En medio del caos que gobierna mi biblioteca, encontré por pura casualidad un libro que hace unos cuantos años había leído a saltos, brincándome las páginas y hasta algunos capítulos. Por estos días lo examiné completo, sin dejar pasar una sola línea. Me refiero a La civilización empática, texto que describe “la carrera hacia una conciencia global en un mundo en crisis” y cuyo autor es Jeremy Rifkin, un importante intelectual norteamericano, ya fallecido.
Las neuronas espejo
Allí supe por primera vez de las llamadas “neuronas espejo”, tema del que posteriormente me enteré un poco más, gracias a unos amigos científicos. Fueron descubiertas en la década de los noventa por dos investigadores italianos y constituyen la base biológica que permite a los seres humanos poseer la característica que los hace tales, es decir, su sociabilidad, y como parte de ella, la posibilidad de ver las cosas “desde el punto de vista del otro”, de ahí su nombre. Son las “neuronas de la empatía”, que contradicen el relato histórico dominante, a través del que se ha explicado la existencia de la especie humana, caracterizándola como egoísta, agresiva y predadora, por naturaleza.
Así las cosas, su descubrimiento indica que la moralidad echa las raíces en la biología como consecuencia de los procesos evolutivos del cerebro. En suma, si bien las investigaciones no han tocado fondo y todavía tienen algunas interrogantes pendientes, el origen del comportamiento prosocial, incluidos sentimientos morales como la empatía, anteceden a la evolución de la cultura. O sea, existe una “predisposición biológica a sentir empatía por otros seres”, explica Rifkin.
Otra forma de mirar al planeta
Desde hace rato Perogrullo ha venido afirmando que el mundo actual se ha vuelto muy complejo y enredado, debido, en gran medida, aunque no solo, a las posibilidades que abre la aparición de las nuevas tecnologías. Se ha ido constituyendo como un conjunto de “comunidades solapadas”, según la expresión que escuche en alguna conferencia, sellado por nuevas interdependencias y la transnacionalización de los vínculos políticos y sociales, como efecto de los procesos de globalización.
A propósito de ello, diversos estudios hablan del surgimiento de una sociedad cosmopolita armada en torno a una institucionalidad que se pone de manifiesto en distintos niveles (local, nacional, regional y mundial), pero sin implicar la disolución de las identidades locales o de la figura del Estado Nacional, si bien este último tendría que ser rediseñado, pues va quedando cada vez más desfasado en lo que atañe a su capacidad de gobernar (ha perdido hasta el monopolio de la violencia y valga apenas como un ejemplo). Conforme a las nuevas investigaciones, solo desde una perspectiva cosmopolita se pueden encarar los aspectos que asoma el mundo de hoy, entre los que cabe citar la generación de un orden económico globalizado, la pobreza y la desigualdad, la violencia, el incremento de las presiones migratorias, la paz y la seguridad, el cambio climático, las transformaciones tecnocientíficas y otros aspectos ya conocidos que alargan la lista, confirmando, además, que nos encontramos en la “Sociedad del Riesgo”, concepto que se le debe a Ulbrich Beck, quien lo empleó con el propósito de describir la distribución de las calamidades planetarias, resultado de la propia acción humana, y de plantear la necesidad de adoptar remedios globales. Respecto a esto último vale la pena destacar que se han desarrollado iniciativas importantes que tratan de abordar los asuntos mencionados, entre ellas la Agenda Social Global, seguramente la más significativa, aunque hasta ahora se haya quedado corta en sus resultados.
¿La edad de la empatía?
Dicho lo dicho, el conflicto de Rusia y Ucrania, además de la tragedia que entraña en sí mismo una guerra, representa un acontecimiento que contraría abiertamente las señales que se le están enviando a la humanidad. Más allá de las interpretaciones geopolíticas que intentan determinar sus causas e implicaciones, centradas por lo general en la disputa del poder a nivel mundial, dicho conflicto será una derrota para todos, sea cual sea su resultado. El mundo será peor porque reitera la evidencia de que continúa soslayando los temas que le son cruciales, los que ponen en riesgo la vida de la especie humana –ojo, no se trata de una exageración– y mantiene las disputas bélicas y no bélicas que encuentran su justificación en los mapas que dividen el mundo mediante líneas de varios colores, que separan y diferencian territorios de manera cada vez más ficticia.
Se me ocurre pensar, sin ser neurocientífico, ni mucho menos, que hay actualmente un enorme déficit de empatía, que lo que está ocurriendo pareciera indicar que se desactivaron las neuronas espejo y los terrícolas no alcanzan a ponerse en el lugar del otro (a pesar de que todos los lugares se están pareciendo cada vez más). ¡Vaya tragedia!
Volviendo a Rifkin, él escribió que estábamos en el inicio de la civilización empática, que «la edad de la razón está siendo eclipsada por la edad de la empatía». Me pregunto, entonces, si no habrá sido un anuncio algo prematuro.
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