Muchísima gente, por no decir todo o casi todo el mundo, cree o ha creído ocasionalmente en alguna de las muchas teorías de la conspiración difundidas por History Channel, dramatizadas en Hollywood y colgadas en Internet. Así, pues, hay quienes aún hoy se preguntan si el alunizaje del Apolo XI fue realidad o, tal se desprende del rumor especulativo, una ficción escenificada en un estudio de televisión, o si el atentado del 11 de septiembre de 2001 a las Torres Gemelas no habría sido planificado y ejecutado por el gobierno de Bush, a fin de justificar las intervenciones en Irak y Afganistán.
Los orígenes de tan inauditas presunciones son, como en el caso de las leyendas urbanas, difíciles de precisar, mas no la intención de proporcionar relatos alternativos a la narrativa oficial sobre un determinado acontecimiento. Es lógico: las aclaraciones emanadas de fuentes o vocerías autorizadas son generalmente inverosímiles, insuficientes o contrarias a las ideas preconcebidas del ciudadano común. Los prejuicios dan por factible las demenciales elucubraciones en torno a proyectos de dominación a escala planetaria por parte de siniestras sociedades secretas, dignos de Nuestro insólito universo, sobre todo por las diversas operaciones de falsa bandera llevadas a cabo por gobernantes y corporaciones, a fin de concitar respaldos y neutralizar a potenciales enemigos, una práctica de vieja data.
Al emperador Nerón se le tiene por pirómano en razón de la quema de Roma supuestamente perpetrada por él y achacada a los cristianos. Otro incendio, el del Reichstag, fue provocado por los nazis en 1933 y se culpó del mismo a los comunistas. El 2 de agosto de 1980, 85 personas murieron y más de 200 resultaron heridas a consecuencia de la explosión de una bomba en la estación ferroviaria de Bolonia. El gobierno de Francesco Cossiga responsabilizó a las Brigate Rosse, porque los servicios italianos de inteligencia ocultaron la identidad de los verdaderos terroristas: militantes del movimiento ultraderechista Ordine Nuovo. 16 años antes (1964) ocurrió el celebérrimo incidente del golfo de Tonkin: el destructor USS Maddox se adentró en aguas territoriales de Vietnam y, aseguraron portavoces de la Armada norteamericana, la nave habría sido torpedeada por lanchas patrulleras norvietnamitas. Esa fue la excusa de los halcones (o buitres) de Washington para intervenir en Indochina. En 1939, el Ejército Rojo bombardeó la aldea rusa de Mainila, atribuyó el ataque a Finlandia y le declaró la guerra a la pequeña nación escandinava. Y podríamos seguir inventariando “falsos positivos”, o montajes de olla, mas sería tarea de nunca acabar.
Il caso Moro es una película de Giuseppe Ferrara estrenada en 1986 con una convincente interpretación de Gian Maria Volonté. La cinta recreaba, a partir de cartas escritas durante su cautiverio, el secuestro y asesinato, en 1978, de Aldo Moro, dos veces primer ministro de Italia, a manos de las Brigadas Rojas. Viene a colación el filme por la pertinencia de sus diálogos. En uno de ellos, el líder democristiano refuta a sus captores, quienes le tachan de marioneta capitalista, vindicando sus actos administrativos como respuestas, coyunturales unas, estructurales otras, a las circunstancias del momento y a los desafíos del porvenir, no a un diseño indescifrable concebido por entidades supranacionales. Moro apela a un principio, según el cual “cuando dos teorías en igualdad de condiciones tienen las mismas consecuencias, la más simple tiene más probabilidades de ser correcta que la compleja” (navaja de Okham), todo lo contrario de nuestros revolucionarios de tres al cuarto, comenzando por el gárrulo pájaro enjaulado en el Cuartel de la Montaña, cuyos fracasos, gorjeaba, se debían a complots urdidos por la CIA, el Mossad, la oligarquía colombiana, el Foro de Davos, la Comisión Trilateral, el grupo Bilderberg, la derecha criolla, los sabios de Sion y el Ku Klux Klan, ¡vaya enajenación! Maduro continúa en esa delirantey maniquea onda reduccionista y, en sintonía con Ortega, Castro, Erdogan, Putin, Bashar el Assad, y otras criaturas de análogo pelaje, no pierde ocasión de responsabilizar a los pagapeos habituales de su deplorable cadena de disparates y desatinos.
