OPINIÓN

La corbeta colombiana que cambió a los venezolanos (II)

por Antonio Guevara Antonio Guevara

Alto Mando Militar con el presidente Jaime Lusinchi, en el Palacio de Miraflores en plena crisis de la corbeta Caldas. 9 de agosto 1987 | Foto de la colección personal del G/D Aveledo Penso

Y en ese camino que quedaba por delante, militares colombianos por delante, molestos con el presidente Barco por la desmovilización, y los uniformados venezolanos, eufóricos por los resultados de la crisis que casi llegó a guerra, se empezaron a hacer las naturales evaluaciones de la gigantesca concentración y el despliegue. A medida que el último navío de la armada de la república de Colombia se retiraba de las inmediaciones de las aguas territoriales venezolanas, se establecían en los estados mayores de las fuerzas militares de Venezuela a través de todos los niveles del comando las deficiencias en el armamento, las insuficiencias en los sistemas de comunicaciones, las carencias en la carga básica de las armas. Los saldos en los uniformes, las renovaciones en el  sistema de transporte y para la repotenciación, modernización, remozamiento y entrega llave en mano de 81 tanques AMX-30 y 4 recuperadores de tanquesAMX-30. Un grueso documento que en su momento se denominó el plan global de adquisiciones. A medida que las corbetas enfilaban proa hacia su puerto de salida en Colombia, en Venezuela se empezaban a hacer las concentraciones de unidades, los despliegues de comandos y las maniobras para otra guerra: la de los contratos, los pagarés, el vencimiento de los pagos, los intereses, las cláusulas compromisorias, de las obligaciones y las controversias. Ya no se trataba de sobrevolar el golfo de Venezuela con los F-16 para hacer pasajes rasantes, ni desplegar las unidades de infantería frente al estado Táchira para impedir una penetración de sus similares colombianas, ni de desplegar la escuadra en todo el golfo para rechazar – como en efecto lo hicieron nuestros marinos – una incursión de los navíos colombianos. Era una guerra aérea. Aviones venezolanos – y mire usted estos si eran verdaderos aviones que dejaban a nuestros F16 como unos simples avioncitos de papel –en unos verdaderos raids contra ese presupuesto extraordinario que se habilitó después que el coronel Londoño como canciller y Virgilio Barco como presidente, se aventuraron en agosto de 1987 a generar una crisis en un golfo que es de Venezuela desde hace mucho tiempo. Todo empezó con la incursión de la ARC Caldas al golfo de Venezuela, y termina para los colombianos cuando Barco ordena el retorno; pero no termina allí para los venezolanos.

Los protagonistas venezolanos en la crisis, en los más altos niveles, el presidente Jaime Lusinchi en su carácter de comandante en jefe de las Fuerzas Armadas Nacionales; el ministro de la Defensa, el general de división Heliodoro Guerrero Gómez; el general de división Ítalo del Valle Alliegro en el Ejército; el vicealmirante Faustino Alvarado en la Armada; el general Jesús Aveledo Penso de la Aviación; el general José Ángel Marchena Acosta en la GN, y el general José María Troconis Peraza, quien ejerció de comandante del Teatro de Operaciones Noroccidental. Tan importante como la decisión de hundir la ARC Caldas emanada del comandante en jefe, también lo fue el soldado del ejército que estaba en una base terrestre haciendo patrullaje en San Pedro del Río, el policía aéreo que vigilaba la base Libertador, el GN en la alcabala de Guarero o el marinero que arrimaba los cabos para el atraque en Paraguaná. Eso no se puede borrar cuando el pensamiento institucional, la soberanía del país, la integridad territorial y la defensa de la Constitución ocuparon lugares privilegiados en las mentes de los generales y almirantes como en efecto así ocurrió, a medida que se hacían las maniobras por tierra, mar y aire para cumplir con los postulados del entonces vigente artículo 132 de la Constitución Nacional de 1961 “Las Fuerzas Armadas Nacionales forman una institución apolítica, obediente y no deliberante, organizada por el Estado para asegurar la defensa nacional, la estabilidad de las instituciones democráticas y el respeto a la Constitución y a las leyes, cuyo acatamiento estará siempre por encima de cualquier otra obligación. Las Fuerzas Armadas Nacionales estarán al servicio de la República, y en ningún caso al de una persona o parcialidad política”. Pero una cosa establecía la carta magna y otras no muy santas diseñaban los aviones uniformados, quienes trazaban planes a corto, mediano y largo plazo con el objetivo de tomar el control de la institución armada y el poder político según y cómo se presentaran los eventos. Gente de capa, de botas y de espadas, verdaderos aviones.

