Retomamos hoy nuestras reflexiones de las pasadas dos semanas para entregar esta tercera y última parte del análisis que nos ayuda a comprender un poco más el actual conflicto en Europa oriental.
2014-2019: la contraofensiva de Putin
Putin ganó un tercer mandato como presidente de Rusia en 2012. A partir de entonces se movió rápidamente para recuperar y expandir su control nacional e influencia global. Pronto enfrentó una de las protestas contra el régimen más serias durante su tiempo en el cargo, cuando las manifestaciones masivas se reunieron contra la manipulación electoral percibida en las elecciones legislativas rusas de 2011 y las elecciones presidenciales de 2012. Miles protestaron contra la investidura de Putin para un tercer mandato presidencial en la plaza Bolotnaya de Moscú en Mayo de 2012. El Kremlin, a su vez, detuvo a cientos de manifestantes y procesó a decenas de ellos en lo que se conoció como el «caso de la plaza Bolotnaya”. Las protestas callejeras continuaron, pero en gran parte se extinguieron en Julio de 2013.
Vladimir Putin continuó presionando a la sociedad civil en nombre de la defensa de Rusia contra Occidente con la Ley de Agente Extranjero de 2012. La ley, que le otorgó la autoridad para expulsar a varias ONG estadounidenses de Rusia, fue uno de los primeros actos de su tercer mandato. La ley fue en parte una respuesta a la aprobación de la Ley Magnitsky por parte de Estados Unidos en 2012, la cual tenía como objetivo castigar a los funcionarios responsables de la muerte de Sergey Magnitsky, quien murió en prisión en Moscú después de investigar el fraude relacionado con funcionarios rusos en 2009.
La Revolución Euromaidan de 2014 en Ucrania fue un importante acelerador de la agresiva agenda internacional de Putin. Euromaidan representó el temor fundamental de Putin a perder el control sobre sus vecinos, pero también le presentó una oportunidad para realizar sus objetivos de política exterior de larga data en el espacio postsoviético. En 2014, Putin desplegó las Fuerzas Armadas Rusas para ocupar la península de Crimea en Ucrania a petición de la población de dicha región. Posteriormente, se organizó un referéndum para decidir la suerte de Crimea y luego del resultado anexar la misma a la Federación de Rusia. Putin buscó en parte proteger la base naval estratégica de la Flota del Mar Negro en Sebastopol, que no tenía adónde ir si Kiev cancelaba su trato con Rusia. Putin también temía que el nuevo gobierno de Ucrania presionara para unirse a la OTAN. Por lo tanto, apoyó a la insurgencia separatista de la región del Donbas con el objetivo de afirmar el control sobre la política de Kiev. Putin enmarcó el apoyo externo a las protestas como «cruzar la línea» por parte de Occidente. “Nos han mentido muchas veces”, dijo Putin en su discurso sobre la unión de Crimea con Rusia a la Asamblea Federal Rusa en 2014. “Han tomado decisiones a nuestras espaldas, nos informaron después del hecho. Esto sucedió con la expansión de la OTAN hacia el Este, así como con el despliegue de infraestructura militar en nuestras fronteras. Seguían diciéndonos lo mismo: Esto no te concierne”.
Putin también lanzó una intervención militar en Siria en septiembre de 2015. Su objetivo era evitar que se repitiera lo de Irak y Libia, donde la inacción de Rusia resultó en la pérdida de valiosos clientes en el Medio Oriente. Putin no tenía la intención de perder a otro de los aliados restantes de Rusia cuyos lazos se remontaban a los tiempos de la Unión Soviética. También buscó los beneficios prácticos de las bases aéreas y navales estratégicas en el mar Mediterráneo Oriental, así como una mayor influencia diplomática en el Medio Oriente. Estados Unidos no perseguía coherentemente un cambio de régimen contra el presidente sirio Bashar al-Assad, centrándose en cambio en la estrecha lucha contra ISIS en Irak y Siria. Sin embargo, Putin rechazó los matices de esta política. Desplegó aviones de combate y fuerzas especiales para sostener una campaña aérea y una misión de asistencia terrestre en apoyo de Assad y sus aliados en Irán (incluidas las fuerzas de combate del Cuerpo de la Guardia Revolucionaria Islámica de Irán y el Hezbolá libanés). Enmarcó su campaña como una lucha contra el terrorismo, presentándose como un socio regional efectivo y un mediador de la paz. No obstante, el Kremlin enfatizó que Assad era el “único poder legítimo” en Siria y legitimó su propia intervención militar como una solicitud formal del soberano gobierno de Siria.