Enumerar las cortinas de humo desplegadas durante el írrito ejercicio presidencial de Maduro, a objeto de encubrir la conversión del país en un feudo particular, despojándolo de su condición republicana, y concesionarlo en comodato a Castro & Co., sucesores sería harto tedioso –comenzando por la fulana “guerra económica”, pasando por los planes de desestabilización, sabotajes y tiranicidios con chinas, taquitos y (la)drones contabilizados al mayor por la paranoia y mitomanía heredadas con el puesto ilegalmente ocupado–; no obstante, la reciente decisión del gobierno peruano de exigir “visa humanitaria” a los venezolanos, nos obligó a extendernos en los preliminares, exhumando párrafos enteros de artículos anteriores, pero no caducos, y, a partir de ellos, fundamentar una hipótesis derivada de la medida adoptada por el presidente Vizcarra, a raíz de la expulsión de esa nación de unos cuantos “compatriotas” por la comisión de actos delictivos. ¡Gentes de mal vivir!, inferí irreflexivamente cuando leí sobre la deportación de migrantes acogidos por el país andino; empero, ¿y si no lo son en esencia, sino en apariencia y actúan de acuerdo con directrices de Caracas, sugeridas por La Habana –¿se acuerdan de los marielitos?–,conducentes a desacreditar la diáspora venezolana?
“Quinta columna” es una expresión, asociada a los conceptos aquí examinados, atribuida al general Emilio Mola, cabecilla del fracasado golpe de Estado de 1936 que encendió la mecha de la guerra civil española, quien en una alocución radial hizo referencia, no solo a las cuatro columnas con las cuales contaba para someter a Madrid, sino en especial a un quinto contingente conformado por habitantes de la capital. Desde entonces es común escucharla en referencia a quienes actúan desde el interior de una organización o un Estado en favor del enemigo. En ese sentido, los expatriados a juro son simplemente quintacolumnistas al servicio de la dictadura militar bolivariana. Pero también hay quintacolumnistas en el entorno del presidente interino y en los últimos días algunos analistas y opinadores se han referido a esos caballitos de Troya tras las líneas opositoras para alertar sobre su nefasta presencia. En su “Íntima carta para Juan Guaidó” (El Nacional, 09/06/2019), Alicia Freilich escribe: “Usted está rodeado muy de cerca, demasiado, de militantes no propiamente políticos, oportunistas y delincuentes locales y foráneos carentes de rectos principios éticos en lo personal y colectivo. Quizá […] no acaba de percibir en su peligrosa dimensión real los numerosos riesgos que lo acechan para beneficio del poder infiltrado, corrupto, traidor y usurpador”
No sé si Maduro y su corte se comerán los cuentos de las teorías conspirativas; sin embargo, de algunas echan mano para abonar sus desaguisados en la cuenta de los implicados en esas fabulaciones. De operaciones encubiertas e infiltración saben mucho los cubanos. Y algo supieron los extremistas vernáculos cuando se colaron en las filas de las fuerzas armadas procurando derrocar a Betancourt. Este los derrotó y se dejaron de eso; alentados por el expansionismo revolucionario de Fidel y el internacionalismo foquista y guerrillero de Debray & Guevara terminaron de meter la pata. La república civil y democrática los perdonó y les pacificó con becas, estipendios y canonjías. Pero el rencor salió a flote con el revanchismo chavista. Desde su irrupción en la escena nacional, comenzó a instrumentarse una política (hipócrita) de exaltación de la miseria –“ser rico es malo”– para impedir la movilidad social. “No vamos a sacar a la gente de la pobreza para llevarla a la clase media y después se vuelvan escuálidos”, sostuvo con hórrida sintaxis un agente de la destrucción institucional. Dígame, lector, si esto no es una conjura contra el bienestar social. Elvis no ha muerto, tampoco el comandante para siempre y en el área 51 viven hombrecitos verdes.
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