Dedico el presente artículo, gracias a la oportunidad que brinda El Nacional, a la memoria de Aurelena Merchán Ferrer, viuda del inmortal luchador por la libertad y la democracia Leonardo Ruiz Pineda.
Aunque no tuve el privilegio de llegar a conocerla por más tiempo, pero sí de percibir su pureza, solo me bastó un instante al presenciar su gesto en defensa del derecho a la libre expresión de unos jóvenes que intentaban exaltar la figura perezjimenista. Aquello sucedió con ocasión de la exhibición del documental Tiempos de dictadura del magnífico cineasta Carlos Oteyza, en un cineforo realizado en el auditorio de El Nacional. ¡Ese día pude corroborar de qué grandeza estaba hecha Aurelena!
Este pasado domingo 9 de agosto, cuando el diputado a la Asamblea Nacional Henry Ramos Allup denunciaba que las sedes del partido Acción Democrática en Caracas habían sido “asaltadas” por grupos armados, a los que denominó “alacranes”, conecté en mi mente con el fallecimiento que un día antes, en Florida, Estados Unidos, había acontecido en la persona de Aurelena Merchán Ferrer; noble mujer venezolana vinculada a la historia de la lucha por la libertad y la democracia en Venezuela. Acción Democrática ha estado y estará indivisiblemente asociada al recuerdo de lo que fue la superación de las dictaduras en Venezuela. Desde su movimiento precursor ARDI en 1931, con el recordado Plan de Barranquilla, luego el ORVE y hasta el denominado Partido Democrático Nacional (PDN) en 1941, que dio paso a la fundación el 13 de septiembre de ese año a Acción Democrática. Luego de alcanzar el poder vinieron otros partidos surgidos de sus divisiones. El Movimiento de izquierda Revolucionaria (MIR) en 1960, el Partido Revolucionario de Integración Nacionalista (PRIN) en 1962 y el Movimiento Electoral del pueblo (MEP) en diciembre de 1967.
Hoy, Venezuela está plagada de prostituidas ambiciones de poder. De servidores de una traición precedente, que ahora cede ante las circunstancias a una nueva traición del oportunismo de venderse al narcorrégimen para alcanzar prebendas. Para recibir sus pagos en divisas y favores temporales en especies, como entregarles las siglas de un partido que ya no es. No han sabido ganarse mediante competencia militante, y lucha legítima, los galones de grandeza como esos tachirenses de rubio: un Leonardo Ruiz Pineda o un Carlos Andrés Perez. Así convertidos alacranes y traidores actuales, se hacen con una casa vacía de contenido profundo.
Todos los genuflexos y acomodaticios del momento, habiendo renunciado así al sentimiento más hermoso por el cual vale la pena militar en un movimiento o un partido: ideas, con planes y proyectos que dan sentido trascendente a posibles ejecutorias que transforman las naciones y sus territorios, es decir, los países. Sus conductas son las más claras demostraciones de lo que ahora nos reta a amar más a Venezuela, y a construir su nuevo futuro de libertad y democracia. Ante el error permanente de vaciamiento institucional al que fueron sometidas nuestras instituciones partidistas, vía el pragmatismo de luchas intestinas por alcanzar posiciones de dirección, debe volver a aparecer desde ya la trayectoria del ejemplo de trabajo militante, consecuente, de capacidad de organizar y dirigir con coherencia y eficacia.
Varios expresidentes y notables personalidades venezolanas han vivido sus últimos días en territorio de los Estados Unidos de América. José Antonio Páez y Rómulo Betancourt, por ejemplo, en Nueva York. Carlos Andrés Pérez y ahora Auraelena viuda de Ruiz Pineda en Florida. no sería ociosa reflexión preguntarnos: ¿será curiosa casualidad o causalidad?
El que luego resultaría ser decimosexto presidente de Estados Unidos (1861-1865), Abraham Lincoln, al dirigirse ante la Convención Republicana en Springfield, Illinois, en junio de 1858, cien años antes de que comenzara nuestra más larga experiencia democrática en Venezuela, en una competencia de senadores se refirió a la imagen de la “casa dividida”. En lo que significó su acierto al adelantar el diagnóstico del verdadero problema de fondo que confrontaba su país en aquella etapa histórica, al estar dividido frente al problema crucial de la libertad del hombre, en este caso el problema de la esclavitud. Al afirmar “A house divided against itself cannot stand”, Lincoln traducía la situación del hecho fehaciente: “Una casa dividida no puede levantarse”.
Hoy, desde nuestra esfuerzo de aporte a la clarificación del mal que nos subyuga en Venezuela, debemos afirmar: ¡Una casa vacía de valores y principios puede ser cualquier cosa menos un hogar! Una nación con partidos de siglas y de hombres sin valores y principios pueden ser cualquier organización criminal, de negocios, de prebendas, pero serán siempre no otra cosa que ¡una casa vacía!
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@gonzalezdelcas