Putin continuó enmarcando sus acciones como un requisito para la soberanía de Rusia: “A veces pienso que tal vez sería mejor para nuestro oso quedarse quieto, en lugar de perseguir cerditos en el bosque y comer bayas y miel en su lugar. Quizá dejen a nuestro oso en paz. Ellos no. Porque siempre tratarán de ponerlo en una cadena… Le arrancarán los colmillos y las garras. Una vez que le han arrancado las garras y los colmillos, el oso ya no es necesario. Harán un animal de peluche con él… No se trata de Crimea. Estamos protegiendo nuestra soberanía y nuestro derecho de existir”. Este sentimiento refleja una de las narrativas más tempranas y centrales de Putin: Rusia debe reafirmarse para mantener su soberanía. Putin también ha enmarcado las sanciones como un esfuerzo de Occidente para castigar el creciente “poder y competitividad” de Rusia. El Kremlin a menudo afirma que históricamente Rusia ha sido castigada cuando “se puso de rodillas”. Argumenta que Putin es objeto de desprecio internacional no por su interferencia extranjera sino por su resistencia a Occidente. Putin también siguió acusando a Estados Unidos de interferir sistemáticamente en los asuntos internos de Rusia. La última Estrategia de Seguridad Nacional Rusa identificó la “actividad de inteligencia por parte de servicios especiales y organizaciones de Estados extranjeros” como una de las principales amenazas a la seguridad nacional que enfrenta Rusia.
Putin ha argumentado que su régimen está siendo el chivo expiatorio de las fallas internas en Estados Unidos y Europa. El Kremlin acusa a Occidente de utilizar a Rusia para justificar gastos de defensa adicionales o sus fracasos en política interior y exterior. Condenó a la OTAN por inventar “amenazas imaginarias y míticas como la amenaza militar rusa… Es agradable y, a menudo, rentable presentarse como defensores de la civilización de algunos nuevos bárbaros, pero Rusia no planea atacar a nadie”. Putin ha enmarcado la aprobación de la Ley Magnitsky como impulsada por una presión interna constante en Estados Unidos para adoptar leyes dirigidas a Rusia, que Estados Unidos usó a Rusia como excusa para justificar su propia decisión unilateral y planeada desde hace mucho tiempo de suspender su participación en el Tratado de Fuerzas Nucleares de Alcance Intermedio en 2019.
El presidente ruso ha impulsado una narrativa del declive acelerado de Occidente. Putin atribuye tendencias globales, como el auge del populismo, al fracaso de los actuales modelos de gobierno en los que los ciudadanos pierden la confianza en sus líderes y el valor de la democracia. “Incluso en las llamadas democracias desarrolladas, la mayoría de los ciudadanos no tienen ninguna influencia real en el proceso político y ninguna influencia directa y real en el poder”, declaró Putin en 2016. Agregó que “no se trata de populistas… la gente común, los ciudadanos comunes están perdiendo la confianza en la clase dominante”. El Kremlin refuerza estos ataques a los procesos democráticos como parte de su esfuerzo por proteger su régimen contra una revolución interna, así como su campaña global para socavar las instituciones democráticas rivales en Occidente.
El Kremlin enmarca todas sus campañas como medidas defensivas que forman parte de un intento por restablecer el equilibrio en las relaciones internacionales. El Kremlin justifica sus acciones como una respuesta a cualquier cantidad de provocaciones, escaladas y acciones paralelas por parte de Estados Unidos y la OTAN. “Por supuesto que debemos reaccionar ante la acumulación militar de la OTAN. ¿Cómo?, con lo mismo que usted y, por lo tanto, construyendo un sistema antimisiles multimillonario o, en vista de nuestras posibilidades económicas y financieras actuales, desarrollando una respuesta asimétrica… Estoy completamente de acuerdo si dice que la Iniciativa de Defensa Estratégica no está dirigida contra nosotros, al igual que nuestras nuevas armas no están dirigidas contra ustedes”, declaró Putin en 2017. Putin a menudo enfatiza que Rusia está abierta a las asociaciones y nunca busca la confrontación con sus “socios en el Este o el Oeste”.
