Subimos la empinada cuesta de enero con motivos suficientes para ser optimistas, gracias a los trabajadores en general y los educadores en particular, y a sus movilizaciones del 9 y el 16 de enero pasados —«mientras haya maestros de pie, no habrá pueblos de rodillas», sentenció José Martí—, y, a contracorriente, el régimen y la oposición post interinato se precipitan al barranco del rechazo: en el fondo son anverso y reverso de una misma moneda.«En los últimos 7 días», leí el jueves, «se registraron protestas en casi todo el país. Miles de trabajadores, la mayoría del sector público, exigen aumentos salariales porque el sueldo mínimo fijado por el gobierno de facto no llega a 7 dólares mensuales, y una familia necesita 50 veces ese monto solo para comer»; sin embargo, Nicolás Maduro pidió a los trabajadores manifestar en contra de las sanciones impuestas a él y a sus enchufados por Estados Unidos. Su cinismo es solo comparable al de Rafael Ramírez Carreño.
A objeto de minimizar con una dosis de desfachatez su desplome sin retroceso en el abismo de la ignominia, el ministro del poder popular para el rebusque milmillonario con el petróleo y presidente de la Pdvsa roja rojita durante la regencia de Hugo el redentor y el lechazo de Nicolás el afortunado, pretendió sentar cátedra con más de lo mismo acerca del tejemaneje operativo y financiero de Chevron, en entrevista publicada en El Nacional, distorsionando a su antojo y conveniencia hechos y cifras. Gustavo Coronel juzgó conveniente auscultarla, pues considera al declarante «uno de los cuatro funcionarios principalmente responsables de la gran tragedia económica, política y social de Venezuela durante este siglo XXI, junto con Hugo Chávez, Nicolás Maduro y Vladimir Padrino López. Su refutación al «conchudo» —de esta suerte le tachó Claudio Nazoa— fue no sólo oportuna, sino esclarecedora; leyéndola, termina uno viéndole el duro caparazón de Chelonoidis carbonaria, vulgo, morrocoy (a Ramírez, no a Coronel). Y aunque no éramos pocos, parió la abuela y entró a la tribuna este diario, Claudi(o)cante Fermín.
Claudio, siguiendo el ejemplo de Ramírez Carreño, seguramente participará en la carrera comicial a disputarse en 2024 —quizá, tal vez, no lo sé, puede ser, ya veremos—. No puede ser de otra forma porque continúa actuando como un inaprensible objeto de la codicia política de voz melosa, engolosinado hasta el empalago con la esquizoide conducta de quien quiere y afirma no querer encaramarse en la cima del poder. Su texto en torno a la sepultada presidencia transitoria —«¿Qué ha significado el interinato en Venezuela? Hay que hablar con la verdad». El Nacional 12/01/23— tiene un edulcorado toque de docto, arbitrario y taxativo cocorronazo y bastante de argumentum ad verecundiam o falacia magister dixit. De muestra, este botón: «Ese interinato ha sido la última modalidad de búsqueda del poder por parte de políticos, empresarios y grupos de presión que tienen dos décadas diseñando acciones fallidas que han traído frustraciones en las masas deseosas de cambio. El único legado que han dejado son el aumento de la conflictividad y el empeoramiento de la situación económica». En virtud de sus mixturas de modestia estudiantil y profesoral arrogancia, José Ignacio Cabrujas (1937-1995) lo pinceló en celebrada y remota crónica (27 de octubre de 1991) de esta guisa: «Más que un hombre, Fermín es una teoría, un sustituto del azúcar, un apotegma viviente y demostrable, aunque no demasiado tangible. La palabra es en su caso, sonido, frecuencia, kilohertzio básico. Los ojos enlomados, pestañudos, confieren a su rostro cierta serenidad hipnótica, cuando no un apreciable tono Valium que podría ser utilizado como despedida del canal 5, antes del Himno Nacional. Uno lo escucha y no se entera, porque en el fondo sería como pretender escuchar un gesto. Nada lo altera, nada lo irrita […]…el gesto Fermín se reduce a la sintaxis pura. Del sustantivo al adjetivo, del adjetivo al verbo, del verbo a la conjunción y de la conjunción al adverbio. Estamos ante una apología de la gramática, que ni el mismísimo bachiller Pelgrón en tiempos de Andrés Bello…» Nada ha cambiado: Claudio Eloy Fermín Maldonado aún interpreta, en modo antiparabólico y con la brechtiana técnica del verfremdungseffekt, el doble papel de doctor Jekyll y señor Hyde.
