La verdad oficial en el tiempo demuestra que tiene patas de barro y estabilidad de sube y baja. En ese vaivén de versiones la verdad verdadera se mimetiza y se enmascara. En algunas ocasiones por ignorancia de lectura, en otras por tendencia y en la mayoría de los casos por conveniencia al régimen, al gobierno o a la política. El tiempo es el mejor agente del modelado para llegar a la verdad. Como el viento, como el agua y como los seres vivos van modificando la corteza terrestre y descubriendo lo que el tiempo enterró. En este caso la verdad verdadera.
El tema de la incursión de la ARC Caldas en el golfo de Venezuela tiene dos versiones oficiales. La colombiana que trata de arrimar la mayor cantidad de ventajas hacia su verdad oficial y la venezolana que hace lo mismo. En el medio sobreviven buscando oxígeno en el naufragio de la verdad verdadera las adaptaciones personales con las bombonas del protagonismo amarradas en la espalda de la opinión pública. En líneas gruesas trazadas por las transcripciones del gobierno en el Palacio de Nariño de agosto de 1987, en Colombia nadie estaba en guerra y los colombianos vinieron a saber que había una crisis cuando el presidente Barco se dirigió al país a las 11:45 de la noche del día 17 de agosto. Nueve días después de que las fuerzas de tierra, mar y aire se habían movilizado. En tanto que en Venezuela sí lo estaban. Tanques, aviones, navíos y tropas se habían desplazado desde todos los rincones venezolanos y eso daba para concluir que los venezolanos estaban en guerra. Al final, el bravucón guerrero y militarista de la guerra era el tricolor venezolano con las siete estrellas y el tricolor colombiano, el de la franja amarrilla más gruesa era el apegado al derecho internacional, a la paz, a la negociación, al diálogo. Eso fue sembrado en el tiempo desde Bogotá como la verdad oficial y se quedó así por ausencia de contrapeso en la narrativa surgida desde Caracas.
Un buen ejemplo de cómo se siembra una verdad oficial y en el tiempo esta se va desnudando lo hace el padre de casco de la ARC Caldas de 1987. El 28 de febrero de 1955 el ascendiente de la corbeta se desplazaba desde Mobile Alabama y 8 de sus tripulantes cayeron al mar. Una tormenta producida a escasas horas de llegar a Cartagena los lanzó a las embravecidas aguas del Caribe. La nave tocó puerto con la novedad de la desaparición de ocho marineros. Con el tiempo apareció en una playa Luis Alejandro Velasco, quien fue el único sobreviviente. La armada y la dictadura de Rojas Pinilla lo hicieron un héroe de reconocimientos, discursos, besos de misses, publicidades y condecoraciones. Hasta que la pluma de un bisoño periodista lo alcanzó y entonces Velasco se envalentonó para decir la verdad. Uno de los vaivenes de la tormenta desató la carga mal estibada y con esta se fueron a las profundidades del mar los ocho marineros. El grupo de neveras, lavadoras y equipos de sonido que venían en un navío de guerra era muy difícil de justificar ante la opinión publica y a partir de esa verdad se construyó una oficial. Hasta que apareció montado en una balsa Luis Alejandro Velasco en una playa y Gabriel García Márquez hizo un seriado de entregas en el diario El Espectador que luego se convirtió en un excelente libro, Relato de un náufrago. Después de allí el náufrago se convirtió en un antihéroe y fue sumido en la ignorancia oficial y el oscurantismo de la indiferencia. No faltaba más. Ojalá lean el libro.
Algo parecido puede estar ocurriendo con todas las versiones que han surgido sobre la movilización militar de agosto de 1987 con el epicentro en el golfo de Venezuela, con el plan global de adquisiciones, con la corrupción generada y ejecutada después del 5 de julio de 1989 desde los altos mandos designados por el presidente Carlos Andrés Pérez, con el desarrollo de la conspiración a lo largo de tres años sin ningún tipo de decisión viable, con la inutilidad de los sistemas de inteligencia y de la seguridad del Estado ante los niveles de desarrollo de la conjura, con el golpe de Estado del 4 de febrero de 1992 y con la llegada del teniente coronel Hugo Chávez al poder por vía de las elecciones el 6 de diciembre de 1998. Tanto como si nos remontáramos hasta el 28 de febrero de 1955 y en las cálidas playas de Cartagena de Indias ante una piña colada y en atuendo recreacional pudiéramos preguntarnos ¿Qué tienen que ver unas lavadoras, unas secadoras y unos equipos de sonido con la desaparición de los siete marineros?
Sobre el tema de la ARC Caldas y su planificada incursión en el golfo de Venezuela hay transcripciones de lado y lado que en cada agosto se desempolvan y se debaten en algunos círculos especializados, generalmente poco accesibles a la opinión pública. Allí hay mucha verdad oficial. Los otros subtemas derivados de esa crisis del lado venezolano se han desarrollado a conveniencia y a beneficio de las ventajas que se puedan proporcionar a los afectados. Nada que ver con las pérdidas y los efectos negativos. El plan global de adquisiciones, la conspiración que venía desarrollándose en las fuerzas armadas, la corrupción que empezó a levantarse exponencialmente, la insolente y obscena participación de las señoras Ibáñez y Matos en las decisiones de las compras militares, en los ascensos de los oficiales, en los cargos y en las transferencias; la designación del nuevo Alto Mando Militar el 5 de julio de 1989, el aislamiento al comandante en jefe de las fuerzas armadas en materia de inteligencia y seguridad del Estado en un cerco de gríngolas interesadas que lo anula y lo aísla por completo en Miraflores, los desarrollos operacionales del 3 y del 4 de febrero de 1992 y toda esa cadena de eventos políticos y militares que después llevaron a la victoria del presidente Rafael Caldera en 1994 y luego la de Hugo Chávez Frías el 6 de diciembre de 1998.
Todo eso puede hilarse muy fina y armónicamente desde el momento en que el capitán colombiano Sergio García Torres zarpó con su dotación y sus órdenes en la ARC Caldas desde la base naval de Cartagena de Indias y puso proa hacia el golfo de Venezuela en 1987 hasta navegar y atracar 35 años después, en plena revolución bolivariana. Es algo así como un tema para desarrollar, que se titule y describa amplia y honestamente cómo su navío y la crisis de ese momento cambiaron el futuro de los venezolanos después… en el tiempo.
La realidad ha ido desnudando la verdad verdadera. Las piezas se han ido ensamblando y desde aquel momento los héroes han pasado a ser los canallas encubiertos que caminan de puntillas por los atajos de la historia y los senderos de la patraña. El oleaje del tiempo, después de agosto de 1987, ha ido arrastrando a la orilla de la playa las neveras, las secadoras y los equipos de sonido que venían en la cubierta principal y a los Luis Alejandro Velasco que naufragaron en la inmoralidad y en la mentira, que han sido empujados por la marea después de que se hizo la desmovilización militar de los navíos, de las tropas y de los aviones que regresaron a sus bases.
Los otros aviones todavía están en el aire. Fin.