Unas señoras y unos señores soñaron con hacer una casa donde los sueños se hicieran realidad. Valera, la ciudad joven, crecía dinámica y progresista y era lugar propicio para lanzar al vuelo la ideas, los propósitos y los desafíos. Encrucijada de encuentro, la ciudad reunía en su dilatada meseta abierta a los cuatro puntos cardinales a los que bajaban de las tierras altas, a los que subían de la planicie lacustre y a los que venían del levante o del poniente, a encontrarse todos en el ambiente de creatividad que daba su movimiento económico y social. Todos bajo el amparo de san Juan Bautista y su elegante templo, realizado por los mismos valeranos.
Soñaron con crear en la ciudad vibrante, un lugar donde las palabras y las conversaciones, alfareras de nuevas realidades, dieran rienda suelta a la poesía y a la música, al teatro y la danza, a la escultura y a la pintura, y a todas las bellas artes. También donde se soñara la ciudad posible, su desarrollo armónico en sintonía con su entorno natural. Sus proyectos de innovación, los nuevos emprendimientos, las instituciones a crear y las nuevas escuelas y universidades.
Imaginaron crear un lugar abierto a todas y todos, sin importar edad, sexo, condición social o creencias, sin discriminación alguna. Un espacio para la libertad y para la promoción de la dignidad de la persona humana. Tenía que ser un lugar de los propios valeranos, de la comunidad cívica para el ejercicio de la ciudadanía plena.
Vislumbraron promover una casa donde igual entrara la bohemia y la austeridad, el vuelo de unos versos y los planos de una edificación, los párrafos de una crónica o las propuestas de un abordaje técnico, los sonidos de una guitarra o las polifonías de una sinfónica. Una casa donde se desplegara el espíritu humano.
Tuvieron una visión poderosa de hacer posible una casa abierta a todas y a todos. La casa común. La casa para humanizar la ciudad. Y hace 71 años nació el Ateneo de Valera, la casa donde los sueños se hacen realidad. Desde ella su espíritu humanista salió a encontrarse con la gente en los cerros y veredas, en las calle y avenidas, incluso en los centros poblados aledaños y más allá. Y su prestigio trascendió fronteras. La ciudad vibró con ella y sintió cómo dio frutos en gente que canta y danza, escribe y toca, talla y pinta. Y fue la casa del encuentro del espíritu cívico.
Desde hace 10 años la casa sufrió el deterioro de ese espíritu inicial y entró en crisis, las rivalidades políticas erosionaron su naturaleza y hoy no está habitada por el espíritu humanista y civilista, sino por el espíritu castrense. Una lancha torpedera inútil en tierra lo anuncia, como el bombardero atado a lo que fue la chimenea del trapiche de La Beatriz, o el tanque de guerra que amenaza la espalda de la Virgen de la Paz en el parque de la Trujillanidad a la entrada de la capital.
Pero el espíritu ateneísta anda suelto en la ciudad entre los valeranos que escriben, cuentan cuentos, danzan y hacen teatro, tocan o pintan, cultivan las bellas artes o las aprecian. El espíritu ateneísta sembrado hace 71 años no muere en la Valera civil y civilista.