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La conversión ¿San Pablo y algunos más?

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Henrique Capriles reconoció que mantiene su aspiraciones presidenciales

Yuri CORTEZ / AFP

El Señor esperó a Saulo, “el fariseo”, en el camino a Damasco para cambiar su corazón y convertirlo en uno de sus más fieles apóstoles. Educado en la escuela de Gamaliel, perseguía a “troche y moche” a los cristianos, liquidándoles, en aras de la fidelidad a la ley mosaica. Ananías le impuso las manos poniendo fin a la ceguera de 3 días, consecuencia del encuentro con Jesús, lo cual indujo a “Pablito” a convertirse en “uno de los más grandes evangelizadores de la historia (portal Vatican News).

Ha de afirmarse, entonces, que Dios, “el Creador de todo”, convirtió a “Saulo de Tarso” de un hombre malo a alguien tan bueno que terminó siendo “san Pablo”.

La pertinente inquietud pasaría, por tanto, por preguntarse ¿por qué Dios no hace lo de Pablo con nosotros? Esto es, convertirnos en “buenos”. Pues, motivos los hay. Y de sobra.

Empecemos rogándole a Pablo que nos ilumine en lo concerniente a la multiplicidad de pareceres que alimentan a “polarizaciones terribles”, lamentablemente, más en lo procedimental, o sea, cómo cambiar al gobierno, que en lo relativo a “los principios de transparencia, dedicación al servicio público, imparcialidad, igualdad y corrección en el trato a los ciudadanos, responsabilidad y el respeto a los derechos fundamentales y las libertades públicas” (Diccionario Panhispánico). Esto es, a “un buen gobierno”.

El escenario, cada día más preocupante, no ha dejado de identificar las causas y tipificar responsabilidades. En la primera fila, a “los políticos”, para cuyo oficio, con muy contadas excepciones, más que conocimiento se demanda, entre otras habilidades, “arrojo”, se les ubica de primeros en la fila. Suelen cargar, con razón o no, con “la docta ignorancia», prima cercana de “la tradición socrática “Solo sé que no sé nada”, llegándose, incluso, a la apreciación de que no todo es calificable como “discurso político” (Silvia Gutiérrez, Discurso político y argumentación, UNAM). Los restantes en la fila son “los pobladores, residentes, ciudadanos, súbditos, vecinos y moradores”. Allí cada persona, individual o en grupo, esto es, “un gentío”, cree saber no únicamente cómo ha de ser su país, sino también quién ha de gobernarlo y de qué manera.

Ha de tenerse presente, al mismo tiempo, que la tendencia a disciplinar metodologías a fin de atenuar las negativas consecuencias de lo que sucede, más que ayuda ha encontrado su más idóneo cooperador en “la digitalización”, el alimento de la comunicación y la información, fenómeno calificado como “infocracia” por el filósofo Byung-Chul Han, para quien la crisis actual de la democracia es generada por “el cambio estructural de la esfera pública en el mundo digital”. A los medios de comunicación los considera como una Iglesia: el “like” es el amén. Compartir es la comunión. El consumo es la redención. El consumo y la identidad se aúnan. La propia identidad deviene en “una mercancía”. Un fenómeno, sin duda, complejo para el común.

Se lee, también, que las instituciones democráticas no garantizan que gobiernos debidamente elegidos observen las normas constitucionales. Igualmente, que aquellos que caen en la “autocratización”, aunque parezca extraño, cuentan con apoyo popular sostenido. Asimismo, se cuestiona la visión optimista de que los ciudadanos son una amenaza efectiva para los gobiernos antidemocráticos. Tres aspectos cuya realidad no es virtual.

Quién pudiera preguntarle a san Pablo, aprovechando que la Iglesia conmemora su “conversión”, si sería acaso posible que “nosotros también nos convirtamos”, dejando de lado tanta disidencia, por lo menos en Venezuela, por ser uno de los países más afectados en las últimas décadas, tanto en lo político como en lo económico y social. “La minipartidización”, prima hermana muy cercana a “la polarización” y un gobierno atacado desde todos los ámbitos, para algunos, hasta en su conformación interna. La periodista Inés Santaeulalia, que acaba de entrevistar al excandidato presidencial Henrique Capriles, pudiera en alusión a su apellido conducirnos en una plegaria de la mano de Pablo y Santa Eulalia, con el mismo coraje ante el gobernador Diocesano reclamando que las leyes que ordenaban adorar ídolos y no al verdadero Dios debían ser derogadas. El pedimento ¿la seriedad de los venezolanos?, cuya ausencia pareciera reflejar Capriles: “Mucha gente no ha entendido lo que ha pasado en la oposición venezolana en las últimas semanas, aunque lo cierto es que nadie entiende bien lo que ha pasado en la oposición desde hace años, enfrascada siempre en acusaciones y críticas cruzadas”. En lo formal, una verdad incuestionable.

Mucho más si admitimos que el excandidato no se ha referido a la polarización como dificultad para salir del gobierno. La conjunción que idóneamente se demanda ha de venir acompañada con “un buen gobierno”. En ambas misiones como que no nos ha ido del todo bien.

Una apreciación que no deja de escucharse, en lo que respecta a los desastres que hoy tipifican a países de América Latina, está referida a la ausencia de “un comandante”. Un jefe político capaz de movilizar los factores nacionales e internacionales con eficiencia en aras de la concordia, la pacificación y de una sociedad justa.

La quemazón de unos por otros no pareciera la ruta. Se convierten en bandera para que quienes detentan el poder más se apeguen a él, una especie de garantía para que no los achicharren.

Comentarios, bienvenidos.

@LuisBGuerra

 

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