Vuelvo sobre la muy somera interpretación de lo que nos ocurre como degradación política y del Estado en nuestra actualidad, partiendo del análisis realizado por Mijail Bajtin a la obra de Rabelais, en el libro La cultura popular en la Edad Media y el Renacimiento. Esta vez ampliaré ideas acerca del «realismo grotesco» enunciado por Bajtin y cómo se reproduce políticamente en esta imposición continuada del régimen del terror. Veamos.
El ruso entiende que «El rasgo sobresaliente del realismo grotesco es la degradación, o sea la transferencia al plano material y corporal de lo elevado, espiritual, ideal y abstracto». Realiza, además, una separación topográfica, en la que lo alto corresponde al cielo y lo bajo a la tierra; lo alto a la cabeza y el rostro (al pensamiento, al cerebro) y lo bajo a los órganos genitales, al vientre, al trasero. El realismo grotesco consiste para él en el acto de derribar las formas espirituales, ideales y transformarlas en elementales. Elementos vinculados a lo apolíneo y lo dionisíaco en lo que tienen de contrapuestos-complementarios. Como bien lo representa Shakespeare en La tempestad, con Ariel y Calibán. Lo podemos apreciar en las hechuras del régimen al desplazar nuestra concepción del Estado, degradándolo. Comenzando por la desvalorización de la Constitución a la que ya ninguna atención le presta y desde allí a todos los poderes. La elementalidad de la Fuerza Armada, de la Asamblea Nacional, del Poder Judicial, del ente electoral, son demostración fehaciente de ello.
Por supuesto, esa degradación del Estado incluye todas las instituciones concebidas con anterioridad. Asi, los fundamentos de aquel, la educación y el trabajo carecen de valor alguno en el gradiente de los intereses del régimen. Las universidades han sido reducidas, hasta la burla; los sueldos, la moneda, el Banco Central, las empresas fundamentales como Pdvsa, o las básicas en Guayana, las privadas expropiadas. Todo esto en un proceso de banalización, de depreciación conceptual, con el que se ha creído ganar popularidad. Ello por procurar degradar risiblemente, alentando el derribamiento institucional que consideran aplaudido por la galería, como si de una actuación en el circo romano se tratara. Hoy en día en Venezuela nadie respeta la educación. El valor de un profesor es nada en la sociedad. El valor de un diputado es ñinga, tanto así que los apresan y humillan. El valor del trabajo es nulo; también el de la moneda. El de los uniformes. El del ser humano. Todo calculado. Esto instaurado desde el poder para preservarse y preservarlo.
Una vez producida esta degradación absoluta, carnavalesca, creen ellos que popular y risible, burlesca, se dan a la tarea de una posible refundación del Estado a su medida, con proyección de perpetuidad; al menos lo conciben hasta el año 2030. Sin importarles para nada la violencia contra la Constitución. Es más, propiciando esa violencia. Apuntan a un «Estado Comunal». La Constitución para ellos es su «Plan de la Patria». Ese que se fija como parte de sus metas: «Consolidar y expandir el Poder Popular como componente estructural de una verdadera democracia socialista. A todos los niveles y como componente sustancial de todo el Estado y proceso revolucionario, a efectos de garantizar la irreversibilidad del proyecto bolivariano para la felicidad plena del pueblo». Creen poder construir sobre ruinas. Ave Fénix posmoderna.
De La visión certera, cultural y social, de Bajtin, fácilmente entroncamos con la propuesta también cultural, social y política de Jacques Derridá y otros tantos (Culler, Bloom, Paul de Man…); de la visión carnavalesca, risible, popular, unificadora, al sentido diferente de interpretación y realización contenido en la «deconstrucción» de Derridá. El aspecto siniestro no se hace esperar al menos en esta propuesta venezolana en la que sin duda experimentan otros países con intereses ideológico- económicos en el nuestro. «Transgresión de la institucionalidad del logos, por ende, de todas aquellas formas institucionales derivadas del mismo», diría el tío Jacques. Material para otro extenso artículo. Tal vez estas palabras hayan servido en pos de alguna mínima claridad acerca de esta vorágine política en la que nos tienen secuestrados, aterrorizados, inmersos.