OPINIÓN

La crucifixión del profesor universitario

por Jeanette Ortega Carvajal Jeanette Ortega Carvajal

El respeto, los principios morales y éticos, son derechos y virtudes que deben preservarse. La base de un país próspero es la educación, si permitimos que la destruyan, tal como está ocurriendo en Venezuela, el hambre del alma, del cuerpo y de los conocimientos, despedazará nuestro presente y terminará por exterminar el futuro.

Esta historia ocurrió en la Universidad Central de Venezuela, la universidad pública más prestigiosa y antigua del país. Un amigo, quien asistía a un posgrado en la UCV, se sorprendió al ver a quien en un par de ocasiones fue su profesor. Físicamente estaba desaliñado, su ropa y zapatos roídos por el uso le daban un aspecto de abandono que no compaginaba con el hecho de que había obtenido su doctorado becado y con honores en Stanford, una prestigiosa universidad norteamericana. Su delgadez era alarmante y su palidez revelaba una anemia que confesó al aceptar una invitación a desayunar.

—Tengo la glicemia baja. No debería hablar de esto… Me da pena pero el salario no me alcanza y…

—Profesor –lo interrumpió su ex alumno- perdone la indiscreción pero, ¿cuánto gana usted?

—Pues… 30 dólares mensuales… Sí. Lo sé. Es injusto, vergonzoso y duro. ¡Un dólar diario! Eso recibimos los profesores que trabajamos en universidades de verdad como la UCV y en todas aquellas que son auténticas en Venezuela, no esas que andan inventando por ahí… incluso, no sé si lo sabes, pero muchos profesores jubilados están dando clases sin cobrar para tratar de suplir a tanto profesor joven que se ha ido y yo no critico a quienes se van. Los entiendo. Pero alguien tiene que quedarse y… pensar que cuando yo estaba recién graduado ganaba 3.410 bolívares, pero el dólar estaba a 4,30 y era estable. Con eso compré apartamento, carro, mantuve a mi familia, viajé, hice parrillitas y hasta podía comer en restaurantes.

—¡Qué increíble!

—Sí…increíble cómo el comunismo destruye y cambia la vida… Son años dando clases, años que me impulsan a seguir adelante y no quiero dejar de ser docente aunque ahora me siento cansado.

Mi amigo, al escuchar al profesor, no sintió lástima, ya que nadie que trabaje para sacar a flote a un país tan golpeado como Venezuela inspira ese sentimiento. Sintió rabia, indignación y admiración, eso sí, porque los profesores, en el área académica, son los nuevos próceres del país. Su diaria y estoica lucha en contra de quienes quieren controlar y someter a la juventud cercenando la verdadera educación, los hacen merecedores del digno título que en su época detentó Bolívar: libertador. En este caso, libertadores de la ignorancia combatiendo con la filosa espada del conocimiento.

A través de cientos de voces, el mundo ha escuchado historias deplorables que a diario ocurren en la Venezuela de hoy. Injusticias y torturas a las que jamás debemos acostumbrarnos por ser estocadas mortales contra la vida y la dignidad.

Es necesario sustentar la esperanza y protegerla de quienes, como estrategia para ejercer el dominio, pretenden destruirla. Si logran acabar con la esperanza, habrán triunfado. Porque al hacerlo debilitarán la fuerza y desaparecerá la unidad de quienes aún luchamos por una democracia que debemos recuperar.

La valiente casa que vence la sombra y no dudo que siempre lo ha hecho, hoy está triste. Veinte años de despotismo han logrado que temporalmente se cubra de oscuridad. Pero eso es transitorio porque, a pesar de las adversidades, existen personas como ese profesor universitario quien con esfuerzo alimenta el conocimiento, las esperanzas y los sueños de cada alumno a expensas de su propio sacrificio.

No hay palabras que nos permitan agradecerles a nuestros docentes permanecer impolutos en su labor en circunstancias tan complejas. No hay manera de pagarles. El tiempo demostrará que ese esfuerzo no ha sido en vano y será entonces, porque ese momento llegará, cuando el maravilloso vitral de Fernand Léger, en la entrada de la Biblioteca de la Universidad Central de Venezuela, vuelva a iluminar con la alegría de sus colores la vida de estudiantes y profesores.

Aquellos héroes quienes eligieron la docencia como profesión, el día de su grado, llenos de sueños y esperanzas, arrojaron sus birretes hacia las nubes de Calder y bajo el cielo del Aula Magna ofrecieron su vida para tallar estrellas con la luz del conocimiento. Su refulgencia es la que ilumina el pensamiento libre de un país democrático. La sombra, y eso lo veremos pronto, será vencida.