«Esta fue una ocasión memorable en mi vida. Sentado a mi derecha estaba el Presidente de Estados Unidos y a mi izquierda el amo de Rusia. Entre los tres controlábamos buena parte del predominio de la fuerza naval y tres cuartas partes de todas las fuerzas aéreas del mundo y podíamos dirigir ejércitos de casi veinte millones de hombres en la guerra más terrible que se hubiese desarrollado hasta entonces en la historia de la humanidad. No podía evitar sentirme satisfecho de todo lo que habíamos avanzado en el camino hacia la victoria desde el verano de 1940, cuando estábamos solos y, dejando aparte a la Armada y la fuerza aérea, prácticamente desarmados frente al poderío triunfante e intacto de Alemania e Italia que tenían en su poder a casi toda Europa y sus recursos» (Winston Churchill se refiere a la celebración de su cumpleaños número 69 en la Conferencia de Teherán, el 29 de noviembre de 1943; en sus Memorias sobre la Segunda Guerra Mundial, 1948-56).
El miércoles pasado, cuando se cumplían 80 años de este hecho descrito por el Primer Ministro del Reino Unido, fallecía Henry Kissinger a sus 100 años. Un estadista que influyó en el orden internacional de la Guerra Fría, y teorizó también sobre el mismo. En el capítulo XVI de su libro La diplomacia (1994) afirma que a partir de 1943 “cuando se había partido la columna dorsal del esfuerzo de guerra alemán” (batallas de Stalingrado y Kursk), los tres jefes aliados (Winston Churchill, Franklin D. Roosevelt y Iosif Stalin) “pudieron empezar entonces a pensar en la victoria y en la forma del mundo futuro”. El problema, quizás, es que “cada uno hablaba en función de sus experiencias históricas nacionales”: Churchill en “reconstruir el tradicional equilibrio del poder en Europa para servir de contrapeso al coloso soviético”; Roosevelt “en la visión de los cuatro policías” (Estados Unidos, Unión Soviética, Reino Unido y China) que protegerían el orden de cualquier delincuente (Alemania o Japón potencialmente); y Stalin seguía “la tradicional política exterior rusa de extender su influencia en la Europa central” para convertir los países conquistados en “amortiguadores que protegieran a Rusia de toda futura agresión alemana”.
Antes de Teherán y después de Casablanca (Marruecos, 18 al 24 de enero de 1943) se dieron otras conferencias interaliadas de Ejecutivos nacionales, las cuales no pudimos atender con detalle en su 80 aniversario. Sí hablamos de la Tercera en Washington D.C. la Conferencia TRIDENTE (12-25 de mayo), entre Rosevelt y Churchill, junto a los Altos Mandos de los ejércitos de cada país. En la misma se le dio fecha al desembarco en Francia (mayo de 1944), se consolidó la liberación de Sicilia (“Husky”), y la liberación de Italia. Y también comentamos que del 17 al 24 de agosto se dio la Primera Conferencia en Quebec: CUADRANTE, entre los jefes angloestadounidenses (que incluía el de Canadá: William Lyon Mackenzie King. No olvidemos el gran papel de este país en lo referente a la marina y en apoyo al Reino Unido desde el inicio de la Segunda Guerra Mundial en 1939). En dicha cumbre se estableció la fecha de la “Operación Overlord” para el primero de mayo de 1944, mejorar la coordinación entre Reino Unido, Estados Unidos y Canadá para desarrollar la bomba atómica, y la estrategia del Japón seguiría siendo la misma: la conquista de bases que permitan la destrucción de sus comunicaciones e industria desde el aire.
