélagos” en la Universidad de Los Andes.
Es lamentable que no se sepa en realidad lo que hacemos los biólogos que estudiamos murciélagos en esa institución. Tendría que escribir otro artículo contando los fascinantes hallazgos sobre el comportamiento y las estrategias de los machos de murciélagos para atraer hembras en total oscuridad, y que he logrado no sólo por mi paso por la Universidad de Los Andes, sino por la Universidad Simón Bolívar, Boston University, el Smithsonian Tropical Research Institute y más recientemente como National Geographic Explorer.
Finalmente, en el artículo también se señala que nuestra Facultad de Ciencias está invadida por murciélagos. Al respecto solo puedo decir que, dentro del dolor profundo y permanente que me causa la situación crítica de las universidades del país, los murciélagos ocupando los espacios ahora sin gente, de una institución con un pasado extraordinario, y un potencial enorme, como la Facultad de Ciencias de la Universidad de Los Andes, también me recuerdan a la naturaleza resiliente, retomando los espacios de áreas abandonadas de Fukushima. Cuando los humanos desaparecemos, la naturaleza empieza a sanar, al intentar retomar su lugar.
Invito a todos a no difundir información imprecisa y tergiversada sobre los murciélagos, pues ésta sólo producirá daños irreversibles a los ecosistemas que ellos mantienen, al ser en muchos casos los principales polinizadores de flores, dispersores de semillas y biocontroladores de poblaciones de insectos considerados dañinos para cultivos o transmisores de enfermedades. En este sentido, los culpables serán siempre los humanos, que se han dedicado a deforestar sin control y a acabar con cuanto animal les pasa por enfrente. El daño causado a los murciélagos inevitablemente se revertirá sobre los humanos y cualquiera que haya colaborado inconscientemente en desinformar, será responsable de eso. La desinformación nos hace partícipes y hasta cómplices de catástrofes actuales y futuras.
Estudiar a los murciélagos sin prejuicios, me llevó a alcanzar una educación fundamentada y objetiva, y me enseñó que todos podemos usar nuestro sentido común de preservación y tratar de entender que todos los seres vivos del planeta compartimos un destino en el que estamos conectados.