Luego de ser declarada “Zona de Paz”, la Cota 905 se ha convertido en una versión de la Zona de Distensión del Caguán, aquella extensa área en Colombia que el gobierno de Andrés Pastrana les entregó a los guerrilleros de las FARC para que la administraran, como símbolo del espíritu pacifista y conciliador del gobernante neogranadino. Todavía vivía Manuel Marulanda. Esa concesión no sirvió de mucho. Los irregulares comandados por alias Tirofijo siguieron en sus andanzas, hasta que Pastrana tuvo que admitir que su benevolente experimento había fracasado. Entonces, el enfrentamiento entre el Estado y los insurgentes volvió a ser abierto y sin tregua.
La Cota 905 fue declarada “Zona de Paz” por Nicolás Maduro. Extraña manera de llamar a un área convertida en refugio de todo tipo de delincuentes y de personajes que se consideran al margen de la ley, portan armas de guerra, impiden el acceso a los cuerpos de seguridad y se creen los señores de unos feudos del siglo XXI. Su figura emblemática, el Coqui, mantiene acosados a los habitantes de ese sector de Caracas, incluidos los agentes de la Guardia Nacional y la Policía Nacional. Su osadía lo llevó a intentar, hace pocos días, tomar por asalto el Comando General de la GNB y el Comando El Pinar de la PNB, ambos ubicados en El Paraíso. El objetivo era adueñarse de armas de guerra para incrementar su arsenal. Hasta donde se sabe, tanto la Guardia como la Policía repelieron los ataques.
Llama la atención que –a pesar de estos actos subversivos tan graves– el régimen de Maduro no les ha declarado la guerra frontal al Coqui y sus secuaces. La actitud de los cuerpos de seguridad ha sido esencialmente defensiva, no ofensiva. ¿Qué ocurre allí, pues el gobierno de Maduro no podría calificarse de pacifista y tolerante, al menos cuando de la oposición se trata?
En este momento el Ejército Nacional, comandado por el general Vladimir Padrino López, apoyado por la Fuerza de Acciones Especiales, la temible FAES, según señala el gobierno, libran un enconado combate con unos grupos disidentes de los disidentes de las FARC –los liderados por Iván Márquez y Jesús Santrich– porque esos guerrilleros pretenden moverse impunemente por el suroeste del país. Aspiran a entrar y salir del territorio nacional a su libre albedrío, como si Venezuela fuera territorio de nadie. Como si aquí no estuviera Padrino López, un soldado de la patria dispuesto a defender con su vida la soberanía nacional. La Victoria, en el estado Apure, a miles de kilómetros de Miraflores y de la capital, ha sido escenario de los enfrentamientos entre las fuerzas de seguridad nacional y los malhechores colombianos. El Ejército se desplazó hasta la frontera, pero no ha podido someter al Coqui y sus muchachos, que viven en Caracas. Raro, ¿verdad?
El régimen que comenzó con Hugo Chávez y continuó con Maduro, politizó e ideologizó a las Fuerzas Armadas. Las convirtió en el brazo armado de la autodenominada “revolución bolivariana”. Las puso a vociferar consignas antiimperialistas. Las sometió a la tutela de la dictadura cubana. Las hace gritar “Chávez vive, la patria sigue” y “Patria, socialismo o muerte”. Todo este desajuste fue perpetrado en pocos años. Consumada la deformación de la FAN, el régimen la convirtió en un instrumento para hostigar, perseguir y reprimir al pueblo y a la oposición. La obligó a proclamar “No volverán”, para referirse a la imposibilidad de que la oposición retorne al gobierno, en una república cuya Constitución consagra la alternancia en el poder.
Con la finalidad de reprimir las protestas populares y acorralar a la oposición democrática y pacífica, la FAN sí resulta muy eficiente, pero no para acabar con un grupo de forajidos cuya ubicación ha sido meticulosamente mapeada y que siembra terror entre los vecinos de las urbanizaciones aledañas a la Cota 905. ¿Por qué el gobierno les entregó esa área a los delincuentes? ¿Por qué renuncia a ejercer la autoridad, en este caso legítima, a unos pocos kilómetros de Miraflores? ¿Cómo entender este comportamiento en apariencia tan incongruente?
Aventuro la siguiente hipótesis: El Coqui y sus lugartenientes le sirven al régimen para mantener a la ciudadanía azotada, atemorizada y atrincherada en sus propias viviendas, incapaz de crear vínculos que le permita organizarse para luchar por sus propios derechos y reivindicaciones. La megabanda del Coqui es como un colectivo oficialista, pero más agresivo y letal. Más intimidante. El Coqui se comporta como esbirro del régimen, pero sin aparecer en la nómina del Sebin, de la FAES o de la Dgcim. Es un patriota cooperante, aunque esa no sea su intención real.
A un aliado tan útil como ese hay que dejarlo actuar. Esa podría ser otra de las recomendaciones de los cubanos.
@trinomarquezc
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