El 1° de mayo de 1957 se leyó en los templos del país una carta pastoral elaborada por el arzobispo de Caracas, monseñor Rafael Arias Blanco, en la cual, con el marco de la doctrina social del catolicismo como referencia, se detallaba acerbamente la precaria situación de los trabajadores. En una nación sometida a la censura informativa, las palabras del valiente sacerdote fueron clarín de libertad que avivó la chispa de la subversión e impulsó a la ciudadanía consciente a exteriorizar su rechazo al sátrapa de Michelena, último o penúltimo resabio del gomecismo. En sintonía con ese punto de inflexión en la lucha contra la tiranía, la Conferencia Episcopal Venezolana difundió recientemente una homilía en torno a la crisis política, social y económica del país; y, en la tradicional procesión de la Divina Pastora, primera advocación mariana en el calendario litúrgico, el obispo Victor Hugo Basabe citó fragmentos del documento, desatando la cólera del bellaco: «La Conferencia Episcopal Venezolana da lástima y asco… la Iglesia venezolana se aprovechó de la fe de los venezolanos en la procesión de la virgen de la Divina Pastora para dirigir discursos políticos… Esa jerarquía eclesiástica históricamente se ha puesto de espaldas al pueblo. Todavía no se ha dado cuenta de que actitudes de esa naturaleza han hecho que otras religiones acojan a tantos venezolanos, gracias a la política de los politiqueros de la Conferencia Episcopal, ahí no se salva uno». ¿De dónde sacó ese cabeza de chorlito, venido a menos en la jerarquía padrino-madurista, tan conjetural trasvase espiritual? «Cosas veredes, amigo Sancho, que farán fablar las piedras» —la frase no figura en El Quijote, pero encaja aquí sin dificultad—.
Mañana lunes se cumplen 65 años del derrocamiento de Marcos Pérez Jiménez y del restablecimiento de la democracia venezolana, tras dos días de una huelga general convocada por un organismo unitario, la Junta Patriótica, cuya actividad agitativa y propagandística concitó la insurgencia de las fuerzas armadas y precipitó la huida del dictador rumbo a República Dominicana a bordo de un avión DC-54 Skymaster, llamado la Vaca Sagrada, alguna vez exhibido en el Museo Aeronáutico de Maracay. Si a la palabra de la Iglesia, sumamos la voz de la Coalición Nacional de Trabajadores (as), llamando a protestar en todo el país, tendremos un auspicioso inicio de semana. Para burlar la hegemonía comunicacional bolivariana, circula en las redes sociales un video de la activista Elsa Castillo, invitando a participar en el evento contestatario. Copio, «ad pedem litterae», el contenido del mensaje: «Para la marcha del 23 de enero convocamos los trabajadores: Probablemente los partidos políticos también porque ese es su derecho… a convocar; pero le quiero pedir a los partidos políticos que, por favor, hagan un gesto: un gesto de desprendimiento por Venezuela, y que no se presenten con sus emblemas políticos en la marcha. Que sea una marcha de la civilidad. Que sea una marcha de todos esos los que amamos a una Venezuela distinta, una Venezuela libre, una Venezuela próspera, como esa que logramos en aquel 23 de enero y que vamos a conmemorar este 23 de enero con otra marcha, esperamos que con mucha más gente…» ¡A protestar, todos!
«Quienes no pueden recordar su pasado están condenados a repetirlo». Ojalá fuese un irrebatible axioma el aforismo de George Santayana y así mañana, parafraseando una canción de Joan Manuel Serrat, subamos la cuesta porque en las calles de Venezuela se prenderá la fiesta. ¿Se escucharán ruidos de sables? ¡Ojalá!
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