OPINIÓN

La culpa es de la derecha

por Ramón Pérez-Maura Ramón Pérez-Maura

Tengo un buen amigo que gusta decir y repetir que «el problema de España es que los vencedores de la Guerra Civil no tienen herederos». Y a eso, los derrotados en la Guerra Civil española, van sacándole partido a diario. En verdad somos el único país que yo conozco en el que los hijos de los que ganaron la guerra se avergüenzan y los que la perdieron están tan orgullosos que se creen capaces de convencernos de que en realidad la han ganado ellos. Y nunca se entra en ese debate porque se tiene miedo al más fácil insulto que existe: «¡Fascista!» que sirve para casi todo, lo que en verdad quiere decir que no significa casi nada.

Mi familia no tuvo un papel relevante ni en el alzamiento, ni en la guerra propiamente dicha. Todo lo más alguna ayuda económica menor de mi bisabuelo Gabriel Maura en la primera hora de la guerra. Pero en cuanto comprendió que el objetivo de Franco no era el retorno del Rey Alfonso XIII, el duque de Maura se apartó y ya en 1938 empezó a escribir de forma crítica hacia Franco, lo que le costaría varias citaciones ante el Tribunal de Orden Público. Hasta su muerte su lealtad siempre estuvo junto a Don Juan.

Como magnífico historiador que fue, jamás hubiera tolerado la insultante Ley de Memoria Democrática que pretende borrar la verdad de la historia. Se puede tener una visión positiva o negativa de cualquier acontecimiento histórico. Lo que jamás se puede hacer es negar que sucedió lo que sí ocurrió. Porque en algún momento de la historia quien será descalificado es quien ahora actúa como los talibanes borrando otras culturas.

Quienes se han empeñado en cambiar nombres de calles y en borrar cualquier simbología del franquismo harían bien en tomar ejemplo del general Franco. Con perdón. Durante los 39 años de su régimen a nadie se le ocurrió quitar de las paredes del Congreso de los Diputados el cuadro de Diego Martínez Barrio, que fue presidente de esa cámara. Y no se quitó porque no se puede negar que Martínez Barrio presidió las Cortes. Además de eso fue masón, presidente y vicepresidente del Consejo de Ministros, presidente interino de la Segunda República Española y presidente de la Segunda República Española en el exilio. Pues ni cuando seguía luchando contra el régimen del general Franco desde Francia y hasta su muerte en 1962 se retiró su retrato.

En España son contados los descendientes de los altos cargos del franquismo que hayan dado alguna batalla para reivindicar el honor y el servicio de sus mayores. Recientemente hemos tenido el buen ejemplo del nieto del conde de Jordana que ha pleiteado y ganado contra la retirada del cuadro de su abuelo, que fue ministro de Asuntos Exteriores en dos ocasiones y creador de esa Escuela Diplomática que la «memoria democrática» debe pretender que fue creada por el Espíritu Santo.

Las batallas que siempre se pierden son las que no se dan.


Artículo publicado en el diario El Debate de España