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La corporación del mal en América Latina

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La principal corporación del mal en América Latina tiene una historia que supera los 60 años. Durante ese período, otras feroces corporaciones aparecieron en distintos países –como la red que, en su momento, constituyeron las dictaduras del Cono Sur y su fallida Operación Cóndor–, pero no lograron mantenerse en el poder por un tiempo tan prolongado como el castrismo en Cuba.

El primero de enero de 1959 no solo marca el inicio de la creación de la cárcel más grande que ha tenido nuestro continente –casi 110.000 kilómetros cuadrados donde sobreviven encerrados y sometidos a un opresivo sistema de vigilancia alrededor de 11,8 millones de presos políticos–, sino también, una época marcada por los constantes esfuerzos del castrismo para sacar provecho de las riquezas, las economías y las fragilidades político-sociales del resto de los países del continente.

A comienzos de este año, cuando el castrismo celebró sus seis décadas en el poder, los balances publicados hicieron evidente en qué ha consistido la estrategia de fondo de la corporación: en crear mecanismos de recolección de lealtades políticas y de dólares, sobre la base de la más falsa y engordada mentira que se haya sido creada y propagada en todo el siglo XX: que en Cuba se estaba produciendo una revolución, gestora de un hombre nuevo, hombre que se liberaría de la dominación imperialista para siempre.

Esa grotesca ficción –reinventada, maquillada, disfrazada de defensa de los derechos humanos o del derecho de los pueblos a su autonomía– ha tenido una eficacia y utilidad extraordinarias. Ha servido para que políticos, centros académicos, intelectuales y ONG crearan una servidumbre castrista; fue el motor que fundó y diseminó por América Latina movimientos guerrilleros; fue el mecanismo para que, durante todos estos años, “el problema de Cuba” dividiera a los países, de las más diversas maneras. El castrismo, esto hay que reconocerlo, ha logrado ser un núcleo del debate político del continente, y siempre ha contado, cuando menos, con apoyo de fuerzas internacionales, aunque hayan ido declinando con el tiempo.

Pero en el transcurso la corporación ha cambiado de forma sustantiva. De la fuente de ilusiones que fue, especialmente durante los sesenta y los setenta, ha derivado en una considerable estructura delincuencial que tiene su casa matriz en La Habana, desde donde se dictan los lineamientos a las dos filiales que, ahora mismo, controlan de forma directa: Venezuela y Nicaragua.

Ambas son esenciales para el régimen cubano: la primera constituye su principal fuente de ingresos. Venezuela no solo es proveedora de petróleo subvencionado, maletas de dólares y una cantidad de negocios de incalculable volumen, que recién comienza a ser investigado. El caso de Nicaragua, a su escala, guarda semejanzas: además de importantes negocios, el país bajo la dictadura de Ortega y Murillo funciona como un aliviadero y estación de paso para militares, asesores, espías y funcionarios que entran y salen de La Habana a través de Managua, sin registros ni control alguno.

Pero la corporación del mal opera bajo otros modelos: ha tenido y tiene franquiciados como los gobiernos de Rafael Correa en Ecuador, Néstor Kirchner y Cristina Fernández de Kirchner en Argentina, Evo Morales en Bolivia, Lula da Silva y Dilma Rousseff en Brasil. Tiene cómplices y lobistas políticos como Manuel López Obrador en México y Tabaré Vázquez en Uruguay. Tiene una entidad especializada en el activismo y la propaganda, el Foro de Sao Paulo, que ha mostrado una maléfica habilidad para engatusar a las buenas conciencias de Europa y otras partes del mundo. Los tentáculos de la corporación, luego de seis décadas, se han diseminado por el mundo, hasta los lugares más insospechados como, por ejemplo, entre algunas corrientes del Partido Demócrata de Estados Unidos. Estas son solo algunos de los elementos de la cara A de la corporación.

La cara B configura el poderío oscuro de la corporación cubana: alianzas con las narcoguerrillas del ELN y las FARC, operadores del narcotráfico, organizaciones terroristas del Medio Oriente, traficantes de armas y capos de la corrupción que encuentran refugio y protección en ese país.

Tanto en Venezuela como en Nicaragua, la corporación castrista tiene bajo su supervisión directa a los más altos niveles de las fuerzas armadas y de los cuerpos policiales. Son responsables directos de estrategias, diseño de planes de represión y tortura, entrenamiento y de las actividades de inteligencia dirigidas a las propias instituciones armadas. Quienes han permitido este estado de cosas en ambos países, Hugo Chávez, Nicolás Maduro, Daniel Ortega y Rosario Murillo, han traicionado las leyes, la soberanía, los principios esenciales de sus respectivas patrias.

El objetivo de la corporación del mal es inequívoco: mantenerse en el poder, al costo que sea. Por ello no titubea cuando reprime, tortura y mata a los disidentes en su propio país, en Nicaragua y Venezuela, ni le importan las vidas que puedan perderse en las calles de Ecuador, una vez que ha activado el plan para acabar con el gobierno democrático de Lenín Moreno.

 

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