Esta es una transcripción apócrifa, con indicios de realidad o al menos de deseo, de la audiencia oficial pero privada que mantendrán en la Zarzuela el Rey de España y el secretario general del PSOE, Pedro Sánchez. Llegue a tener lugar esta conversación o no, es lo que a muchos nos gustaría que ocurriera.
–Pedro Sánchez. Buenos días, Señor.
–Rey Felipe. Buenos días, Pedro, cuéntame, por favor.
–PS. Majestad, creo que puede encargarme la investidura y que estoy en condiciones de lograrla.
–RF. No lo dudo, pero necesito detalles, hasta ahora me consta que tienes el respaldo de 153 diputados, los del PSOE y los de Sumar.
–PS. Cierto, pero…
–RF. Que son menos de los 172 que tuvo Feijóo, por eso se lo encargué a él. No es nada personal, son decisiones institucionales. Y tengo que decirte que me apenó que me pusieras en el foco al quejarte de que cumpliera con mis funciones. No podía encargártelo a ti, no tenías apoyos suficientes. ¿Los tienes ya?
–PS. Es cuestión de tiempo, tendré también los de Bildu, ERC, el PNV, Junts y quizá Coalición Canaria.
–RF. ¿Pero los tienes ya? ¿Pueden venir los portavoces de todos esos partidos a confirmarlo, por favor?
–PS. No, salvo el PNV, no van a venir.
–RF. ¿Y entonces cómo puedo comprobarlo?
–PS. Señor, ¿no le vale mi palabra?
–RF. Hombre, Pedro, tienes otras virtudes, pero creo que ni tú mismo te fiarías de tu palabra. Has defendido lo uno y lo contrario tantas veces…
–PS. Pues es lo que hay. Y le recuerdo que ahí fuera hay mucha gente deseando hablar del futuro de la Monarquía…
–RF. De momento, parece más urgente hablar de tu futuro. Vamos a hacer una cosa. Puedo hacer la vista gorda con que no vengan. ¿Pero van a anunciar ellos en público que te apoyan, hoy mismo o mañana?
–PS. Lo harán, creo, pero no todavía. Tengo que presentar primero una Ley de Amnistía…
–RF. Pero eso es inconstitucional. Lo decías tú mismo, tus ministros y hasta Conde Pumpido, hace cinco minutos… Y además, un Gobierno en funciones no puede aprobar algo así, escapa de sus competencias en estos momentos.
–PS. Presentaremos el boceto de la Ley pactada con ellos y una proposición de ley en el Congreso. Con eso espero que se conformen. Y cuando ya esté aprobada dentro de un tiempo, tendrá que firmarla usted, Señor.
–RF. O sea, que me pides que dé por seguros apoyos que no constan y que, si acabas lográndolos, será a cambio de una amnistía inconstitucional que, entre otras cosas, derogará mi propio discurso del 3 de octubre de 2017 contra aquel alzamiento en Cataluña, que es como lo calificó la fiscalía del Supremo…
–PS. Eso es.
–RF. ¿Y también reconocerás una especie de referéndum? Porque Puigdemont asegura que con la amnistía no llega y que, si quieres sus votos, debes reconocer el derecho a una consulta.
–PS. Estamos en ello, pero es para pacificar.
–RF. Pedro, la soberanía nacional no puede negociarse. Lo sabes tú igual de bien que yo. ¿Puedes confirmarme que, si les das la amnistía, ellos se olvidan de la independencia? Eso sí sería pacificar, pero yo les oigo decir lo contrario…
–PS. No se van a olvidar, es cierto, pero ya se me ocurrirá algo, no se preocupe.
–RF. Claro que me preocupo. Es mi trabajo. Y en estas condiciones, sintiéndolo mucho, no te puedo encargar la investidura. Me estás pidiendo que mire para otro lado, desatienda mis obligaciones y me salte la Constitución para que tú seas presidente. Es demasiado. Tú deberías ser el primero en desecharlo, querido Pedro.
–PS. Es lo que han votado los españoles, Señor, no les lleve la contraria o aténgase a las consecuencias.
–RF. Pues mira, Pedro, salgamos de dudas y les preguntamos a ellos. Ahora que ya saben a qué estás dispuesto con Otegi, Puigdemont, Junqueras y Ortúzar, disuelvo las cámaras y que decidan con su voto.
–PS. ¿Cómo se atreve? Es un error histórico y lo pagará muy caro.
–RF. El error histórico sería aceptar lo que me traes sin dejar que los españoles decidan. Si a las próximas elecciones te presentas defendiendo la amnistía y el referéndum y te dan los números, no me quedará más remedio que aceptarlo. Cuenta con ello. Mientras, si no te importa, lo dejamos aquí. Tengo que comunicarle al Congreso de los Diputados mi decisión.
No hay ni una sola reflexión del Rey en este diálogo ficticio que no tenga sentido y, sin embargo, es improbable que ocurra en la vida real. El temor a que mantenerse en la posición constitucional abra un conflicto aún mayor sobre el régimen actual, la Monarquía Parlamentaria, justifica todas las cautelas, sin duda.
Hay quien piensa que la primera obligación de un Rey es no ser el principal instigador de una República, y es razonable. ¿Pero alguien se ha preguntado si el peligro mayor, la destrucción de la España constitucional, no justificaría asumir el menor, por una vez? La duda es, cuando menos, legítima.
La tenemos quienes pensamos que no pueden pesar más las conveniencias que las responsabilidades ni los intereses que las leyes ni las minorías extorsionadoras que las mayorías pacíficas.
Artículo publicado en el diario El Debate de España