El 11 de abril de 1943 la ciudad amanece de pláceme, pues ese día se lleva a cabo el traslado del culto de la Iglesia del Rosario (conocida para la época como San José), al entonces llamado Nuevo Templo (hoy Catedral), en solemne ceremonia oficiada por el obispo de la Diócesis de Valencia, monseñor Gregorio Adam, con asistencia de la superioridad de la orden de los Agustinos Recoletos, autoridades civiles y militares y la multitudinaria feligresía del puerto. Transcurría así casi un siglo desde que se iniciaran las labores de construcción de una empresa que probó, a lo largo de los años, ser una dura carga para la ciudad, que desde mediados del siglo XIX no disponía de un templo a la altura de su población y condición urbana.
En 1851 la municipalidad solicita al Congreso Nacional la donación del edificio conocido con el nombre de “Cuartel de Anzoátegui”, para que se construyese en él un templo católico que sirviera de Iglesia Parroquial, solicitud esta que es aprobada en tiempos de José Gregorio Monagas.
Inmediatamente se constituye una junta compuesta por el presbítero Jesús María Rivas, cura y vicario de la ciudad, y los señores Rafael Calzadilla, Juan Martín Echeverría, Lermit La Roche y Pedro A. Valbuena. Correspondería la elaboración de los primeros planos de la iglesia al ingeniero Alberto Lutowsky, aunque todo parece indicar que la obra terminó apartándose del proyecto original, al punto de que aquel ni siquiera participaría en la obra, toda vez que en sus notas autobiográficas refiere lo siguiente: “… me llamaron los comerciantes y habitantes de Puerto Cabello para que les dirigiera unas cuantas casas: la plaza y parque, camino hasta el pueblo cercano (¿San Esteban?), acueducto y la iglesia, desde el principio en gran escala. Trabajé como un arquitecto varsoviano puede hacerlo, lo mejor posible: hice 6 planos, frente, lados, corte a lo largo y corte a lo ancho y detalle de construcción a prueba de temblor, a prueba de incendio y a toda clase de descomposición, proyecto económico y bonito. Terminados mis planos volví a Caracas y traje la fotografía de mi fachada cual tenía en la mitad de arriba el Ojo de Dios y letrero: “Ad mairomem Dei gloriam”. Mucho le gustó a nuestro arzobispo el proyecto, que dijo: “Este es un verdadero santuario” y bendijo el cuadro. Mencionó que tal vez lo llevaba consigo a Roma, pero le aconsejé que llevara todos los seis planos para publicarlos allí en Roma o en París Él me contestó que con mucho gusto lo haría. Escribí a la Junta, presidente de la cual era el Dr. Villanueva, y como no recibí contestación me fui al Ministerio de Obras Públicas para conseguir mis planos. Los planos llegaron pero ya en el momento del viaje de nuestro Arzobispo y él estaba tan ocupado con las visitas de despedida que no tuvo más tiempo de ocuparse de los planos y me mandó llevarlos o devolverlos al gobierno donde quedaron sin tener yo las copias, porque allí roban los planos, como me robaron unos de los caminos de Caracas a La Guaira…”.
Fundamental en la construcción de la obra, cuyos trabajos comienzan en 1852 y se paralizan en 1892, fue la actuación de las distintas juntas directivas que en conjunto con la junta de fomento local administraron los escasos fondos recibidos del Ejecutivo Nacional y donaciones, adelantando la construcción con base en los planos del ingeniero Francisco Avendaño y la dirección de los trabajos a cargo de José Arteaga y, más tarde, de H. W. Peterson. Muchos porteños de grato recuerdo trabajaron afanosamente para ver levantar el edificio, entre ellos, Juan Antonio Segrestáa, Adolfo Ermen, José Félix Mora y Paulino Ignacio Valbuena, contándose también con la contribución de mandatarios como Guzmán Blanco, Joaquín Crespo, Rojas Paúl y Andueza Palacios.
La falta de recursos económicos siempre fue el principal obstáculo que debieron enfrentar sus promotores. En 1872, por ejemplo, la Junta Directiva de la Fábrica del Nuevo Templo habría de discutir con el Ministerio de Fomento sobre la necesidad de no reducir o eliminar el “Derecho de Plancha” —principal fuente de ingresos de aquella para adelantar los trabajos de mejoras materiales en la localidad— aplicado a las exportaciones, entre otras razones, porque esto traería como consecuencia la paralización de los trabajos de fábrica; en 1891, la junta directiva recibe instrucciones del Ministerio de Obras Públicas de destinar la cantidad de 8.000 bolívares para las urgentes refacciones que requería la Iglesia del Rosario, lo que provocó una discusión sobre la real necesidad de aquellas, y la tardanza que esto ocasionaría en el avance de los trabajos de fábrica del nuevo templo.
En octubre de 1891, Juan Antonio Segrestáa bien por razones de salud, o por las diferencias surgidas con el Ministerio de Obras Públicas en el manejo de los fondos tan necesarios para concluir los trabajos del nuevo templo, renuncia a su cargo de presidente de la junta directiva de la Fábrica del Nuevo Templo, siendo reemplazado por Federico Carlos Escarrá. Un año más tarde, las obras de construcción se paralizan, reanudándose en 1938.
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