La vida en las sociedades disfuncionales como la venezolana, encuentra sus propios canales y modos de supervivencia que dependen tanto de los recursos con que cuente la gente, como de lo que se está dispuesto a arriesgar en términos de convicciones, moral y principios. Tiempos terribles los que discurren en nuestro país, con un régimen tiránico y corrompido al que solo le importa su preservación en el poder y que ha diseñado un esquema de control social a través del hambre y la miseria en todas sus variedades: pobreza, salarios miserables, escasez de comida y medicina, racionamiento de agua, energía eléctrica y gasolina, represión y, últimamente, el confinamiento de la población en condiciones aberrantes en medio de la pandemia del coronavirus.
Una familia de dos personas, que no tenga gastos permanentes de alquiler de vivienda, requiere una cantidad aproximada de 200 dólares al mes, con salarios que oscilan entre 3 y 30 dólares, en la mayoría de los casos. Esto significa que muchos venezolanos no pueden sobrevivir si no tienen cuentas en divisas, o FE, un acrónimo cínico cubano para Familia en el Extranjero. Todo ello sin tener en cuenta el escarnio de los precios dolarizados de la gasolina, mientras los salarios de la población se establecen en bolívares infinitamente devaluados. Lo que algunos guerreros del teclado que viven en el exterior saludan idiotamente como un aprendizaje de los venezolanos, el supuestamente entender que hay que pagar la gasolina a precios internacionales, es en verdad una burla escandalosa del régimen contra su pueblo.
Los tiempos difíciles hacen brotar lo mejor y lo peor de los humanos. La expresión más íntima de la conducta de supervivencia es la expresada en la frase: “Que cada quien abrace a los suyos”. La misma traduce que con frecuencia el manto de protección que podemos brindar no alcanza más que a cubrir a nuestra gente más cercana. Ello no es solamente legítimo sino inevitable, y va con frecuencia acompañado de un elemento de colectividad muy particular, que a falta de otro término llamaré “La Burbuja”. La expresión se refiere al ambiente protegido, que normalmente involucra las rutinas de las casas, el trabajo y alguna dinámica muy restringida de esparcimiento. Quienes habitan La Burbuja en Venezuela tienen existencias relativamente protegidas, que los preservan parcialmente del desastre externo y les permiten continuar llevando vidas relativamente normales, aunque inevitablemente opresivas, en medio de la disfuncionalidad social. Por supuesto que, no incluyo en esta denominación a los predilectos del régimen, sus colaboradores y enchufados, que disfrutan de privilegios inalcanzables para el resto de los habitantes del país. Ellos no son habitantes de La Burbuja, sino de una especie de paraíso corrupto e inmerecido coexistiendo con un infierno social.
Está claro que, la vida en La Burbuja no es la única variante de existencia en sociedades abrumadas. Otras son mucho más penosas, como las de los viejos que se quedaron solos en Venezuela, mientras los hijos se marcharon buscando renovar sus existencias y que se suman a los más de 5 millones de compatriotas que integran la diáspora, viviendo mejor o viviendo peor en otros destinos. O la más común del venezolano “de a pie” que padece sin colchón alguno de divisas las penurias de la debacle.
El mantenimiento de Las Burbujas requiere de la participación esencial de los que en diferentes ocasiones he llamado los “héroes civiles”, médicos, profesores, maestros y profesionales que continúan trabajando en Venezuela y permiten que el país siga funcionando, actuando en modos que desafían la imaginación y que con frecuencia constituyen verdaderos milagros de dedicación y devoción. Para mí ha sido una experiencia íntima, compleja y difícil, compartir a la distancia con mis tres nietas, habitantes de La Burbuja en Caracas. Estudiantes de un centro educativo magnífico y dedicado que continúa impartiendo educación de primera bajo las dificultades para hacerlo en la Venezuela de estos días. Mi nieta mayor, Malú, me ha impresionado de manera especial con un conjunto de intercambios que hemos tenido a propósito de una tarea que le asignaron en tiempos de coronavirus y educación a distancia. Yo no tengo idea de quién es su profesor de historia de tercer año de secundaria, un verdadero héroe civil en alguna medida responsable de que Malú ame entrañablemente a Venezuela y que se haga interrogantes sobre la figura del Simón Bolívar republicano, más allá de la visión militarista y divisionista de nuestra nacionalidad, que la distorsión chavista de la historia ha tratado de imponer. En uno de nuestros intercambios, que recojo aquí, Malú me pregunta sobre un pensamiento de Bolívar, y escribe, en sus propias palabras, en la tarea que le asignaron:
“El próximo pensamiento de Simón Bolívar que se va a analizar, es el siguiente: ‘El título de Libertador es superior a todos los que ha recibido el orgullo humano: por tanto, me es imposible degradarlo’. El Libertador expresa estas palabras, en una carta que iba dirigida al general José Antonio Páez, el 6 de marzo de 1826. En dicho escrito, Bolívar narra su desacuerdo acerca de la instauración de una monarquía y en su lugar sugiere, realizar unos cambios útiles a la Constitución vigente, evitando así la violación de los buenos principios y convicciones. De acuerdo con el autor Vladimiro Mujica, en el artículo en preparación ‘El Bolívar Republicano’ se expone lo siguiente: <La carta está escrita en 1826, en un momento muy crítico para la Gran Colombia. Algunas personas pensaban que la única manera de salvarla era que Bolívar se convirtiera en emperador, siguiendo el ejemplo de Napoleón. Para Bolívar la idea de constituir una monarquía no era aceptable y así se lo manifiesta en una carta al general José Antonio Páez. El Libertador lo afirma con palabras muy severas: ‘El título de Libertador es superior a todos los que ha recibido el orgullo humano: por tanto, me es imposible degradarlo’. Esta frase de Bolívar es visionaria y describe su pensamiento republicano>”.
Me es difícil expresar el orgullo que me produce mi nieta al entender y escribir con tanta claridad sobre un tema muy complejo, y el agradecimiento que siento por los héroes civiles que mantienen con vida la excelencia de su colegio a pesar de la sevicia de un régimen traicionero de su propio pueblo que pretende, sin lograrlo, sojuzgar a la sociedad y eliminar el pensamiento libre. Cuando vengan otros tiempos, y se pueda escribir la memoria de estos tiempos oscuros, tendremos una mejor oportunidad de reconocer lo que ha significado el sacrificio y la dedicación de la gente que ha impedido que nuestro país desaparezca en una negra noche de ignorancia y mediocridad, obra de los seudorevolucionarios que usurpan y traicionan el pensamiento republicano de Bolívar de cuya figura pretenden apropiarse.
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