OPINIÓN

La crisis de los lugares

por Roger Chartier Roger Chartier

Carbajo & Rojo

En una entrevista concedida en 2019, Antonio Rodríguez de las Heras expresaba su preocupación por «la crisis de los lugares» suscitada por el nuevo mundo digital. Un año antes de la pandemia que le hizo morir, hacía hincapié en la necesidad de recuperar los lugares que permiten a los seres humanos compartir la misma experiencia en el mismo espacio y en el mismo tiempo. Así, la reflexión de este sabio cuya imaginación sobre las extraordinarias posibilidades del mundo digital no encontró límite, consistió en enfatizar la necesidad de la presencia, de la corporalidad y de los lugares en un mundo cada día más virtual.

En este mundo, lo que perdemos no es poco. Si pensamos con D. F. Mackenzie que «las formas materiales de los libros, los elementos no verbales de los signos tipográficos, la disposición del espacio mismo, tienen una función expresiva al transmitir significado», debemos subrayar los efectos de su desaparición o transformación en la textualidad digital. La cultura impresa está fundada sobre una jerarquía de los formatos que establece un orden de los libros distinguiendo entre los monumentales folios, los libros de mano y de bolsillo, y los formatos intermediarios –por ejemplo, el formato in-cuarto. Los discursos se distribuyen entre estos varios formatos según sus géneros, sus destinatarios y sus usos. La reproducción digital borra radicalmente la percepción de estas diferencias. El único formato es el de la pantalla del aparato electrónico sobre la cual el lector establece su propia jerarquía gracias al teclado que permite zoom o reducción. La miniaturización de los aparatos aumenta incluso la distancia entre el formato de los textos tal como fueron publicados y leídos y su percepción en el espacio virtual.

En los textos impresos, la página es la unidad básica propuesta para la lectura. No corresponde a una división textual, intelectual o estética, pero sí, a los momentos sucesivos del recorrido del lector. A pesar de la inercia del léxico, la pantalla no es una página. Como lo escribió Antonio Rodríguez de las Heras, debe concebirse como una lámina de agua o como un muro o, mejor dicho, la mirada de «un muro ilimitado que se extiende arriba, abajo, a un lado y otro de la pantalla». Un tercer elemento de la materialidad del libro es la encuadernación mientras que la «descuadernación» es una de las características fundamentales del mundo digital.

Entonces, debemos considerar que la conversión digital no transforma solamente la percepción de la materialidad de los textos, sino que modifica también nuestras maneras de leerlos. Es la primera vez en la historia de larga duración de la cultura escrita que se separan el objeto y el texto, la materialidad del soporte y el discurso que soporta. En el Siglo de Oro, la comparación del libro con el ser humano también expresaba esta indisociable relación ya que el libro tiene alma y cuerpo. En el siglo XVIII, fue pensada como la relación entre un objeto producido por el taller tipográfico y un discurso dirigido por el autor al público que lee. Con los aparatos del mundo digital (computador, tableta, móvil) esta vinculación ya no existirá nunca más.

Esta diferencia esencial tiene importantes consecuencias. La lectura digital habituada a la apropiación de textos breves transforma la relación entre el fragmento textual y la totalidad del discurso. En un libro impreso, la relación entre cada elemento (un capítulo, un parágrafo, una frase) y la totalidad de la obra se hace visible por la forma material del objeto. Cada fragmento se encuentra ubicado en su lugar y su papel en la narración, la demostración o la argumentación. En el texto electrónico, esta relación desaparece. El fragmento adquiere autonomía, independencia. Deja de ser un «fragmento» porque ser fragmento supone una totalidad a la cual pertenece o pertenecía. Debemos entonces desplazar el tema gastado de la «muerte del libro». Hoy en día, no se trata tanto de la desaparición del objeto material que resiste en los hábitos de los lectores de libros, sino del alejamiento de los lectores digitales de la forma de discurso particular que es el libro impreso, entendido como una arquitectura textual cuyo sentido está producido por las relaciones entre sus diferentes partes.

Lo más preocupante de la lectura digital moldeada por los hábitos de las redes sociales es la transformación del criterio mismo de la verdad. En la cultura impresa, establecer la verdad de una afirmación o información supone confrontarlo con otros, ejercer un juicio crítico, investigar para establecer su grado de autoridad y veracidad. En la lectura moldeada por las prácticas de las redes sociales, el criterio de verdad se encuentra inscrito dentro de la red misma. Se pierde la capacidad de juicio crítico cuando se desplaza criterio de verdad desde la comprobación crítica hacia una certidumbre o credulidad colectiva, producida por la confianza ciega en la red social o en el grupo de discusión. La tecnología digital se transformó así en el más poderoso instrumento de la difusión de las teorías más absurdas, las noticias falsas, las manipulaciones del pasado, las falsificaciones de la realidad, el odio, la intolerancia y el racismo. Es un peligro que amenaza el conocimiento y la democracia.

¿Es inexorable, inevitable, este temible porvenir? Quizás no, si mantenemos nuestros viajes en los lugares que procuran los espacios de las librerías, las estanterías de las bibliotecas o las páginas impresas. Estos viajes permiten descubrir lo ignorado, encontrar lo inesperado, resistir a la tiranía de los algoritmos. Como escribió Walter Benjamin, las técnicas producen efectos posiblemente contradictorios, que dependen de sus usos por parte de las instituciones y de los individuos. La digitalización del mundo es una magnífica realidad que, al mismo tiempo, puede ser una peligrosa pérdida si olvidamos los objetos y las prácticas que aseguran saberes y placeres borrados por las facilidades de las pantallas. Son también estos objetos y prácticas los que permiten tomar consciencia de los peligros nuevos llevados por la supuesta inteligencia artificial: la producción de falsificaciones que pueden pasar por auténticas, la composición de textos que son una forma moderna del plagio, el desarrollo de técnicas de identificación que destruyen privacidad y libertad de los individuos.


Roger Chartier es miembro del Collège de France y profesor de la Universidad de Pensilvania

Artículo publicado en el diario ABC de España