OPINIÓN

La Casa de los Herrera

por José Alfredo Sabatino Pizzolante José Alfredo Sabatino Pizzolante

Definitivamente uno de los inmuebles más imponentes de los existentes en la zona histórica de Puerto Cabello, el otrora museo de armas, se encuentra a la espera de mejores tiempos. Una inscripción en la parte superior de su elegante portada muestra el año 1790, pero su construcción bien puede ser anterior a ese año si nos atenemos a las fuentes cartográficas. Sin embargo, no es tanto su antigüedad sino sus dimensiones y arquitectura, lo que nos habla acerca de la condición social y poder económico de sus propietarios.

Su fachada engalanada por un balcón volado y sobria portada en piedra, el corto pero amplio zaguán que da paso al patio y al segundo piso resguardado por un barandal de madera y techo de tejas, sobre todo, el mirador que lo corona desde el que se otea cómodamente la tranquila rada, configuran una casa que debió resaltar en el entorno urbano, observada tanto desde la calle Real (hoy Bolívar), como desde la calle Lanceros hacia la que también tenía salida y una elegante balconada.

Tradicionalmente se le conoce como la Casa de los Herrera, familia llegada al puerto en tiempos de la Compañía Guipuzcoana, dedicados al comercio en general, más tarde de destacada actuación en los asuntos administrativos y políticos de la incipiente ciudad; gracias a la ya mencionada inscripción en la portada, sabemos que los Herrera pertencieron a la Orden de los Caballeros de Calatrava, la primera hermandad militar-religiosa nacida en la España medieval. De los viejos documentos emergen los nombres de Pedro, José y Domingo. Don Pedro de Herrera tiene destacada  actuación en los asuntos políticos conformando, junto a don Pedro Ignacio de Laza y don Pedro del Castillo, la Diputación que para la mejor administración del vecindario las autoridades españolas le acordaran al puerto en 1787, con ocasión de las diligencias adelantadas para obtener su elevación a ciudad. En 1811, don Pedro de Herrera en su condición de alcalde ordinario de primera nominación, suscribe el acta del 9 de julio en la que la Diputación de Puerto Cabello reconoce la independencia declarada en Caracas días antes, encontrándose además entre quienes solicitan al Supremo Poder Ejecutivo el otorgamiento definitivo del título de ciudad, lo que ocurrirá el 5 de agosto de ese mismo año. José de Herrera, por otra parte, se identifica en un cuaderno de Actas Capitulares de 1790 como Factor de la Compañía de Filipinas, empresa que sucede a la Compañía Guipuzcoana que en 1785 desaparece, resultando electo aquel año como Diputado del Común. Debió ser un personaje verdaderamente influyente, pues en el aciago año 1812 y ante el alzamiento del subteniente Francisco Fernández Vinoni en el castillo de San Felipe, lo que más tarde resultará en la pérdida de la plaza fuerte y de la primera república, el entonces comandante político y militar de la plaza, coronel Simón Bolívar, envía al respetable anciano don José de Herrera a parlamentar con los alzados, aunque sin éxito.

La familia Herrera formó parte, entonces, de los “grandes cacaos” o aristogracia mantuana, propietarios de importantes plantaciones cacaoteras. Don Ramón Díaz Sánchez en su novela Borburata (Premio José Rafael Pocaterra 1960), siempre entre la historia y el relato literario, escribe sobre la hacienda Herrera y sus antiguos propietarios: “Es así como he llegado a saber que hace más de doscientos años cultivó este cacao un don Juan Asencio de Herrera que junto con don Juan de Ibarra y don Juan de Solórzano y Mijares se contó entre los más ricos propietarios de esta comarca. (Hubo también un don Pedro Miguel de Herrera, un don Juan Antonio de Herrera y unos enigmáticos Herederos del Herrero que bien pudieron tener algo que ver con nosotros aunque sus retratos no figuren en la galería familiar). Hoy sé, además, que en la antigua fanega de tierra se sembraban por lo común cien arboles de cacao pero que esta cantidad fue duplicada después debido al abrumador incremento del fruto estimulado por la Compañía Guipuzcoana; que una fanega es poco más de la mitad de una hectárea y que si mis cálculos no me engañan en la finca de Herrera debieron haber, a principios del siglo XVIII, alrededor de ocho mil árboles…”.

Ignoramos en qué momento la casa deja de permanecer a los Herrera, a principios del siglo pasado lo ocupa el Hotel Americano y con el correr de los años pasará a Nina Cecilia Kolster de Méndez, quien la recibió en herencia de su abuela Ángela Vera de Kolster en 1937. En 1947, la Cámara de Comercio de Puerto Cabello adquiere el inmueble para su sede vendiéndolo, finalmente, a la Corporación Venezolana de Fomento (CVF) el año 1967, a los fines de remodelarlo y establecer allí el museo de armas de la ciudad. Es interesante mencionar que por aquellos años la casa se identificaba como uno que había pertenecido a la Compañía Guipuzcoana -de hecho se le llamaba Casa Guipuzcoana- correspondiéndole a don Ramón Díaz Sánchez en su condición de individuo de número de la Academia Nacional de la Historia y mediante informe presentado a dicha corporación en mayo de 1968, rebatir documentalmente tal información identificando, como correspondía, a la Casa Guipuzcoana en el inmueble que actualmente conocemos.

Por iniciativa del Dr. Aníbal Dao, para la época gerente de la CVF, se concreta la apertura del museo, contratándose a Rafael Dagostino para elaborar el plan de decoración, adquiriéndose en España un importante lote de réplicas de espadas, floretes, escopetas, mazos con bolas, alabardas y petos de coraza para exhibirlos allí. El museo abre sus puertas, siendo luego entregado en administración a la Fundación “Lisandro Alvarado” convertido ahora en un museo de historia y antropología, el cual funcionó por espacio de casi dos décadas cuando cierra sus puertas.

Comienza así un triste período para el histórico inmueble que lo conduce a su deterioro casi absoluto y la pérdida de mucho del material allí existente. El hecho de que fuera de propiedad nacional contribuyó decisivamente a este deterioro, dificultando la toma de oportunas decisiones, amén de la ausencia de planes y el poco interés de los entes gubernamentales regional y local, situación ésta denunciada por la Academia de Historia del Estado Carabobo en prensa y comunicaciones escritas. Desaparecida la CVF el inmueble pasa a otros entes ministeriales, en última instancia, al Conac, Ministerio de la Cultura y, recientemente, a la Gobernación del Estado Carabobo mediante un comodato por 15 años. Afortunadamente hemos conocido, en reciente fecha, que el gobierno regional comenzó los trabajos de remodelación allí con miras a la reapertura del museo. Es el deseo de la Academia de Historia del Estado Carabobo que dichos trabajos se desarrollen con apego a los criterios técnicos y museísticos que correspondan, escuchando con amplitud y atención opiniones autorizadas que aseguren un museo de primera. La ciudad lo merece, el estado Carabobo también, especialmente en el año del Bicentenario de la Toma de Puerto Cabello.

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@PepeSabatino