2019 y más allá
“Nadie nos escuchó entonces. Así que escuchen ahora”, afirmó en su discurso ante la Asamblea Federal Rusa en 2018 mientras mostraba un video de las nuevas capacidades nucleares desarrolladas por Rusia. Los objetivos centrales de Putin permanecen constantes: la preservación de su régimen, el fin de la hegemonía global estadounidense y la restauración de Rusia como una fuerza poderosa y temida a tener en cuenta en el escenario internacional. Algunas de sus actividades de política exterior son puramente pragmáticas y están dirigidas a obtener recursos. Otros están destinados a fines domésticos y no tienen nada que ver con Occidente. Sin embargo, la mayoría se justifican como respuestas a supuestas amenazas, agresiones, mentiras e injerencias de Occidente.
Putin puede creer que se está acercando a su objetivo de un sistema internacional multipolar. “Todo se está restaurando, el mundo se está volviendo, si no se ha vuelto ya, multipolar”, afirmó en 2018. Todavía no ha ofrecido la visión de sus próximos objetivos en este nuevo orden, pero es casi seguro que implicarán más reducciones en las operaciones globales de Estados Unidos y sus aliados.
A manera de conclusión
La asertividad de Putin se ha visto acelerada o atenuada por varios factores a lo largo del tiempo, incluida su confianza en su control interno del poder, su estabilidad económica, su dependencia de Occidente y su percepción de la libertad disponible para actuar libremente en el escenario mundial sin mayores contratiempos.
Las acciones de Occidente fueron un factor, pero no el motor principal, en la política exterior de Putin. Estados Unidos intentó mejorar las relaciones con Rusia varias veces después del colapso de la Unión Soviética. No obstante, podría decirse que Putin se volvió más asertivo durante la administración de Obama, incluso cuando Estados Unidos tomó medidas enérgicas para hacer las paces con Rusia, incluida la suspensión de los planes para construir un escudo de defensa antimisiles en Polonia. Occidente dudó durante años en imponer sanciones a Rusia por sus repetidas violaciones de las leyes y normas internacionales, incluida su invasión de Georgia en 2008 y sus ataques cibernéticos a Estonia. Occidente comenzó a imponer sanciones a Rusia solo gradualmente después de persistentes violaciones de derechos humanos como la muerte de Sergey Magnitsky o indiscutibles agresiones como la ocupación de la Península de Crimea. No fue hasta las acusaciones de interferencia del Kremlin en las elecciones presidenciales de Estados Unidos de 2016 cuando se afianzó la matriz de opinión en mayoría de los estadounidenses de la amenaza total que para ellos representa Rusia.
Mientras que Estados Unidos se centró en gran medida en otros lugares, Putin intensificó su postura militar global, convirtió sus problemas internos en Occidente como chivo expiatorio y utilizó la narrativa de la interferencia extranjera para justificar controles más estrictos sobre los rusos en Rusia. Putin, en particular, casi nunca ha usado una retórica similar contra China, lo que podría decirse que presenta uno de los mayores desafíos de seguridad nacional para Rusia. China continúa expandiendo su influencia en lugares que, según Putin, están más allá de sus «líneas rojas»: la antigua Unión Soviética y la propia Rusia. Sin embargo, Putin continúa condicionando a su población para que se defienda de la OTAN, una alianza que actualmente lucha por persuadir a sus miembros de que dediquen el dos por ciento de su producto interno bruto al gasto militar.
El comportamiento de Occidente no ha alterado los principios fundamentales que guían el pensamiento de la política exterior de Putin, que se ha mantenido prácticamente sin cambios desde 2000. Putin cree que Rusia es una gran potencia que tiene derecho a sus propias esferas de influencia y merece ser tenida en cuenta en todas las decisiones clave. Afirma que la verdadera desviación de la norma fue el momento de debilidad de Rusia en la década de 1990 y que Rusia simplemente está resurgiendo al lugar que le corresponde en el sistema internacional.
Muchos de los principios de Putin son incompatibles con el orden basado en reglas y la cosmovisión de Occidente.
