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La Conferencia Episcopal y los retos de la oposición

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En el más reciente comunicado de la Conferencia Episcopal Venezolana (CEV), que trata el tema de las venideras elecciones parlamentarias de diciembre, percibo en sus elaboradas líneas lo difícil que debe de haber sido para los obispos que integran la institución redactar ese documento, que parece mecerse en una soga de equilibrista. La CEV –al igual que  la mayoría de las agrupaciones sociales– se encuentra cruzada por las diferencias y contradicciones entre sus integrantes. En el texto no se abordan cuestiones relacionadas con la fe, donde la palabra del Papa dirime cualquier controversia. Se trata un asunto muy terrenal, mundano y espinoso: participar o no en las elecciones parlamentarias convocadas por Nicolás Maduro para el venidero diciembre. Digo convocadas por Maduro, porque las pautadas en la Constitución y en la Ley del Sufragio son muy distintas a las concebidas por el mandatario.

En el documento de la CEV se lee: “Somos conscientes de las irregularidades que se han cometido hasta ahora en el proceso de convocatoria y preparación de este evento electoral: desde la designación de los directivos del Consejo Nacional Electoral, la confiscación de algunos partidos políticos, inhabilitación de candidatos, amenazas, persecuciones y encarcelamiento de algunos dirigentes políticos, el cambio del número de diputados y de circunscripciones electorales”. Estos argumentos parecieran apoyar a las organizaciones que decidieron abstenerse de concurrir con candidatos propios a esos comicios, debido a que no se cumplen las condiciones democráticas mínimas que garanticen unas elecciones transparentes y confiables.

Sin embargo, pocas líneas más abajo el mismo material apunta que la “decisión de abstenerse priva a los ciudadanos venezolanos del instrumento válido para defender sus derechos en la Asamblea Nacional. No participar en las elecciones parlamentarias y el llamado a la abstención lleva a la inmovilización, al abandono de la acción política y a renunciar a mostrar las propias fuerzas. Algo semejante pasó en diciembre de 2005 y no tuvo ningún resultado positivo”. Estas tesis se alinean con las microscópicas células reunidas en la Mesa de Diálogo Nacional, que sostienen la conveniencia de ir a la cita aunque sea de rodillas.

El carácter salomónico del comunicado –que expresa sin duda  las tensiones entre abstencionistas y participacionistas dentro de la asamblea de obispos– muestra la enorme complejidad del reto frente al cual se encuentran los venezolanos. Nudo nada fácil de desatar. El régimen se propuso desde sus inicios hace dos décadas destruir las instituciones arbitrales –como el Consejo Nacional Electoral– y la eficacia del voto en cuanto instrumento de  cambio democrático, y lo ha logrado. La experiencia de diciembre de 2015 –cuando millones de venezolanos militantes de la salida pacífica y electoral a la crisis nacional les dieron la victoria a los partidos opositores, y esta fue convertida en harapos solo unos días después por el régimen autoritario de Maduro– representa una prueba categórica de los logros de ese plan. Por eso no resulta tan sencillo unificar a la dirección opositora en torno a la idea de concurrir a la cita decembrina, ni convencer al electorado de las bondades de sufragar.

La alta jerarquía de la Iglesia Católica tiene razón de exigirle a los partidos que anunciaron que no participarán en los comicios legislativos «asumir la responsabilidad de buscar salidas y generar propuestas para el pueblo que durante años han creído en ellos, pues la sola abstención hará crecer la fractura político-social en el país y la desesperanza ante el futuro”.

La abstención, y también la participación –si ocurriese el milagro de que tal fenómeno se diera de forma unitaria– deberían formar parte de una estrategia política global, en la cual los movimientos claves que dé la oposición, se encuentren alineados con una visión integral de la lucha por recuperar la democracia. En esta dirección, una de las primeras medidas que la oposición debería adoptar es galvanizarse en torno de cuatro o cinco grandes corrientes políticas y organizaciones, que progresivamente se conviertan en  partidos dotados de una plataforma ideológica, programática y organizativa común, que a su vez dé lugar a una coordinadora parecida a lo que fue la MUD, tan exitosa en su momento.

Ver en este cuadro de debilidad tan doloroso que vive la oposición, que 27 miniagrupaciones firman el documento en el cual se llama a la abstención, no causa sino frustración y desgano. ¿Cómo es posible que tantos partidos –la mayoría de ellos unicelulares– llamen a la unidad nacional y a luchar contra un enemigo tan poderoso como el régimen madurista –sostenido por los militares, el aparato represivo informal y algunos de los países más autoritarios de la Tierra–, si ellos son incapaces de reunirse en corrientes políticas e ideológicas homogéneas? El actual grado de dispersión nada tiene que ver con la democracia y la libertad de pensamiento, sino con la necedad. Cuando se recupere la democracia podrán crearse de nuevo las “cabezas de ratón” que los aspirantes a líderes nacionales quieran. Por ahora, se requiere con urgencia unas pocas colas atadas a una gran cabeza de león.

Sin unos grandes partidos nacionales será imposible satisfacer las aspiraciones de la CEV y de los venezolanos demócratas.

@trinomarquezc

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