
Foto: @egleemartineznava
En tiempos donde la política suele asociarse con el oportunismo y el beneficio personal, la historia de Eglee Nava brilla como un recordatorio de que la verdadera vocación de servicio aún existe. Fue una líder social incansable, una mujer de principios y valores inquebrantables, cuyo único color político fue «La Gente que Trabaja». Su vida estuvo dedicada al bienestar de su comunidad y al fortalecimiento del tejido social en El Cafetal.
A finales de los años ochenta e inicios de los noventa, Venezuela experimentaba una transformación en su estructura política con el proceso de descentralización. En ese contexto, la municipalización de la gestión pública abrió espacios para la participación ciudadana, y fue allí donde Eglee Nava dejó una huella imborrable. En un acto de generosidad y compromiso absoluto, entregó su propia casa para que sirviera como sede de la Jefatura Civil de El Cafetal. No buscó reconocimiento ni beneficio personal, solo le movía la convicción de que su comunidad necesitaba instituciones cercanas a la gente y al servicio de sus necesidades.
Eglee entendió que la política no debía ser un medio para el enriquecimiento personal, sino una herramienta para mejorar la vida de los demás. Bajo la primera gestión de una mujer al frente de la Alcaldía de Baruta, Gloria Capriles, su labor comunitaria se consolidó con una entrega absoluta. Fue el rostro humano de una administración cercana, preocupada por la gente, donde su voz siempre fue la de los más vulnerables.
La vida de los políticos honestos suele tener un desenlace amargo en lo material. Como tantos servidores públicos íntegros, Eglee Nava falleció sin riquezas, sin grandes propiedades ni fortunas. Su verdadera herencia no se midió en bienes, sino en el respeto y el amor de sus vecinos, en la memoria colectiva de aquellos a quienes ayudó y que aún la recuerdan con gratitud. Este es un reflejo de lo que muchos líderes políticos, como Luis Herrera Campins, también vivieron. Herrera Campins, expresidente de Venezuela, se destacó por su honestidad y su alto sentido ético y moral. A pesar de haber ocupado un cargo tan importante, su vida estuvo marcada por la austeridad y la integridad, dejando una herencia mucho más valiosa que cualquier bien material: un legado de valores y principios sólidos. Su riqueza no era la acumulación de propiedades, sino la honestidad y el compromiso con el país que demostró durante su mandato. La familia de Luis Herrera Campins heredó no solo su patrimonio material, concebido con honestidad, sino un profundo respeto por los valores que él promovió y defendió, que continuaron siendo una guía moral para las generaciones posteriores.
Por otro lado, la figura de Hugo Chávez ofrece un contraste doloroso. De ser un teniente coronel sin recursos, Chávez pasó a ser el líder de un país con un inmenso poder, pero también con una fortuna personal que se forjó a través del desfalco de los recursos nacionales. Su legado está marcado por la corrupción, el saqueo y el enriquecimiento de su familia y allegados a costa del sufrimiento del pueblo venezolano. La fortuna de Chávez, construida a través de prácticas corruptas, se ha convertido en una de las más grandes del mundo, y sus familiares disfrutan de una vida de lujo e impunidad, a pesar de los desastres económicos y sociales que dejó su gobierno.
Mientras que en el caso de Luis Herrera Campins, la riqueza era sinónimo de ética y honor, en el de Hugo Chávez la fortuna era producto del abuso del poder y la explotación del pueblo. Esta comparación pone en evidencia cómo la verdadera grandeza de un líder no se mide en la acumulación de bienes materiales, sino en la honestidad de su gestión y la dignidad con la que enfrenta los desafíos del poder. La diferencia entre ambos líderes es clara: uno dejó un legado de principios y respeto, mientras que el otro dejó un legado de saqueo y corrupción. En contraste, muchos políticos en Venezuela han usado el poder como un trampolín para su enriquecimiento personal. Han construido imperios personales a costa del erario, financiando campañas ostentosas, rodeándose de lujos mientras el país se hunde en la miseria. Han desmantelado las instituciones, dejando un país roto, hambriento y sin futuro. Eglee Nava representa el polo opuesto de estos personajes: su honestidad y vocación la convirtieron en una figura que servía, no que se servía del pueblo.
Hoy, cuando muchos parecen haber olvidado el sentido de la vocación pública, el legado de Eglee Nava nos invita a reflexionar sobre la esencia del verdadero liderazgo. Ella no murió, porque vive en la historia de El Cafetal, en cada persona que recibió su ayuda, en cada sonrisa que logró arrancar con su incansable labor social.
Eglee Nava fue, y siempre será, un símbolo de integridad y entrega. Su vida nos recuerda que la política, cuando se ejerce con honestidad, puede ser el más noble de los servicios. Que su historia inspire a nuevas generaciones a seguir su ejemplo, a creer en la comunidad, en la gente, y en la posibilidad de construir un país más justo desde la vocación de servicio. Porque su verdadero partido no tenía siglas ni colores: su único compromiso fue con la gente que trabaja.
Noticias Relacionadas
El periodismo independiente necesita del apoyo de sus lectores para continuar y garantizar que las noticias incómodas que no quieren que leas, sigan estando a tu alcance. ¡Hoy, con tu apoyo, seguiremos trabajando arduamente por un periodismo libre de censuras!
Apoya a El Nacional