El plan global de adquisiciones fue un verdadero diseño de Estado Mayor surgido desde los más bajos niveles de las fuerzas hasta los más altos mandos de decisión. Un documento sustentado en apreciaciones, fundamentado en evaluaciones de campo y con base en los resultados de la crisis de 1987. Mención adicional que se blindó contra los asedios del ñemeo con un grueso legajo de instructivos, directivas y normas aprobadas por el ministerio de la defensa. Los resultados operacionales en el golfo más la trayectoria profesional y personal de los generales Alliegro y Troconis los elevaron a los cargos de ministro de la Defensa y comandante general del Ejército, respectivamente, en julio de 1988. Ellos garantizaban la transparencia y todas las defensas aéreas y los cazas incursores contra los aviones de la corrupción y la ambición política que estaban calentando motores de cara a los cielos de las elecciones de diciembre de 1988. Mientras eso ocurría en Venezuela, la ARC Caldas cumplía su rutina de maniobras normales en las aguas colombianas, desde su puerto de origen.

A las 7:00 pm del 26 de octubre de 1988 una columna de tanques Dragoon del batallón Ayala en Fuerte Tiuna sale misteriosamente en horas de la tarde hacia el ministerio de Relaciones Interiores en Carmelitas y la residencia presidencial La Viñeta. La misión: proteger al presidente encargado de la república, el doctor Simón Alberto Consalvi, de un golpe de Estado. Se inician las investigaciones cuyas conclusiones y resultados al final el propio presidente Lusinchi califica de “un cuento chino”. Era una tarde de encargados. El presidente y el comandante general del Ejército estaban fuera del país, el comandante del batallón tanques también estaba fuera de Caracas. Y era un momento perfecto esa extraña salida de los tanques para que los aviones se encargaran de construir una narrativa paralela y extraoficial con suficiente peso calculado y sembrado,  ante el presidente Lusinchi y el candidato Pérez, que arrimara la mayor cantidad de brasa a la sardina sus planes después de las elecciones. Y funcionó. En la misma medida e intensidad que a Londoño no le funcionó la ARC Caldas en el golfo. Eso de las intrigas y de las maniobras no puede ser exclusivo de la marrullería colombiana.

En diciembre de 1988, gana las elecciones con un abultado margen de diferencia ante su contendor más cercano, Carlos Andrés Pérez. En los dos quinto piso de Fuerte Tiuna se mantienen el general Alliegro y el general Troconis. Nada había en el horizonte político e institucional que asomara una decisión del nuevo comandante en jefe que no los ratificara en el cargo. Los ruidos de sables estaban asordinados en los cuarteles que aún disfrutaban de la experiencia y los resultados del golfo. El prestigio de las fuerzas armadas se había elevado con el cumplimiento de sus deberes constitucionales para enfrentar el enemigo externo. Hasta que el lunes 27 de febrero de 1989 estalla en Guarenas una protesta popular que se extiende hasta Caracas y otras ciudades del país. Las Fuerzas Armadas Nacionales ejecutaron los planes previstos para el control del orden público y redujeron la violencia. La violencia no llega a comprometer la estabilidad del nuevo gobierno. La institución armada con el general Alliegro al frente había derrotado en esta ocasión al enemigo interno. Se disparan de manera alarmante los encendidos de las turbinas de los aviones.

Este es un contenido textual del libro del general Ochoa, titulado Así se rindió Hugo Chávez: “El 16 de junio de 1989, fui convocado por el general Troconis, comandante del Ejército, a la reunión mensual de oficiales generales. Llegué a Caracas en la tarde del 15 de junio. Consideré importante ir a Miraflores a conversar con el presidente Pérez sobre la situación interna de las Fuerzas Armadas. Estaba convencido de la conveniencia de ratificar como ministro de la Defensa al general Alliegro”. Las mentes más cochambrosas en materia de plantear la peor hipótesis son las de periodistas, policías, militares, escritores, médicos y psicólogos. Yo califico en algunas de esas áreas y probablemente la conversación se planteó así. “Presidente, el general Alliegro tiene las más altas simpatías en Venezuela después del Caracazo. Más que usted y eso no es conveniente políticamente. Los militares ocupan el primer lugar y eso es obra del general Alliegro y del general Troconis. Los resultados de la ARC Caldas en el golfo y ahora esto del orden público abren muchas posibilidades inconvenientes para el futuro de su gobierno. El general Alliegro se ha hecho presidenciable. Si usted me pide una recomendación creo que debe pasarlo a retiro, es lo normal e institucional. Y eso no va a generar ningún trauma”. Sí lo generó.

Lo demás, después de julio de 1989, es historia conocida. No se vayan. Todavía queda una tercera parte. En este momento no se sabe dónde estará fondeada la ARC Caldas, pero la suerte política, económica, social y militar de los venezolanos después de 35 años de la aventura del golfo de Venezuela, sí.

En verdad no se vayan. Hay una tercera parte y los aviones tienen las turbinas encendidas.