El concepto de soberanía nacional de Putin, por ejemplo, a menudo está en desacuerdo con la soberanía de otras naciones. Los Estados europeos disfrutan del derecho soberano de unirse a la OTAN. Muchos de ellos tienen preocupaciones de seguridad legítimas sobre una Rusia resurgente. Putin, sin embargo, no ve a muchos de estos Estados como verdaderamente soberanos. El Kremlin a menudo describe a los Estados más pequeños como gobernados externamente o demasiado débiles para tener una agenda de política exterior. Por esta razón, a menudo percibe las revoluciones o las inflexiones internas significativas en el espacio postsoviético y más allá como acciones subversivas de Occidente en lugar de movimientos populares alimentados por agravios legítimos. El Kremlin cree que debe mantener el control sobre sus vecinos y preservar o expandir sus históricas esferas de influencia. Su retórica contra la OTAN se trata menos de su miedo a una amenaza militar directa y más de su miedo a perder su poder e influencia. Putin a menudo enmarca las violaciones de la soberanía de otros como una defensa de la suya.
Putin también pretende deslegitimar el concepto de intervención humanitaria articulado por Occidente. Coloca sus principios de soberanía estatal por encima de las preocupaciones humanitarias y afirma que los gobiernos legítimos tienen derecho a resolver sus asuntos internos independientemente de la presión externa. El Kremlin a menudo enmarca cualquier intento occidental de criticar el historial de derechos humanos de Rusia o el de sus aliados y clientes como una interferencia en los asuntos internos soberanos.
Putin a veces invierte esta regla y justifica su interferencia externa por motivos generales de derechos humanos. Rusia a menudo se reserva el derecho de actuar contra gobiernos extranjeros para proteger a los rusos étnicos. Un ejemplo clave es la Península de Crimea. Rusia intervino militarmente y organizó un referéndum para anexar Crimea a Rusia bajo la supervisión de las Fuerzas Armadas rusas. El referéndum y la posterior ocupación no cambiaron el estatus de Crimea según el derecho internacional; hasta el día de hoy, Crimea sigue siendo parte legal de Ucrania pues la comunidad internacional no ha reconocido tal anexión. Putin, sin embargo, defiende su intervención como una acción necesaria para “defender” a una población “oprimida” de rusos.
La retórica aparentemente fácil y conveniente de Putin puede ser fácil de descartar como cínica. Sin embargo, su retórica no está vacía. Es una declaración de su principio extranjero clave, que está en desacuerdo con la base fundamental del orden internacional basado en reglas, a saber, que solo los poderosos son verdaderamente soberanos.
También es fácil imaginar que la falta de comunicación es la fuente del conflicto entre la Rusia de Putin y Occidente. Esta idea es falsa. Bush, Obama, Trump y, en menor medida Biden, se acercaron a Putin, trataron de acomodar sus intereses tal como los entendían y trataron de suavizar las políticas y el lenguaje que podrían ofenderlo. Sin embargo, el Kremlin ha respondido con un lenguaje y acciones cada vez más encendidos.
Putin no confía en las declaraciones de la Casa Blanca. Considera que Estados Unidos desprecia los intereses vitales de Rusia, independientemente de cualquier cambio en las administraciones o la retórica. Putin ve fundamentalmente la forma del orden internacional actual como el principal desafío a sus intereses. Él cree, como ha dicho una y otra vez, que una hegemonía global, con lo que quiere decir un orden mundial dirigido por Estados Unidos, es inaceptable para Rusia.
Putin no es un mero depredador oportunista. Puede que no siempre tenga un plan claro y actúe de manera conveniente en ocasiones, pero sabe qué tipo de mundo quiere y, más aún, cuál no. Busca un mundo sin la OTAN, con Estados Unidos confinado al hemisferio occidental, con Rusia dominando a la antigua Unión Soviética y capaz de hacer lo que quiera con su propio pueblo sin condena ni supervisión, y con el Kremlin disfrutando de un veto literal en el Consejo de Seguridad de la ONU sobre acciones que cualquier otro Estado desee llevar a cabo más allá de sus fronteras. Ha estado trabajando por ese mundo desde el momento en que asumió el cargo. Sus declaraciones más recientes apuntan a que cree que se está acercando. Si Occidente tiene como objetivo evitar más sorpresas estratégicas y preservar el orden internacional basado en reglas, debe comprender esta cosmovisión divergente y aceptar que Putin, cuando se trata de sus objetivos y prioridades de política exterior declarados, a menudo es un hombre de palabra.
@J__Benavides