OPINIÓN

La Casa Dividida de Abraham Lincoln

por Isabel Pereira Pizani Isabel Pereira Pizani

El discurso “La Casa Dividida”, pronunciado por Abraham Lincoln aceptando su nominación como candidato republicano al Senado por el estado de Illinois (1858), se basó en un pasaje del Nuevo Testamento (Mateo 12-25). El sentido era reclamar la necesidad de la unión. La semilla de este discurso llegó en 1850 cuando, en medio de un debate, el político Sam Houston había utilizado la frase: «Una nación no puede dividirse contra sí misma».

Haciendo una analogía con Venezuela podemos ver con claridad todos los caminos truncados, los puentes rotos que separan a unos lideres de otros y que generan grandes pérdidas o derrotas que nos impiden superar la atroz dictadura farsante que nos oprime y expulsa de nuestros hogares.

El pasaje más conocido de este discurso es el siguiente: “Una casa dividida contra sí misma no puede sostenerse. Creo que este gobierno no puede soportar, de forma permanente, la mitad esclavo y la mitad libre. No espero que la Unión se disuelva. No espero que la casa caiga. Espero que deje de estar dividida”.

Nos proponen ahora que avancemos en una confrontación por un candidato único, pero olvidan que lo primero que hay que hacer es lograr los acuerdos básicos que se constituyan en el piso del nuevo liderazgo. No podemos ingresar en un tiempo confrontativo entre grupos, partidos o personalidades sin habernos unido en torno a un proyecto basado en el consenso. Unir no es la tarea que le tocaría a un nuevo liderazgo, es el antecedente para luego elegir quienes estarán en la cabeza para luchar por los objetivos compartidos.

Abraham Lincoln, al pronunciar el discurso de la Casa Dividida, terminó por convertirlo en un símbolo de la inestabilidad y amenaza que la desunión entre el Norte y el Sur de Estados Unidos, derivada de opiniones adversas sobre lo que la esclavitud llegaría a ser para la nación.

Entre nosotros se trata de imponer la idea de avanzar a un liderazgo sin acuerdos de base, una invitación a caer una vez más en la farsa de creer que podemos ir a una especie de elecciones primarias sin acuerdos mínimos, sin que se resuelvan o atemperen las argumentaciones que han provocado el fraccionamiento de las fuerzas opositoras:

Si no se construye una base previa, los abstencionistas y antidiálogo votarán por quien represente su argumentación y los creyentes en la vía electoral y en el dialogo lo harán por quienes comulgan con sus ideas. Nada cambiará.

Antes de elegir cualquier representación de la unidad tenemos que superar el síndrome de la Casa Dividida, como dicen nuestros hermanos de Estados Unidos: «Todo reino dividido contra sí mismo, es asolado; y toda ciudad o casa dividida contra sí misma no permanecerá».

Hoy vemos cómo los acólitos del régimen -unitariamente- pretenden cubrirse con una capa de falsa moralidad. Cabello declara: “Con corrupción, odio y ambición no se saca adelante un país”, obviando que son esos los instrumentos que ellos han utilizado para someter y arruinar el país. ¿Acaso no fue por odio que lanzaron a Fernando Albán por la ventana, destrozaron el cuerpo del capitán de corbeta Rafael Acosta Arévalo, acribillaron cobardemente a Oscar Pérez o mantienen 17 años presos a los policías metropolitanos? Evidentemente no hay límites morales en Maduro, Cabello, Padrino, no se avergüenzan frente a sus hijos. Pretenden borrar que 6 millones de venezolanos han huido desesperados, arrojados por el fracaso y la sequía de oportunidades para seguir existiendo decentemente. Olvidan o intentan hacer olvidar sus actos de corrupción que los ha llevado a amasar grandes fortunas sepultadas en destino desconocidos.

No podemos operar con las mismas reglas de juego de quienes han destruido el país y nuestras vidas, ignorar la realidad de la ruina económica y endulzarnos con una ficción de recuperación que finja salvar a la infancia de la desnutrición y la hambruna y que no detiene a los venezolanos de seguir huyendo por cualquier rendija que encuentren abierta.

Empecemos por el gran esfuerzo de unir la Casa Dividida, ningún liderazgo podrá iluminar el camino si solo alcanza el triunfo por una cierta mayoría numérica con pensamientos contrarios, negados a conciliar con los otros. Para que el liderazgo que podamos elegir sea legítimo tiene que ser de “la Casa de Todos”.