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La civilidad contra la bota militar

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La significación de la manifestación de los venezolanos, dentro y fuera del país, el pasado 17 de agosto, mostrando las actas electorales que testifican el triunfo de Edmundo González Urrutia aún no ha sido totalmente ponderada. Los venezolanos están luchando por su país desde cada rincón del planeta, con sus gritos, con sus pitos, con sus banderas y sus lágrimas contra un régimen totalitario que ejecuta, en palabras de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, “Terrorismo de Estado”. Los días se cuentan en detenidos, desaparecidos, exiliados, reprimidos y amenazados. 

Frente a toda la comunidad internacional, sin vergüenza alguna, descaradamente, una camarilla armada secuestra a un país entero y construye, en pleno siglo XXI, en Tocuyito, un campo de concentración. Permitir que un régimen político semejante persista sería contrario al orden internacional, a la Carta de las Naciones Unidas, a la Declaración Universal de los Derechos Humanos y a la estabilidad del hemisferio considerando los efectos socioeconómicos que desencadenaría el recrudecimiento de la ola migratoria. 

Los primeros países afectados por la deriva autoritaria venezolana son Colombia y Brasil, en ellos ya se recibe buena parte de la diáspora y existe un importante intercambio comercial sensible a la creciente inestabilidad. Sus gobiernos son, para bien o para mal, los protagonistas de una compleja mediación con el régimen y la necesidad de una transición hacia la democracia. Hasta el momento solo hay ideas sueltas, los presidentes Petro y Lula han emitido propuestas ante los medios de comunicación que lucen incompatibles con la legislación vigente, como aquel absurdo de repetir elecciones. Solo la idea de un gobierno de coalición merece ponderación, sin embargo, es una idea cuya operatividad requiere coordinación, confianza, metas compartidas, distribución de roles y, claramente, reconocimiento de los resultados del 28 de julio. Los mediadores, parece, no han logrado aún una hoja de ruta. La espera no puede ser eterna, menos por las víctimas cotidianas de la represión desatada. 

 

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