OPINIÓN

La conciencia apocalíptica de Marta Cabrujas

por Eduardo Viloria y Díaz Eduardo Viloria y Díaz

“Al principio de los tiempos

cuando el bosque era joven,

vivían en armonía los animales,

los hombres y las criaturas mágicas”.

Guillermo del Toro

El escorpión dorado, cerámica, 1972

Ante la cadena montañosa que resalta el horizonte, un aire fresco y penetrante se abre paso a los pulmones, centelleante luz dibuja sombras que se cuelan entre las ramas del medio centenar de árboles plantados como viejos centinelas; se escuchan por millares los zumbidos de abejas junto al sonido de otros insectos, aves que baten alas cruzan velozmente  y todo se llena de una polifonía de cantos. Bajo nuestros pies la tierra se abre generosa, flores encantadas, retorcidas suavemente por las caricias del Sol y al acercarnos, allí está ella, su presencia concentra nuestra mirada, erguida ante el tiempo nos da la bienvenida… hemos llegado al mundo de Marta Cabrujas. Desde 1980, esta visionaria  emprendió la cruzada que la alejaría de una bulliciosa y abrasiva rutina citadina, para refugiarse en las montañas del estado Miranda. Enclavado entre serpenteantes caminos está su hogar, un espacio destinado a la conexión, entrelazado con la fauna y vegetación en franco equilibrio, haciendo de esa permanencia la rítmica convivencia,  parte fundamental de la naturaleza. Sin duda, atravesamos un portal que restituye toda armonía; Marta trabaja, vive y comulga con infinito amor por la vida humana en estado innato; sus obras son fiel testimonio de ello y como auténticos habitantes de esa morada, son pasajeros que la acompañan en la cápsula desafiante que trasciende toda contemporaneidad y abraza la esencia con la que su creadora se vincula al ambiente y a los seres vivos.

Activa en la cerámica desde la segunda mitad de los sesenta, Marta Cabrujas perfila su discurso con un lenguaje propio. A principios de los años setenta da inicio a esa fecunda exploración que la conduce a recrear respuestas que recibe del medio ambiente y los seres terrenales; medusas, reptiles, escarabajos, flores carnívoras y hasta microorganismos son recurrentes en la serie Zoología fantástica (1971 -1973). La artista dota sus piezas con fuerza y perturbadora belleza, criaturas próximas a las fronteras del entendimiento, “mis primeros trabajos fueron piedras, luego vinieron las piedras con patas, las patas crecieron y se multiplicaron. Después fueron pájaros, los escorpiones, el águila, la piedra como mundo y el jardín (…)” Todos los organismos vivos están sometidos a las leyes naturales pero el humano al dar la espalda a las demás especies violó ese orden, abriendo  heridas que exponen la agresividad del ser. En las series Los tiempos (1974), Los suicidas (1976) y Los durmientes (1977) figuras antropomórficas parecen hostigadas por la conciencia frente al reclamo que nace de la tierra.

Ángel caído, cerámica, 1975

Aristóteles dictaminó que lo natural es lo que tiene en si mismo el principio del movimiento a diferencia de lo artificial que necesita de una fuerza distinta para producirlo. Al igual que el pensador griego, Marta Cabrujas despliega un conocimiento afín al mundo congénito, siempre en movimiento y en una perenne transformación de células que se encuentran formando modelos genéticos “mis obras son como células biológicas que no lograron desarrollarse como forma humana, sino que sufrieron una trasmutación en el fondo del mar o en la tierra misma”. De manera profética su modo de vida se adelanta al descubrimiento que en 1996 realizara Giaocomo Rizzolatti sobre el comportamiento de las neuronas espejos que condicionan la relación empática del ser humano y los animales.  En 1985 la serie de dibujos Sangre de mi sangre revela y reitera la sustancia vital que nos hace parte del Universo, precisamente son 4 los elementos que dan origen a la subsistencia y son los mismos que intervienen en esta propuesta; vidrio, cerámica, tinta y papel danzan en una ofrenda de creación.

Su legado construye una pirámide trófica donde cada uno de los niveles que la conforman incide en el desarrollo de los otros; las series corresponden a esos niveles, donde Zoología fantástica constituye la base, seguida de las distintas etapas de su obra, llegando al pináculo con Piedad por el hombre. Con esta última, junto a Metamorfosis y caída y Sobre lo dionisiaco, la creadora se expande en el formato, los materiales y resume con una particular cosmogonía ese universo terrenal, siendo su momento más conceptual, donde la empatía entre las especies queda plasmada en la posteridad. Se ha completado un proceso; en esta suerte de Arca de Noé se abrigan las especies y fragmentadas, sus células serán herencia para un mañana incierto.

Minerva, ensamblaje, 169 x 100 x 19 cm, 1989

La obra de Cabrujas lleva a una extensa intervención en la que se manifiestan sus vertientes  en el arte, la biología, la filosofía y principalmente su condición de ser vivo que estudia, se identifica y refleja con los otros animales no humanos. Una absoluta condensación de su visión se pone de manifiesto en las piezas; en todas ellas logra sintetizar la necesaria vinculación con la biósfera, mostrándonos que el hombre solo es  uno más de los habitantes terrícolas. Desde las microscópicas criaturas unicelulares hasta los grandes mamíferos existe una conexión que nos une y hace formar parte de un todo. Hoy, cuando es inminente el contagio de un virus que desnuda a la humanidad  dejándonos entre nuestros temores ¿quién no ha cuestionado la transgresión del hombre a la naturaleza?, la obra de Marta Cabrujas resulta más que oportuna, ya que responde, grita y obliga a replantear nuestro rol en el planeta. Hemos caminado en dirección contraria al resto de las especies y desde el borde se anuncia la caída al precipicio, es aquí cuando la artista nos ayuda a buscarnos en las plantas, los insectos y en cada átomo de vida.

Autorretrato, cerámica e incrustaciones de hojas, 1981