Demás está decir la diversidad de reacciones que generó la visita de la doctora Michelle Bachelet a nuestro país el pasado 20 y 21 de junio. Médico de profesión con estudios en la especialidad de pediatría y salud pública, con una historia de vida extensa, productiva y por decirlo muy interesante. Dicha visita ha ocasionado una serie de análisis y opiniones de extremos diferentes. Algunos la consideran positiva y con visos de esperanza para frenar la violación sistemática de los derechos humanos en Venezuela; otros la consideran una visita llena de incertidumbre, revestida de sesgo político y con la finalidad de ofrecer tácticas dilatorias a este régimen nefasto cuya característica principal justamente ha sido la de negar los derechos humanos más fundamentales. Y esa es la gran tragedia que se está viviendo en la Venezuela madurista, la cual ha sido más terrible de aquella en la cual la precedió y gobernó el principal culpable de todos los grandes males de los venezolanos y mentor de quien actualmente ha seguido con mayor ahínco la senda de destrucción de nuestra querida Venezuela.
Michelle Bachelet sufrió los embates de la terrible dictadura de Augusto Pinochet, el asesinato de su padre, un militar de alto rango que sufrió la persecución de dicha dictadura, que ocasiono su encarcelamiento junto a su madre, de manera que está muy clara lo que significa un sistema dictatorial y militar. No obstante, lejos de amilanarse y una vez recuperada la libertad y teniendo que huir al exilio, inició un camino en su vida que la llevó en dos oportunidades a ejercer la Presidencia de Chile. Al asumirla por primera vez dijo con voz muy clara y enfática: “Soy una mujer socialista, divorciada y agnóstica”. No le ocultó al pueblo chileno sus condiciones ideológicas y personales. Revisando sus antecedentes, una de las frases o afirmaciones que dijo y que causó un gran impacto fue la siguiente: “La política entró en mi vida destrozando lo que más amaba. Porque fui víctima del odio, he consagrado mi vida a revertir su garra y convertirlo en comprensión, tolerancia y, por qué no decirlo, en amor”.
Bachelet sabe lo que se está viviendo en Venezuela y es justamente lo que ella sufrió: una política de odio, que arrebata diariamente las vidas de muchos venezolanos por diferentes circunstancias, dejando a familias enteras con un gran sufrimiento y dolor, y además violando de manera sistemática los derechos humanos más esenciales. Pero qué difícil ha sido revertir este odio sembrado en los corazones de la mayoría de los venezolanos, infundado por un “gobierno” en el cual predominan los antivalores, y cada vez más su característica dictatorial es la que predomina.
El cargo que ostenta como alta comisionada para los Derechos Humanos de la Organización de las Naciones Unidas exige una gran responsabilidad, objetividad e imparcialidad a la hora de ofrecer conclusiones en lo que se refiere a la violación de los derechos humanos en nuestro país. Esta visita no es casual ni revestida de improvisación alguna. El 26 de septiembre del 2018, el Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas aprobó una resolución que confirma la existencia de una crisis humanitaria en Venezuela, la cual ha ocasionado muchas víctimas en nuestro país. De allí se desprendió la visita de una comisión de expertos del despacho de la alta comisionada en Venezuela, que se mantuvo por tres meses. Durante ese tiempo fueron a los centros de salud y constataron la gravedad de la emergencia humanitaria compleja. La sociedad civil, pacientes y familiares defendieron su derecho de informar la realidad de lo que acontecía en los hospitales, muchos testimonios fueron recabados y culminaron con la reciente visita de la doctora Bachelet.
La principal representante de una de las ONG relacionadas con salud y que estuvo presente en la reunión sostenida por Michelle Bachelet con diversos sectores de la sociedad civil me comunicó una frase que expresó textualmente la alta comisionada: “La solución de esta emergencia humanitaria compleja no será posible mientras no haya un cambio profundo en lo político y social en Venezuela”. En esto tiene mucha razón; sin embargo, quisiera expresar que mantengo una actitud de escepticismo ante esta visita, sobre todo por la afirmación de que las sanciones impuestas al régimen han sido negativas para nuestro país. Sabemos que esta grave situación comenzó mucho antes.
Esperemos que la responsabilidad que involucra su cargo predomine de manera objetiva, imparcial y sin sesgo ideológico, así como que el informe final que hará público el próximo 5 de julio refleje el drama que se vive en Venezuela. Ojalá la ONU tome en cuenta el sufrimiento de los pueblos y deje de legitimar “gobiernos” que violan sistemáticamente los derechos humanos
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