La Conferencia de Teherán (EUREKA) tuvo (y tiene) una gran importancia porque sería la primera vez que se encontrarían las máximas autoridades de las tres potencias aliadas. Por esta razón fue preparada con dos encuentros previos: la Tercera Conferencia de Moscú (18 de octubre al 11 de noviembre) y la de El Cairo (SEXTANTE, 23 AL 26 de noviembre). Moscú fue también la primera vez que se reunieron los Ministros de Relaciones Exteriores de la Unión Soviética (Viacheslav Molotov), del Reino Unido (Anthony Eden) y de los Estados Unidos (Cordell Hull). Como hemos descrito en otros artículos, tanto los ministros de la URSS y el Reino Unido como Stalin y Chuchill, ya se habían reunido anteriormente en Moscú. En esta ocasión los tres ministros debatieron sobre la forma de acelerar el fin de la guerra y el orden mundial que vendría después. Aceptaron el principio de cuatro Estados (los tres que se reunieron y China) que cooperarían entre sí para hacer efectiva las decisiones de una futura organización internacional que mantendría la paz. Dichos acuerdos eran: Declaration of Four Nations on General Security (ya explicado), Declaration Regarding Italy (Italia sería ocupada por los aliados y los fascistas apartados del poder), Declaration on Austria (la anexión alemana de 1938 quedaría anulada), and Statement on Atrocities (se juzgarían los crímenes de guerra cometidos por las autoridades del Eje). El embajador de China en la URSS fue invitado a firmar la “Declaración de Moscú” del 30 de octubre, donde se informaba al mundo de los acuerdos logrados.
En la Conferencia de El Cairo llamada SEXTANTE (23 AL 26 de noviembre) se encontraron los jefes de gobierno del Reino Unido y Estados Unidos con el de China por primera vez: el generalísimo Chiang Kai-shek. Los Estados Unidos tenían una gran confianza en el líder chino, debido a su empecinada resistencia frente a la invasión japonesa y su anticomunismo fanático. Era la esperanza de una futura Asia aliada de Occidente sin la influencia de la Unión Soviética y el Japón. Nadie imaginaba para ese momento ¡cómo cambiaría todo en los años siguientes! Se acordó no solo seguir con el apoyo al ejército chino, sino que una vez vencido el Impero del Sol Naciente a este se le despojaría de todas sus conquistas obtenidas desde la Primera Guerra Mundial, a China se le restituirían todo lo arrebatado por los nipones; y Corea sería un país independiente. En las reuniones entre los angloestadounidenses se dio un conflicto entre Churchill y Roosevelt en relación a la “Operación Overlord”. El primero quería “flexibilidad” en el uso de las lanchas de desembarco para lograr mayores avances en el Mediterráneo, pero Roosevelt se negaba a ello. Estas diferencias llegaron a los oídos de Stalin que llegaba a Teherán con el objetivo de obtener una garantía del inicio del segundo frente para la primavera o el verano de 1943.
En su obra La Segunda Guerra Mundial que citamos al inicio, Churchill le dedica dos capítulos (“VI. Teherán: la primera parte” y “Teherán: el momento crucial y las conclusiones”) a la Conferencia. En su relato quiere demostrar que el Reino Unido tenía para el momento una superior presencia militar en el Mediterráneo y para llevar a cabo el desembarco en Europa, en relación a los Estados Unidos, y que las diferencias con este país eran mínimas. La realidad es que la Unión Soviética y Estados Unidos ese año de 1943 habían superado militarmente a Gran Bretaña de manera abrumadora, y se encontraban en una gran ventaja. La URSS había tomado Kiev el 6 de noviembre y cruzado el Dniéper, de modo que en poco tiempo habría terminado de recuperar todo su territorio. EEUU, siguiendo los datos de Paul Kennedy (1987, Auge y caída de las grandes potencias) crecía a un ritmo de 15 % anual, la producción bélica había pasado del 2 % en 1939 al 40% en 1943; y por solo dar el ejemplo del número de aviones construidos en 1943: 86.000, frente a 35.000 de la URSS y 26.000 del RU (Alemania solo 25.000 y Japón 17.000) ¡La economía de Estados Unidos representaba un tercio de la mundial!
