A lo largo de la historia, el concepto de ciudadanía ha evolucionado, desde una simple pertenencia a una comunidad hasta una noción compleja que abarca derechos, contribuciones, deberes, responsabilidades, así como la participación activa en los asuntos públicos.
Los conceptos iniciales de ciudadanía se remontan a más de 2.500 años, en la antigua Grecia y se relacionan al concepto a la pertenencia de un individuo a una sociedad donde se puede y se debe participar en todos los niveles. El reconocido político colombiano Antanas Mokus se ha atrevido a definir el término como un “mínimo de humanidad compartida”.
En la era digital, la interacción humana ha trascendido los límites físicos para establecerse en un vasto y complejo universo virtual. Esta transformación no solo ha alterado la manera en que nos comunicamos, trabajamos y aprendemos, sino que también ha dado origen a un nuevo concepto: la ciudadanía digital. En el corazón de esta ciudadanía se encuentra una serie de responsabilidades y derechos que, aunque reflejan aquellos de la ciudadanía tradicional, presentan desafíos y oportunidades únicos debido a la naturaleza del entorno digital.
La noción de ciudadanía digital ha cobrado relevancia en una era donde la tecnología es omnipresente. La rápida expansión de las redes sociales, la inteligencia artificial y las plataformas digitales ha generado un entorno donde las interacciones humanas trascienden fronteras físicas y culturales. Este nuevo paisaje digital, aunque lleno de oportunidades, también presenta desafíos significativos en términos de privacidad, seguridad y ética.
La idea de ciudadanía digital va más allá de ser un mero usuario de tecnología; se trata de participar activamente y de manera ética en un ecosistema digital que demanda tanto habilidades técnicas como una comprensión profunda de sus implicaciones éticas. Hablar de ciudadanía digital es esencial porque las decisiones que tomamos en línea tienen un impacto tangible en nuestra vida personal, profesional y comunitaria. A medida que los individuos se convierten en participantes activos en el mundo digital, es fundamental que comprendan sus derechos y responsabilidades.
En este contexto, la ética digital emerge como un pilar fundamental. Comprender cómo nuestras acciones pueden afectar a los demás en el entorno digital es crucial para fomentar un sentido de comunidad y colaboración que promueva la innovación y el desarrollo humano.
Sin embargo, a pesar de las oportunidades que ofrece la ciudadanía digital, también existen desafíos relacionados con el acceso desigual a la tecnología, hablamos entonces de la brecha digital, que excluye a grupos de la plena participación en la sociedad digital, lo que requiere esfuerzos concertados para garantizar el acceso universal y equitativo. De esta manera, conceptos como ciudadanía digital e infociudadanía están intrínsecamente vinculados. Los ciudadanos deben utilizar las herramientas digitales no solo para participar en el espacio cívicos, sino también para buscar información crítica que de otro modo les sería inaccesible debido a restricciones que pueden ser impuestas desde las posiciones de poder.
La ciudadanía digital proporciona un espacio donde los ciudadanos pueden organizarse y expresarse políticamente, mientras que la infociudadanía les permite manejar la información de manera estratégica, compartiendo datos veraces, eludiendo la censura y denunciando abusos de poder.
En una sociedad donde el acceso a la información está restringido por razones que van desde la tecnología hasta motivos sociales o políticos, la infociudadanía plantea desafíos éticos sobre cómo se comparte la información así como sobre el impacto de la desinformación. Los ciudadanos deben estar atentos a las campañas de manipulación, manteniendo una alfabetización mediática sólida para defender su derecho a la información veraz.
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