Naturaleza: El sacramento católico de la confesión se basa en principios éticos que le confieren un valor universal, un alcance que va más allá del catolicismo, en fin, que le dan un carácter erga omnes (para todos los hombres) sin discriminaciones de ninguna clase. Es así porque los valores éticos incumben a la esencia misma del ser humano: su conciencia. Por eso el proceso de la confesión comienza con un examen de conciencia, una exploración hacia adentro de nosotros mismos para conocer la índole de nuestras acciones: si son buenas o malas y si causan dolor y daño a nuestros semejantes. Si este último fuera el caso y quisiéramos cambiar, el arrepentimiento y la rectificación son los requisitos previos indispensables. Llegados a ese punto procede la confesión, el acto público o privado de exponer nuestras culpas para aliviar la conciencia. Y, finalmente, hay que cumplir la penitencia, la pena o el castigo correspondiente para recibir el perdón, la absolución o la liberación, con lo que quedaríamos definitivamente redimidos.
¿Qué significado tiene para nosotros el tema planteado? Nuestra lamentable situación nos obliga a realizar un examen de conciencia. Todos nosotros, unos más otros menos, tenemos algo que ver con lo que está ocurriendo. Recuerdo muy bien cuando el diputado Henry Ramos Allup asumió, en enero de 2016, la presidencia de la Asamblea Nacional electa con mayoría opositora. Expresó que lo primero que deberían hacer todos los allí presentes era poner en práctica los cinco pasos de la confesión: 1) el examen de conciencia, 2) el dolor de haber pecado, 3) el propósito de enmienda, 4) la confesión de la culpa y 5) el cumplimiento de la penitencia. Eso, que hubiera sido muy provechoso, no fue posible porque el régimen autoritario expropió el confesionario y cerró las puertas del templo.
Los que tenemos edad suficiente recordamos la conducta de una buena parte de la sociedad venezolana que en la época de la bonanza petrolera, de la Venezuela Saudita de los años cincuenta y sesenta, viajaba en masa a Miami para comprar hasta el último par de medias con dólares baratos que adquirían con facilidad. Pero ese consumismo o nuevorriquismo, que se expresaba de muchas otras formas, no era el único de nuestros males. Habían otros, menos visibles pero más dañinos, como la viveza criolla, el facilismo, el vivalapepismo, el manguareo y el que venga atrás que arree.
Podríamos referirnos también a la falta de responsabilidad, a la ligereza con la que se despachaban los asuntos públicos y a la corrupción que permeaba todos los niveles de la sociedad. Todo eso fue debilitando al sistema democrático y a los partidos políticos, a tal grado, que hizo posible que un grupo de militares golpistas encabezados por Chávez, que intentaron tomar el poder por la fuerza, fueran vistos como héroes por el pueblo venezolano y seis años después llegaran al poder por los votos para poner en ejecución el proyecto político socialista, en su versión castrocomunista. No sabemos si ese propósito aún subsiste, pero un gran daño a la democracia y al país se ha producido y quienes lo ocasionaron no pueden subsanarlo.
Muchas otras cosas se podrían decir para sustentar la tesis de que la conducta ordinaria del venezolano abonó el camino del mesianismo personalista devenido después en totalitarismo socialista, pero la idea está suficientemente clara con lo que ya hemos expresado. De una forma u otra, por acción u omisión, todos estamos implicados en el desastre nacional. Cuando la bonanza petrolera se agotó, no vimos, pese a que nuestra historia claramente lo revelaba, el peligro que significaba la intervención de los militares en los asuntos que corresponden al ciudadano civil, consciente y sin armas. Aunque hemos pagado con creces nuestros pecados, nos falta consolidar el arrepentimiento y el propósito de enmienda para no incurrir otra vez, en el futuro, en la misma conducta que nos llevó en forma expresa del paraíso al infierno.
Terminamos este escrito recordando a los legítimos dirigentes de la oposición venezolana que tienen la última oportunidad de unir sus fuerzas y orientar acertadamente al pueblo venezolano hacia su liberación, reivindicando sus nombres para la posteridad.