La reciente caída de Bashar al-Assad en Siria no solo marca el fin de una era de brutal represión, sino que demuestra una vez más que ninguna dictadura, por más arraigada que parezca, es invulnerable para siempre. El régimen de Al-Assad, que resistió casi una década de guerra civil, intervención extranjera y protestas, finalmente se desplomó ante sus propias contradicciones. El fin de su régimen ha mostrado que las dictaduras son inherentemente frágiles. Esta lección debería hacer sonar las alarmas para otros gobernantes autocráticos, especialmente para Maduro en Venezuela. La caída de Al-Assad subraya una verdad simple: los dictadores caen, y el tiempo de Maduro llegó.
El ascenso y la caída de Bashar al-Assad
Cuando comenzaron las protestas en 2011, el control de Bashar al-Assad sobre Siria parecía inquebrantable. La familia Al-Assad había gobernado durante más de 40 años, y el régimen estaba respaldado por un fuerte aparato militar y de seguridad, así como por aliados clave como Rusia e Irán. Sin embargo, la respuesta violenta de Al-Assad ante las demandas de reformas políticas por parte del pueblo sirio transformó al país en un campo de batalla, donde las brutales tácticas del régimen, como bombardeos indiscriminados y ataques químicos, aislaron a Al-Assad en el ámbito internacional y lo hicieron tóxico para la población siria.
La supervivencia de Al-Assad dependió del apoyo de Rusia e Irán, quienes intervinieron militarmente y proporcionaron cobertura política. Aunque Al-Assad logró recuperar el control sobre parte del país, las secuelas de la guerra—el colapso económico, el desplazamiento de millones y la erosión de la legitimidad estatal—fueron irreparables. La lucha por su supervivencia mostró la fragilidad inherente del régimen.
Las dictaduras se construyen sobre bases frágiles
La caída de Al-Assad demuestra que las dictaduras no son tan invulnerables como parecen. Los dictadores suelen depender de tres pilares fundamentales para mantenerse en el poder: un aparato de seguridad leal, apoyo internacional y la supresión del descontento popular. Pero estos pilares son más frágiles de lo que parecen.
En el caso de Al-Assad, su régimen dependía de la lealtad de sectores clave del ejército y los servicios de inteligencia, muchos de los cuales estaban estrechamente ligados a su familia y a la comunidad alauita. Cuando estas instituciones fueron presionadas, como ocurrió durante el conflicto, la lealtad se fracturó y la estabilidad del régimen comenzó a desmoronarse. Para los dictadores como Al-Assad, en el momento en que la lealtad de estas fuerzas se quiebra, el sistema entero se vuelve vulnerable.
El respaldo internacional también es una fuente de apoyo, pero, como se demostró en Siria, no es eterno. Aunque Rusia e Irán ayudaron a Al-Assad, sus intereses no siempre coincidieron con los del régimen, y su apoyo podría haberse agotado en cualquier momento. Ningún régimen puede depender de un apoyo extranjero indefinidamente.
Por último, la represión popular solo puede sostenerse mientras el régimen tenga la capacidad para contener la disidencia. La guerra civil siria evidenció que ni siquiera un dictador fuertemente armado puede callar para siempre a una población que ha perdido la fe en su gobierno. Ninguna cantidad de represión puede sofocar el deseo de cambio.
El régimen de Maduro: frágil como la Siria de Al-Assad
La situación en Venezuela hoy refleja muchos aspectos de lo que ocurrió en Siria. Maduro, al igual que Al-Assad, lleva años en el poder, habiendo heredado la presidencia de Hugo Chávez. El régimen de Maduro ha dependido de un círculo estrecho de leales para suprimir a la oposición. Al igual que Al-Assad, Maduro ha logrado mantenerse en el poder a través de la represión violenta y la corrupción, mientras la economía del país colapsa y millones de venezolanos huyen.
A pesar del apoyo internacional de Rusia, Irán y Cuba, el régimen de Maduro enfrenta crecientes presiones internas y externas. El colapso económico, la escasez de bienes esenciales y el descontento generalizado han hecho que la estructura de poder en Venezuela sea cada vez más frágil. El creciente descontento social y las protestas, aunque reprimidas brutalmente, continúan demostrando que el régimen no está inmunizado contra el cambio. La ilegitimidad de Maduro, que se niega a aceptar que perdió las elecciones de manera abrumadora, es el talón de Aquiles que acabará con su dictadura.
La caída inevitable de Maduro
La lección clave de la caída de Al-Assad es que las dictaduras tienen una fecha de caducidad. Los regímenes que se mantienen con base en la represión interna no pueden resistir indefinidamente las fuerzas de la historia. El pueblo de Siria demostró que, por mucho que dure la represión, el impulso por la libertad y la democracia no puede ser sofocado para siempre.
En Venezuela, al igual que en Siria, la combinación de colapso económico, creciente descontento y la fragilidad inherente de las estructuras autoritarias llevará a la caída del régimen de Maduro. Las grietas en el sistema venezolano se están ensanchando. El colapso del régimen de Al-Assad ofrece una poderosa advertencia: ninguna dictadura es inmune al juicio de los pueblos.
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