La gran preocupación y objetivo de los líderes angloestadounidenses en Teherán era lograr la confianza de Stalin, de modo que sus ejércitos mantuvieran el esfuerzo de guerra para terminar de vencer a Alemania, y al mismo tiempo convencerla de atacar al Japón. Roosevelt y Churchill lo halagaron, e incluso aceptaron instalarse y realizar los encuentros en la embajada de la URSS (era obvio que estaban siendo grabados por el servicio secreto ruso). Existía el peligro que una vez expulsado el invasor alemán del territorio soviético, Stalin firmara la paz por separado; y la lucha aliada en Italia, Grecia y especialmente en Francia se convertiría en una campaña extremadamente costosa. Churchill al respecto afirma en sus memorias: “Stalin dijo que debía advertirme de que el Ejército Rojo dependía del éxito de nuestra invasión al norte de Francia”. De no darse el desembarco en el verano de 1944 éste pensaría que no se iba a dar ese año, y “podrían reducir su esfuerzo”. Existía desconfianza por parte de Stalin porque pensaba que sus aliados buscaban que todo el trabajo lo realizara el pueblo soviético, y sus fuerzas quedaran debilitadas para la posguerra. Desde 1942 había pedido un segundo frente y aunque se le había prometido, este se pasaba constantemente al año siguiente. De inmediato se le informó que la operación “Overlord” se realizaría el primero de mayo acompañada de otro desembarco en el sur de Francia, e incluso ante este hecho el mariscal de la URSS accedió a declararle la guerra al Japón una vez que se rindiera el Tercer Reich.
En lo relativo a la Europa de posguerra, Stalin insiste una vez más en que Polonia debe ser “arrimada” al oeste a la “línea Curzon” y el río Oder, lo cual fue aceptado, aunque Rusia debía “prometer” que el gobierno de dicha nación estaría libre de influencia soviética. La URSS de esta forma se garantizaba el dominio de los países bálticos, Alemania perdería Prusia Oriental (su frontera de la Primera Guerra Mundial); y el acuerdo de repartición entre Rusia y Alemania que generó el inicio de la Segunda Guerra Mundial finalmente era aceptado. Al hablar del destino de Alemania, Stalin dice que se resolvería fusilando a 50 mil de sus oficiales. Churchill se molesta y comienza a decir que el parlamente británico no lo aceptaría, iniciando una agria discusión que Roosevelt trató de resolver diciendo en broma que se podría reducir a 49 mil. El Primer Ministro seguía indignado y se levantó de la mesa, Stalin y Molotov se preocuparon y lo persiguieron aclarando que todo era un chiste. Se acordó finalmente lograr la rendición incondicional de Alemania, para después ocuparla y dividiral en sectores o Estados por las tres potencias vencedoras (pero esto se volvería a discutir en una futura cumbre). No se repetiría el error de la Gran Guerra.
Es lamentable que el cine le ha dedicado poco o casi nada a las cumbres entre los ejecutivos, a pesar de su gran importancia para la guerra y nuestro mundo en el presente. La URSS filmó una sobre el plan alemán para asesinar a los “tres grandes”: Teherán 43 (Aleksandr Álov y Vladímir Naúmov, 1980). Parece que dicho plan sí existió e iba a ser realizado por un comando liderizado por el famoso coronel Otto Skorzeny, pero fue descartado ante el descubrimiento del mismo por la inteligencia soviética.
Al seguir el testimonio de Churchill, hay un cambio radical en la conducta de Roosevelt en la conferencia tanto del Cairo como en la de Teherán. El tiempo en que la perspectiva del Reino Unido había convencido militarmente a Estados Unidos en las operaciones de 1942 y principios de 1943 parecía haber cambiado. La explicación de Kissinger es que el Presidente de Estados Unidos “a nivel humano estuvo más cercano de Churchill que casi ningún norteamericano” y por eso en él “encontró a un camarada de armas”. En Stalin, por el contrario, “vio a un asociado para la empresa de mantener la paz de posguerra”. El mundo dominado por el Imperio británico había desaparecido y comenzaba a nacer el orden de dos potencias extra-europeas, que en los siguientes años pasarían a ser superpotencias con la invención y uso de las armas atómicas.