OPINIÓN

La corbeta colombiana que cambió a los venezolanos (I)

por Antonio Guevara Antonio Guevara

Acaba de finalizar un importante foro organizado por el Instituto de Investigaciones Históricas Bolivarium de la Universidad Simón Bolívar, titulado “A 35 años de la crisis del (sic) Caldas en Venezuela”. Los ponentes de alto calibre fueron el doctor Jesús Antonio Aveledo (Venezuela) quien presentaba su libro reciente La historia secreta. Crisis en el golfo de Venezuela; el doctor Leandro Area (Venezuela), un experto del tema y quien fuera secretario ejecutivo de la Comisión Presidencial para la Delimitación de las Áreas Marinas y Submarinas con Colombia; el doctor Fernando Cepeda Ulloa (Colombia), ministro de Comunicaciones del gobierno del presidente Virgilio Barco durante la crisis, y el ingeniero y político Jorge Bendeck Olivella (Colombia), un experto petrolero, escritor y autor del libro La corbeta solitaria.

Al decir de la planificación militar, el panel mantenía un equilibrio estratégico lo suficientemente nivelado, montado sobre la experticia y el conocimiento de sus integrantes, que solo podía ser roto –como en la guerra– por el desarrollo de las operaciones con el mando y la conducción de sus comandantes, en este caso de la exposición. Y, según mi modesta apreciación, se cumplió así.

Este texto, que de entrada es una colcha zurcida con referencias que se pueden conseguir en la web, van a servir de ilustración a los lectores para graficar cómo esa crisis política, diplomática y militar desarrollada hace 35 años desde Colombia y con epicentro en aguas venezolanas, puede tomarse como punto de partida al cambio que se inició en 1998 en Venezuela. Es interesante sobremanera conocer la opinión de primera mano de dos altos funcionarios colombianos sobre el tema, sin dejar de lado a los venezolanos. Y abunda mucho más la curiosidad porque la decisión fundamental que evita la escalada militar y el desencadenamiento de las operaciones fue un petit comité tutelado por el presidente Barco en la casa del canciller Londoño el día 17 de agosto de 1987, que se inicia con un almuerzo no planificado y termina doce horas después en el mismo sitio, desde donde se hace la alocución por radio a las 11:45 que baja la presión, desmoviliza a los militares colombianos que estuvieron en desacuerdo con la decisión y fuerza la desescalada que estaba a punto de cualquier disparo que se escapara. En esa reunión estuvo el panelista Cepeda Ulloa como responsable de las comunicaciones.

Antes, a las 9:00 de la noche el presidente Barco reunió a los militares de su alto mando. El general Oscar Botero, comandante del ejército nacional de Colombia, expuso su apreciación. Fue una valoración poco favorable y sincera. Solo había capacidad para combatir dos días, sin blindados y sin equipos suficientes de artillería, las probabilidades terrestres eran negativas. La evaluación de la Armada fue igual de desoladora. El almirante Grau Araujo, el más alto mando naval del momento, respaldado en la opinión por el vicealmirante Ospina Cubillos de la fuerza naval del Atlántico, informa que la ARC Independiente que estaba en el área tenía toda su dotación disponible y el personal estaba en rol de combate con una alta moral para resistir el enfrentamiento. Los submarinos, encabezados por el Tayrona podían hacer daños a algunas instalaciones estratégicas venezolanas como el puente sobre el lago de Maracaibo y el complejo refinador de Paraguaná y estaban fijados con una o dos de las fragatas como blancos lucrativos, pero a largo plazo no había una garantía positiva. El general Gilberto Franco de la aviación, resumió resignado que las corbetas no tenían defensa antiaérea. 14 de los 15 Mirage con bandera colombiana estaban en tierra esperando recursos para mantenimiento. Una iniciativa colombiana ponía a los blindados venezolanos en Riohacha y un desembarco anfibio iba a cortar la península de la Goajira con una profunda penetración en la vía Maicao-Riohacha. Era un panorama desalentador pero las fuerzas militares estaban listas para combatir a pesar de la superioridad naval y aérea venezolana, y las tropas tienen una moral alta, le remata el general Rafael Samudio Molina, ministro de la Defensa nacional.

