A pesar de la programación constitucional, ni siquiera Nicolás Maduro tiene certeza de la celebración de las próximas elecciones presidenciales. Sabe muy bien que les son reconocidos sus afanes y logros manipulatorios de acontecimientos capaces de postergarlas e, incluso, sorprendentemente, adelantarlas, pero igual se entera de los más insospechados factores internacionales en curso que pueden llevarse por delante el sobrado éxito que ha tenido con el control y sojuzgamiento de la vida nacional.
Desde la más amplia oposición que incluye a individualidades y partidos que, a su vez, son gobierno, toda una novedad si de regímenes políticos tratamos, surgen ambiciones prematuras que, al parecer, tienen muy bien resueltos los problemas de financiamiento y, objetivamente consideradas, guardan una correspondencia exacta con el ya recurrente espectáculo plebiscitario de una centuria que satisfizo los más rentables roles secundarios. Nada fácil, simularse como adversarios del sistema exige de una inmensa capacidad histriónica que, al menos, dirán, los futuros investigadores están en el deber ineludible de reconocer (… a Ionesco, tropicalizado).
Desde la oposición más decantada, hay cautela porque son muchas las aguas (revueltas) que están pendientes de correr por debajo de los puentes (escasos), debatiéndose las condiciones y oportunidades que garanticen la mínima unidad de los partidos que han copado la escena en los últimos años, deseosos de frenar el empuje de las otras fuerzas políticas y, sobre todo, corrientes sociales que todavía procuran soslayar, marginar y liquidar. De un modo u otro, también tienden a banalizar la candidatura presidencial como si fuese posible descontextualizarla de la tragedia nacional, no reclamada de un íntegro y radical compromiso histórico, urgida de todo el coraje, experiencia e imaginación política que aportamos los venezolanos en varios de los momentos decisivos de nuestra vida republicana.
La candidatura no parece sugerir la extraordinaria responsabilidad de conquistarla, sostenerla y defenderla, defendiendo el triunfo presidencial mismo para abrir el peligroso camino hacia la libertad en los próximos meses, o años de acuerdo con el interesado horóscopo oficial. Requerida de un particular temperamento y de una honestidad de miras a prueba de toda retórica de ocasión, debemos combatir la noción y condición candidatural como una faena de la diversión, el narcisismo y la extravagancia, recuperando la vocación y la militante disposición de defender a toda la familia venezolana frente al régimen desintegrador del propio país que la asienta.
Por lo visto, perdido ya el menor sentido institucional, cualquier puede ser candidato presidencial de toda oposición que se le antoje, integrándose a un elenco de aspirantes demeritados, anodinos y temerarios, pero – eso sí – simpáticos y avispados. Y cuando eso ocurre, insoluble la crisis política, sin necesidad de candidatearse, cualquiera puede ser presidente real y efectivo, aunque no se lo proponga, por la sola sobriedad que, lo sabemos, ahora, no abunda al estorbar, gozando de una injustificada mala fama.
@luisbarraganj
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