OPINIÓN

La carta de Biden y el cuento de los tres sobres

por Oscar Hernández Bernalette Oscar Hernández Bernalette

 

En días pasados me encontré una caja con viejas cartas que había escrito y nunca envié. Nunca llegaron al destinatario. Cartas a los padres, a la novia, a los amigos. Su origen era una obligación, en los institutos de estudios militares nos asignaban una hora a la semana para escribir una carta. La verdad es que una carta escrita a mano, con calma, sin errores ni correctores, es un homenaje a la delicadeza. Releerlas fue maravillosamente nostálgico.

Es por ello que me llamó la atención la noticia de la carta de Biden a Trump. Por un momento pensé que se trataba de la historia de los tres sobres totalmente oportuna para cualquiera que asume un cargo público. Esta vez se trata de una amable carta que le dejó  Biden en el Despacho Oval de la Casa Blanca, cumpliendo con una tradición que se inició desde los tiempos de Reagan. La carta dice : “Estimado presidente Trump, al despedirme de este sagrado cargo, le deseo a usted y a su familia todo lo mejor en los próximos cuatro años. El pueblo estadounidense –y los pueblos de todo el mundo– esperan que esta casa les dé estabilidad en las inevitables tormentas de la historia, y mi oración es que los próximos años sean tiempos de prosperidad, paz y gracia para nuestra nación. Que Dios lo bendiga y lo guíe como ha bendecido y guiado a nuestro amado país desde nuestra fundación”.  

Sin duda, una bonita tradición y mayor gesto que denota grandeza e institucionalidad en lo que se refiere al manejo de los cargos públicos. 

Esta introducción es una buena oportunidad también para recordar la historia de los tres sobres.

La narra Federico Mayor Zaragoza cuando le propuso al secretario general de Ciencias de la extinguida URSS visitar al rector que hacía pocas horas lo había sucedido frente al Rectorado de la Universidad de Granada. Este le pregunto: ¿Todavía habla bien de usted? Al sorprenderlo con  la pregunta es entonces cuando el ruso  Skryabin decide contarle la historia de los tres sobres, un cuento que se aplica, según he dicho,  a todas las transmisiones de responsabilidad. Usando el derecho a la adaptación de la narrativa originaria diríamos que esta historia es tan cierta que no importa en cuál  latitud estemos y a qué burocracia pertenezcamos, es imposible no haberla padecido, visto y hasta reírnos de este cuadro de comportamiento tan común entre los burócratas, especialmente los que sufren del “síndrome del  complejo”.

La historia describe que al momento de recibir el relevo, sea un ministro, director, etc., deberá recibir tres sobres, numerados 1, 2 y 3. Esos son sobres claves para su nueva gestión. Deben guardarse en el escritorio del nuevo inquilino y estar a la mano para su respectivo uso. Estos sobres son una especie de salvavidas. Están allí para las emergencias. Después de varios días o semanas en el cargo el nuevo iluminado de la burocracia se encuentra entre la espada y la pared. Tiene problemas, no están en el manual de procedimientos, le aterra escuchar consejos de su segundo, pues demostrar debilidad está prohibido. Entonces, no le queda otra que recurrir al primer sobre. Está solo, nadie sabe de la existencia de estos salvavidas, le intriga lo que allí le recomiendan. Entonces, se decide, abre la gaveta de su escritorio, coge de la mano el sobre blanco estampado con el número 1. Lo abre y lee. ¨Hable mal de mí. La culpa la tengo yo”. Justo lo que necesitaba. Pues así fue, se pasó un par de meses hablando mal del antecesor, el mismo que lo había recibido con amabilidad y le había entregado los tres sobres. Aquí nada sirve, exclamaba, ese hombre me ha dejado la institución destruida. Imposible salir a flote. Como lo pudieron designar. En efecto, la estrategia le sirvió para los primeros meses. 

Dígame usted, amigo lector, si no le parece conocida esta maniobra. Muy aplicada entre los políticos. Se resume en que la culpa es del otro. 

Con esa primera opción el nuevo burócrata sobrevive airoso los próximos meses. Por supuesto, la burocracia subalterna se pliega a la misma narrativa y en poco tiempo todos afirmaban, al igual que el jefe, que el estado caótico de cosas se debe al anterior responsable. No duró mucho la luna de  miel. Cuando nuestro amigo percibe inoperancia y que las cosas le salen mal, ni la rotación de funciones ni la destitución arbitraria de algunos funcionarios le funcionaba. Es difícil, es más complejo de lo que se imaginaba. 

Entonces, ante una nueva crisis, mira la primera gaveta de su escritorio y piensa, quizás allí está la clave; no es un revólver, es el segundo sobre, el número 2. Lo tiene que abrir, no fue suficiente el hablar mal de su antecesor. Lo abre y el mensaje más que claro. Su contenido decía: “Con las presentes estructuras nada puede hacerse. Cámbielas”. Es allí en donde nuestro amigo encuentra fuero para hacer que la organización mejore. Reúne a la junta directiva, a los accionistas, les presenta una propuesta de reestructuración y les ofrece en pocos meses un cambio en la organización. Eso sí, pide manos libres, tiene que eliminar personal, el primero, su segundo, cerrar unidades, contratar expertos organizacionales, no aumentar los salarios, cambiar oficinas y traer gente de confianza que ayuden a su noble propósito. “Más vale traer malos conocidos que buenos ya enquistados por conocer”. Algunas de las prácticas le dan cierto sentido a su esfuerzo y algunos empleados se impresionan con las modificaciones. Como aquella iniciativa del café y un pastel en la tarde por cuenta de la casa, fue espectacular. Por supuesto, en poco tiempo sus jefes comenzaron a darse cuenta de que las propuestas de reestructuración mantenía los mismos vicios que decía existían de la anterior gestión y los números no demostraban ninguna mejora tangible. La directiva se inquietó, los funcionarios comenzaron a cuestionarlo y a descubrir las debilidades de su programa de reestructuración. En poco tiempo se dieron cuenta de que no había nada que reestructurar. Que los funcionarios adquiridos no tenían la experiencia de los anteriores y que el desastre era evidente.

Ante esta realidad no quedaba sino ver que le aconsejaba el tercer sobre.  Este le decía: “Vaya escribiendo a prisa otros tres sobres para su sucesor. Su cese es inminente”.

Seguramente a Trump le corresponderá escribirle también a su sucesor una similar misiva de despedida. Ojalá que sepa que el éxito de su gestión dependerá de asumir y sin arrogancia los buenos consejos de sus antecesores, de su experiencia previa y de la honestidad con la que maneje los asuntos de una nación con tantas responsabilidades en esta aldea global que compartimos.