Hubo un tiempo no tan lejano, más o menos la década del sesenta del pasado siglo, en que América Latina ocupó un lugar muy alto en el imaginario de las élites mundiales. La Revolución cubana era el epicentro de esa atracción, la gesta del Fidel y el Che, o del Che y Fidel (no es lo mismo). Una revolución, llena de trompetas épicas, que ofrecía ser distinta a las ya descoloridas y estigmatizadas de Europa del Este o las enigmáticas del Lejano Oriente, China sobre todo. Tanto era así que la mayoría planetaria de los intelectuales la apoyaban fervorosamente, en especial los latinoamericanos, hasta Vargas Llosa (el mismo, sí, era fanático). No pocos lugares del continente y del tercer mundo se incendiaron con focos guerrilleros y por ende de un similar resplandor. Por otra parte, los novelistas latinoamericanos escribían la mayor página de nuestra historia literaria, que hubo que llamar “boom”. Y, mutatis mutandi, se hizo un cine que superó todos los radicalismos estéticos precedentes. Los cinéticos hacían bonitas composiciones retinianas, y resonaron. En síntesis la historia en buena medida se paseaba por estas latitudes.
Un par de décadas después quedaba poco de eso. La Revolución cubana se había sovietizado. El Che había muerto, aunque permanecía en muchas franelas y afiches juveniles. Fidel envejecía sin gracia, con unas chaquetas Adidas. Las guerrillas se devoraron a sí mismas. El boom era una bella página “a superar” y Vargas Llosa recuperó su ADN. El cine pobre murió de pobreza. Sobre todo, volvieron a nacer horripilantes y prolongadas dictaduras. Los pobres siguieron pobres. Y el amado París, que también languidecía, nos consideraba ahora un espectáculo triste y torpe.
El tercer milenio nos deparó una fecunda y promisoria primera década, la mejor de la historia de la región según algunos. Nada espectacular, pero sí con números positivos sobre la pobreza, que son los que cuentan. Luego cayeron los precios de las materias primas y todo bajó considerablemente, aunque no en demasía, salvo el infernal caso venezolano que nos convirtió en el monstruo del circo, propicio a primeras planas mundiales, y los míseros de siempre. Pero, hermanados por el multiforme conducto del populismo, nos hemos convertido políticamente en una muy variada y móvil geografía globalizada en que nadie sabe muy bien dónde está parado hoy y dónde mañana. No hace mucho vimos un viraje bastante marcado del continente hacia la “derecha”: Brasil, Argentina, Ecuador, Chile, El Salvador, Colombia… que parecían haber acabado con el club de los populistas, ladronzuelos y demagogos “revolucionarios”. Pero vea usted que de repente las cosas se enredan, por allí anda López Obrador, quien ciertamente no es Chávez, pero habla demasiado y tiene un ego usurpador; o la hegemonía peronista en las candidaturas argentinas y Macri en plena crisis; o Bolsonaro, una pústula esencial, loqueando y decayendo; o los uruguayos tartamudeando internacionalmente; y, por supuesto Trump, capaz de casi todo en cualquier momento. Digamos que hay cielo encapotado, al menos.
Todavía sabemos poco de los nuevos jugadores que pugnan por entrar o ya han entrado en la vedada tierra del presidente Monroe. Señalemos los principales; sería para un estudio más fáctico y detectivesco hablar de grupúsculos que real o supuestamente andan por el territorio, desde poderosos narcos hasta Hezbolá y etcétera. Ya nadie duda de que China ha sembrado raíces económicas esenciales en estas tierras y que solo habrá futuro crecimiento para ese inmenso imperio, capaz ya de entrar en guerra comercial con Estados Unidos y aspirar a ser los primeros. Nosotros somos mercados en juego y por ende el gran país asiático es un actor político, de diestros modales por cierto, hasta ahora. Y luego los rusos, más poca cosa, han resultado más enigmáticos, agresivos y como siempre delincuentes en su acercamiento voraz a esta América del Sur. Se suman a los insignificantes vecinos del Alba y a los pigmeos caribeños.
Y si alguien no se ha dado cuenta, somos nosotros el epicentro de ese actual conflicto de los nuevos venidos básicamente con Norteamérica y, mediatamente, también con Europa. Si a esto sumamos la inestabilidad referida veremos que nos movemos en medio de aguas muy agitadas.