Parte de la campaña del régimen se centra en la supuesta compra de conciencias con comida. Fundamenta su creencia en la idea desproporcionada de la sujeción de los individuos por hambre.
Con ese objeto ha reducido los sueldos, eliminado el valor del trabajo e implantado la esclavitud moderna como relación del trabajador con el Estado. Ha hecho de los trabajadores y sus familias dependientes de bonos arbitrarios y de bolsas de comida, así como de combos baratos que arrastran por el piso a la empresa privada también.
Por otra parte, lo que le niegan a los trabajadores en sus sueldos y su protección social según los acuerdos nacionales e internacionales, lo invierten en negocios que dejan tajadas enormes en los bolsillos de sus muy pocos realizadores. Para muestra el plan Universidad Bella y el remozamiento con pintura de calles y avenidas, la riega de asfalto, todo en tiempo electoral. Coimas de por medio, limitan las nóminas al máximo para invertir en negocios que dejan «alguito», cuando las nóminas, obviamente, no son negocio.
Como Perez Jiménez en su tiempo, especialmente hacia el final, el trabajador y el trabajo importan poco. Todo queda supeditado a la transformación del espacio físico como política de Estado. Tener algo visible sólo para exhibir en tiempos electorales. Creyendo que la gente es pendeja por naturaleza.
Las bolsas las repartieron con caraotas negras, sal y carne de almuerzo. Más «resueltas» días antes de la elecciones. No saben nada. Procuran, como siempre, engañar a la ciudadanía que no se mueve a engaño ni se va a mover por engaño. Todos sabemos que el gobierno, si la elección es «normal», está derrotado. El candidato opositor Edmundo González Urrutia se los llevará en los cachos, de lejos, sin moverse mucho. No es con el hambre como el régimen, ahora desvalido en la opinión de los ciudadanos, logrará captar los adeptos que ha perdido a punta de descuido, de hacer huir a sus ciudadanos, de la administración del hambre con las bolsas de la iniquidad.