En el curso de muchos años, a los sin sesos les molestó mi presencia en la Universidad de los Andes. Nunca atrevieron sostener que soy un escritor perezoso o incapaz de ejercer, con probidad y talento, el periodismo institucional.  Su iracundia tenía motivaciones políticas: fui, soy y seré un indiscutible «antiterrorista». Un día, el profesor Martin Szinetar me dijo sarcástico «que yo era un factotum» [https://dle.rae.es/fact%C3%B3tum] en la institución. Creyó que me enfadaría. Había discutido conmigo porque polemicé, en el diario El Nacional, con su admirado grupo literario Tráfico (1981) 

Quizá tuvo razón: infinitas veces miré, escuché y callé, pero representé a la Universidad de los Andes como una especie de canciller. Ello me convirtió en un intelectual de confianza para las autoridades. Estaba adscrito a Prensa del Rectorado, donde cada palabra que se publicaba era examinada con lupa. Algún pendenciero burócrata podría molestarse si no mencionabas su nombre precedido de su título académico.

Yo había reseñado la presentación del libro https://bitlysdowssl-aws.com/opinion/autoestima-depresion-y-miedo/ [que prologué] de Teódulo Escobar Pachano. Fue pariente del rector en ejercicio. El acto se realizó en el Paraninfo. Sobre mi querido amigo dije, entre otras cosas, «que era una figura muy destacada en El Clan Pachano» de la Universidad de los Andes.

No supe cuáles personas, entre tantos ignorantes que me asediaban en el palacete académico, dijeron al rector Felipe Pachano Rivera [con quien mantenía excelente trato] que lo había denigrado y a su familia cuando aseveré que Teódulo formaba parte de «El Clan Pachano». Me citó a su despacho, compungido y con un ejemplar del periódico Frontera en la mano. Ahí expresé mi admiración por su pariente, autor del citado ensayo:

ㅡMe han sugerido que te amoneste, Albert, por haberme ofendido –afirmó–. ¿Por qué «El Clan Pachano»?

ㅡTambién existe un «Clan Ure», rector –me defendí, sentándome frente a él–. ¿Qué sucede con esa aseveración? ¿Te parece ofensiva?

Antes de acudir a su despacho, yo me había informado sobre los motivos por los que la autoridad académica quería conversar conmigo. Me llevé la última edición del Diccionario de la Lengua Española [DLE] y la puse, abierta, en la página donde aparecía el vocablo «clan». Antes que el amigo prosiguiera, de súbito apareció su tío y autor homenajeado la noche anterior en el Paraninfo:

ㅡMe enteré que te han pedido sustanciar un expediente contra Jiménez Ure, sobrino –sentenció, acomodándose en otra butaca–. ¡Qué ridículo! ¡Sí somos un «clan», Felipe: el texto de Albert es magnífico!

ㅡDiscúlpame, Jiménez Ure –musitó Pachano-. No debí dudar de tu probidad. Tienes bien ganado el apodo de «La Biblia».

ㅡTranquilo, Felipe, no me has deshonrado –declaré–. La intriga es el un parásito de Sísifo* cuyas miles de cabezas no pueden ser decapitadas.

NOTA

(*) https://lamenteesmaravillosa.com/el-mito-de-sisifo/

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