OPINIÓN

La campaña admirable 

por Ibsen Martínez Ibsen Martínez

En la inminencia de las elecciones primarias —hace poco más  de nueve meses— una ilustre academia de sofistas que este tiempo de pícaros nos ha dado a conocer —rivales políticos, politólogos, encuestadores y  “analistas de entorno”— no daba un níquel por el futuro político de María Corina Machado y volcaba en tortuosas cábalas la pregunta sobre quién podría abanderar a la oposición  frente al obsceno ventajismo electoral de la camarilla usurpadora.

Viene a la mente el “Charlatán Mayor de la Demoscopia de Datos Duros y el Análisis Desapasionado”, el gárrulo encuestador decano de los mistificadores, el “bocazas consejero” favorito de los programas de opinión de la radio y la televisión cautivas,  que cien veces argumentó la desvergüenza de que el candidato debía ante todo “hacerse potable” al paladar de Maduro. Para garantizar el diálogo y la gobernabilidad en una hipotética transición, se entiende.

Para no disgustar al mandamás y conjurar una fulminante, jupiterina inhabilitación. Porque la inhabilitación de María Corina Machado era una realidad inconmovible y había que ser realistas y votar por un disléxico pelele de flux y corbata “que sepa negociar”.

Según quienes así pensaban, solo con la graciosa  venia de un gobierno que no ha respetado regla alguna de civilidad democrática podría un candidato y su partido “seguir en el juego”. Pocos, nunca diré que ninguno, ponían en sus balanzas los irreversibles cambios tectónicos que se han obrado en el ánimo público venezolano durante el último lustro.

Un ejemplo digno de interés no solo politológico, sino antropológico y sin duda también histórico, lo brinda actualmente el nutrido escudo de motociclistas que espontáneamente acompaña a María Corina en los desplazamientos de la campaña electoral en pro de Edmundo González Urrutia.

Adviértase la demografía del momento: del país han partido 8 millones y medio de habitantes, mermando en casi 30% una población que en 2014, al comenzar la década de Maduro, era de 30 millones.

El fenómeno del escudo motorizado está en boca de todos, pues hubo un tiempo, a comienzos de siglo, en que la fuerza de choque callejera del chavismo, los temidos “círculos bolivarianos” que hicieron las veces de las protervas SA de los albores del nazismo, o de los aporreadores Camicie Nere mussolinianos, estaba constituída por nutridas y muy intimidantes formaciones motorizadas, de extracción inequívocamente popular.

El gran predicamento que hoy acoge a María Corina entre los trabajadores motorizados —mensajeros, mototaxistas, mecánicos y fontaneros, repartidores de comida rápida— de las barriadas de Caracas y las capitales estadales y aun trabajadores agropecuarios de muchas zonas rurales donde la moto se equipara a la tracción de sangre de un batallador alazán criollo, me sugiere un significativo paralelo con nuestra guerra de Independencia.

En el año 1814, “el año terrible” que ensangrentó Venezuela de punta a punta, un antiguo funcionario de aduanas, Jose Tomás Boves, feroz asturiano avecindado como pulpero en nuestros Llanos, acaudilló legiones  de irregulares, miles de jinetes llaneros —negros, zambos y mulatos— que, peleando bajo banderas españolas y azuzados por el odio de castas, diezmaron las bisoñas fuerzas independentistas, comandadas por jóvenes patricios,  en lo que fue sin duda una guerra civil.

La llegada en 1815 del Cuerpo Expedicionario español —los implacables marines del rey Fernando VII— y la muerte en combate del caudillo Boves obraron un cambio dramático en las legiones llaneras que en lo sucesivo, a las órdenes del catire José Antonio Paez, el homérico jefe patriota que supo conquistarlos, harían la guerra con Bolívar, por la independencia y la república.

Este legendario volte-face de los bravíos llaneros está grabado a  fuego en el inconsciente colectivo de los venezolanos como solo un poderoso mito de origen puede hacerlo.

María Corina, la ingeniero  industrial de ancestro  mantuano, ha puesto en acto en el curso de estos meses una feliz, vivificante   figuración del mito al surcar las carreteras de Venezuela confundida en oleadas de “pardos”, como en aquel tiempo habrían sido llamados los hombres y mujeres del común que se han echado el miedo a las espaldas y atienden su llamado a votar masivamente por la democracia y la libertad.

Las barreras divisorias entre los venezolanos, elevadas por la prédica  del odio de clases que diabólicamente avivó Hugo Chávez, se han venido abajo. Vuelven a nosotros, animadas por el numen ciudadano de María Corina Machado las palabras de Bolívar, alentando a sus abatidos compañeros una desazonada noche de Jamaica de 1815: Con modo todo se puede.