OPINIÓN

La cosa va en serio

por Fernando Rodríguez Fernando Rodríguez

Que se esté llamando en coros a la unidad de la oposición y, a la vez, a unas primarias para encontrar el candidato feliz para las ahora sí pulcras elecciones del 24 encierra una contradicción con la que hay que contar. La elección del restaurador de la democracia, habiendo tantos que se sienten elegibles para tamaña función histórica, implica que entren en competencia, valga decir, que se lesione gravemente la noble pasión unitaria. Cada uno tiene que pensar que es mejor que esa cohorte de mediocres que pretenden competir con él; razonamiento que también hacen esos otros “mediocres” que se pretenden elegidos. Es un problema competitivo que no se puede evitar en proceso electoral alguno. La esperanza sería que una vez que tengamos un elegido, los circunstancialmente deteriorados en su ego reconozcan la derrota y nos unifiquemos en torno al engalanado popular. Es una esperanza, no una certeza por supuesto, pues muchas veces los heridos en la cruenta lid no perdonan.

Y aquí no cuento alacranes o escorpiones políticos confesos; empresarios ávidos de dólares (Ávida  dollars llamaba Bretón a Dalí); payasos a la moda global, como Lacava; viejos como Calderón o Ramos Allup (el redentor no debería ser de la tercera edad); partidarios de la unidad con el chavismo sin distinguir siquiera a ladrones y asesinos que son legión, a la manera de Rosales y muchos otros, por vivos o por pendejos; militares de cualquier tipo, raza, ideología, méritos, identidad sexual, religiosos o ateos, tamaño y talla, generales o soldados rasos, activos o retirados, etc.

En síntesis, es que nos combatamos a conciencia y evitemos cicatrices imborrables. Es una obviedad pero vale subrayarlo. Yo lo que quería señalar es que tanto en el combate comicial, mejor sin CNE, como en su desenlace, se saquen a relucir las ideas de cada quien sobre el país, las ideologías, hasta ahora soterradas para mantener el objetivo único de salir de la dictadura o por puritita ignorancia.

A estas alturas -¡carajo, un cuarto de siglo!- y en la situación de América Latina, que pasó en esta todavía joven primera centuria del milenio de una izquierda borracha y casi siempre ladrona, a una breve y fracasada vuelta de la derecha liberaloide, a un muy extendido retorno de una izquierda que parece haber aprendido de la devastación venezolana y otras barbaridades que tiene que ser inteligente, honesta y estratégica para satisfacer en lo posible la debacle, ahora creciente, de estas tierras que descubrió Colón. Ya no nos van a apadrinar Bolsonaro, Trump y Uribe entre otros caimanes. De manera que hay que encontrar la fórmula no para satisfacer al 10 o 15 por ciento de los bodegones, la Metropolitana y los viajes a Miami, sino al 85 o 90, que es eso que llaman pueblo y se le mueren los hijos, no comen casi nada, ya no se educan y se van por millones, y no precisamente a la jubilosa bohemia de Madrid. Ante semejante desigualdad criminal, algo habrá que hacer, llámelo como quiera, pero no siga callado o llamando a que nos amemos los unos a los otros.