Cuando en 1511 el fraile dominico Antonio de Montesinos dio el célebre sermón en isla La Española, sembró el cambio sustancial en la relación existente entre la monarquía española y el Nuevo Mundo. “Soy la voz de Dios en el desierto de esta isla y estáis en pecado mortal y en el vivís y morís, por la crueldad y tiranía que usáis con estas inocentes gentes”. Desde el púlpito la Iglesia develaba la injusticia con la que los conquistadores impondrían su ley en nombre de Dios y la corona. Con el proceso de la colonización se produce una transformación histórica que llevó a la conformación de naciones que aún están en la búsqueda de su identidad. La historia de América y España ha sido durante siglos una trashumancia que se deposita cual olas del mar en las costas de ambas orillas. Venezuela como parte del Nuevo Mundo se forjó con la meteorización de antiguas civilizaciones como la Arawak, cuya influencia y hegemonía se extendió hasta Florida, al norte del continente, o la de los Caribe que dominaron con fiereza las Antillas; durante siglos el legado de estas etnias estuvo oculto a la espera para integrar el rompecabezas del que hacemos parte.
Con la llegada en 1939 del arqueólogo y pintor español José María Cruxent (Sarrià 1911- Coro 2005) el país ganó un valiosísimo venezolano como lo demostró con su inmenso aporte por más de seis décadas. Su investigación es de dimensiones incalculables, por él conocimos que existían poblaciones en el país desde 16.000 a.C. o el hito que significó desenterrar en Cubagua la ciudad de Nueva Cádiz. A finales de los años cincuenta comienza su singular y prolífica actividad en la pictórica local, la obra de Cruxent está vinculada estrechamente a su actividad científica, pareciera que de la tierra escava testimonios y los traslada a distintos soportes, ahí confronta la historia cultural y natural. Sus obras eran realizadas en una sola jornada de trabajo; tejidos, chinchorros, redes de pescar, vestimentas, son ordenados y desordenados como un códice antropológico y visceral.
Desde muy temprano Cruxent, junto con un grupo de artistas informalistas convocados por Juan Calzadilla, participa en el salón Espacios Vivientes en Maracaibo y el Salón Experimental de la Sala Mendoza; se une al grupo vanguardista El Techo de la Ballena, participa en la VI Bienal de Sao Paulo y desde entonces es una figura constante en el arte venezolano y latinoamericano. Su informalismo trasciende lo caótico dado el contenido y referencias presentes en su obra, marcando un punto de inflexión en momentos históricos que atravesó Venezuela durante la década de los sesenta. El artista, igual que el fraile Montesinos, también nos da un sermón, un llamado a nuestra relación con el tiempo y a la condición de habitantes temporales de los espacios; tarde o temprano seremos incorporados a la materia y el tiempo cubrirá con espesura nuestros caminos.
En obras como Les poisson oriente l’étreinte (Los peces guían el abrazo) 1963, J. M. Cruxent nuevamente reflexiona y confronta en profundidad. La denominación América aún hoy no es reconocida por los humanos existentes desde antes de la conquista, Abya Yala –Tierra de florecimiento-, es y será siempre el nombre ancestral de este continente, conocido así por los pueblos que sobrevivieron a la colonización. Es precisamente una sombra que se cierne sobre la tierra florecida lo que nos brinda el artista, donde las formas y colores parecieran abstraer la luz y cubrir el brillo cálido de estas geografías y sus formas de vida. Resalta la conexión de ambas culturas, el resultado en la historia y la relación con la fe; el pez, símbolo de Cristo alude al cardumen que cruzó el océano para desovar en las cálidas aguas de una gente distinta y sin precedentes conocidos en Europa, lo que fue un abrazo se transformó en un cepo, una red que transfiguró a los peces, un cementerio de luz devenido en claustro. La fuerza y originalidad que este creador imprime a sus pinturas produce un campo externo a su obra, una acción que rebasa las dimensiones físicas del formato, develando una narrativa que comienza más allá de lo que nos expresa la imagen; en esta oportunidad, un jinete apocalíptico y espectral que devorado por la crueldad y tiranía retorna a su punto de partida, un condenado que busca el camino a casa.
Como arqueólogo y artista, Cruxent expone a la luz lo que había sido sepultado por el tiempo, abriendo camino a estas almas que vagan en nuestro continente, explorando lo que muerto aún nos revela historia y airea el testimonio de un encuentro forzado que nos pertenece. La obra de Cruxent siempre es un viaje apasionante a la aventura del pasado, una constante interrogación de lo que somos pero principalmente hacía donde vamos en la búsqueda profunda de nuestro origen, la travesía trepidante que aún espera descubramos en el seco polvo de nosotros.