La narrativa del país hermano ha tratado desde entonces de bajarle más de dos a lo que ocurrió en esos días de crisis entre el 9 y el 17 de agosto de 1987. Para el colombiano común eso no ocurrió y es una estrategia oficial de sembrar la ignorancia que tiene asidero en una fina estrategia. Se trata de que los colombianos no estuvieron en guerra, los venezolanos, sí. Eso es para esparcir en la opinión pública que el repliegue de Colombia solo está en la cultura guerrerista y espartana de los venezolanos, tal cual como han sido desde 1830; hombres de capa, de botas y de espadas. La cultura del agredido y del agresor. Y allí se enfatizaron los expositores Cepeda y Bendeck. Según ese decir anecdótico de los expositores colombianos dos personas salvaron el cruce de la línea de partida e impidieron que la chispa de los combates agarrara camino. La muchacha del servicio doméstico de la familia del canciller venezolano que estableció los inútiles esfuerzos de comunicación que había tenido el embajador de Colombia en Venezuela, Pedro Gómez Borrero, con Simón Alberto Consalvi y las diligentes y oportunas decisiones del comandante general del ejército venezolano de ese entonces, el general de división Ítalo del Valle Alliegro, quien se convirtió en el héroe personal del ingeniero Bendeck.

Miguel Ángel Capriles en un reportaje que le hizo en el tiempo Plinio Apuleyo Mendoza confesò lo siguiente:»La noche del 17 de agosto tuve la oportunidad de estar hasta la madrugada con el presidente Lusinchi; con el ministro de la Secretaría, que es el hombre más cercano a él, Lauria, Carmelo Lauría; con el ministro de la Defensa, que tiene por cierto un apellido muy militar: se llama Heliodoro Guerrero. El canciller no estaba. Era una reunioncita. Allí estuvimos hasta las 3:00 de la madrugada. Sería por la misma tensión del momento, pero habíamos tomado muchos whiskys. Estábamos bastante paloteados. En un momento dado me acerqué al presidente. Jaime, le dije (yo lo llamo así, Jaime), tú tienes esta noche un dilema: tirar o no tirar. Y no me lo interpretes mal, cuando digo tirar hablo de la corbeta Caldas. Jaime, yo sé que eso no lo puedes decir, pero me gustaría saber si van a estrenar unos de esos misiles famosos que nos costaron tan caro, un misil de las fragatas misilísticas, o le van a disparar un cañonazo. Y el presidente no me dijo ni que sí ni que no. Me dijo: “…es que tampoco tiene que ser un misil. Pueden ser balas o bombas”. Entonces comprendí que en las primeras horas del alba le iban a disparar a la corbeta».

Mientras el presidente Lusinchi se echaba palos con Miguel Ángel Capriles, antes de la medianoche de ese día, el presidente Virgilio Barco, después de haber oído a sus generales y almirantes, se dirigía a los colombianos por las emisoras de radio: “Compatriotas: Los gobiernos de Colombia y Venezuela han recibido fervientes exhortaciones del secretario general de la Organización de Estados Americanos, Joao Baena Suárez, y del presidente de la República Argentina, Raúl Alfonsín, a fin de que ambos países adopten medidas para aliviar la tensión existente entre Colombia y Venezuela. Atendiendo los llamados urgentes formulados por el secretario general de la OEA y del presidente de la República Argentina, el gobierno de Colombia, fiel a los principios de solución pacífica de la controversia y consecuente con su tradicional voluntad latinoamericana, ha ordenado las medidas pertinentes para contribuir a la normalización de la situación creada y confía en que el gobierno de Venezuela hará lo propio. El gobierno colombiano debe reiterar, como lo ha hecho en el día de hoy en mensaje entregado al embajador de Venezuela en Bogotá, su posición respecto a los derechos que le asisten en el golfo de Venezuela. Muchas gracias”. Es histórica la respuesta del general Samudio Molina al presidente Barco cuando este tomó la decisión de desmovilizar la fuerza de combate desplegada en el golfo: “Señor presidente, esta es una decisión delicada. Claro que la acatamos, pero quiero decirle que no voy a dar esa instrucción de manera directa porque el día de mañana la historia juzgará estos hechos”. Lo demás es historia que está allí aún a pesar de los esfuerzos que se hacen de lado y lado para borrarla.

Quedan todavía muchos retazos para desarrollarlos. Son 35 años transcurridos. Y queda mucho camino por delante, sobre todo en la ruta que contribuirá a ampliar el tema que encabeza el articulo referido a cómo la corbeta colombiana les cambia el futuro a los venezolanos.